¿Cómo era la higiene en el Siglo de Oro español?

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¿Cómo era la higiene en el Siglo de Oro español?


Las prácticas higiénicas no se asemejan a las actuales, el baño diario no era habitual y se recurría a perfumes o aceites para enmascarar los olores corporales.

Es un error común pensar que la limpieza corporal regular es un fenómeno reciente, así como la idea de que los árabes “inventaron” los baños públicos. Y es que la higiene en la historia ha sido más diversa y compleja de lo que se suele suponer.

Si bien es cierto que el baño diario no era una práctica habitual hasta el siglo XX, la higiene en épocas anteriores tampoco era inexistente. Es importante enfocarla de una manera distinta, sin caer en la simplificación de pensar que la gente fue durante siglos “sucia”.


El agua de los ángeles

La expresión “Siglo de Oro” no se refiere a un siglo exacto, sino a un período de aproximadamente 189 años que abarca gran parte de los siglos XVI y XVII. Se considera una época dorada de las artes y las letras españolas.

El inicio del Siglo de Oro se suele situar en 1492, con la publicación de la “Gramática Castellana” de Nebrija, un hito en la consolidación del idioma español. Su final se marca en 1681, con la muerte de Calderón de la Barca, uno de los grandes dramaturgos del período.

El desarrollo del Siglo de Oro coincidió con el reinado de la dinastía Habsburgo en España, un período marcado por la expansión del imperio español, la Contrarreforma y el auge del mecenazgo cultural.

A pesar de todo, en esa época bañarse diariamente no era lo habitual, pero sí lavarse aquellas zonas de la anatomía más susceptibles de mancharse, como podía ser la cara, las manos, las axilas y los pies, además de las partes más íntimas. Un ritual que se realizaba a la vuelta del trabajo o bien antes de acostarse, por aquello de no manchar el lecho.


Para realizar este aseo nuestros antepasados usaban paños junto con lejía de ceniza. Los recipientes más utilizados para el desempeño del aseo en aquella época eran palanganas, lebrillos, calderos, cubos, bacines y tinas de madera de diferentes tamaños. Dado que en las casas particulares no había un lugar específico para el baño, generalmente el aseo tenía lugar en la alcoba o en la cocina, cerca del fuego para poder calentar el agua.

Si el aseo personal no era una prioridad, la apariencia exterior sí lo era. Las clases altas se distinguían por su pulcritud y por la variedad de ropa que usaban: camisas, cuellos y puños, principalmente en color blanco. Y para enmascarar los olores corporales recurrían a perfumes y afeites, siendo el “agua de ángeles” uno de los perfumes más populares.

Y es que el uso de perfumes y la vestimenta impecable no solo respondían a una cuestión de estética, sino que también servían para comunicar un estatus social y una distinción.

Médicos en contra del agua

Otro aspecto que merece ser tenido en consideración es que el desaseo en esta época no solo se explica por la falta de recursos o hábitos higiénicos, sino también por las concepciones médicas del momento.

El pensamiento médico dominante en aquella época era el “hipocratismo galenizado”, una mezcla de las ideas de Hipócrates, Galeno y elementos mágico-religiosos. Esta teoría consideraba que las enfermedades provenían del desequilibrio de alguno de los cuatro humores que conformaban el cuerpo (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra).


Las causas de estos desequilibrios se atribuían a factores externos, como la comida o la bebida “demasiado caliente” o “húmeda”, y para remediarlos, se recurría a prácticas como la sangría, las purgas o la dieta. Y es que la praxis médica del Siglo de Oro se caracterizaba por un enfoque terriblemente rudimentario y de cuestionable eficacia.

En cuanto al baño, la teoría que dominaba a lo largo del siglo XVI era no lavarse con agua caliente o con vapor, puesto que a través de los poros de la piel los miasmas podían acceder a todos los órganos de nuestro organismo y, con ello, era posible contraer enfermedades. Por lo tanto, a menor frecuencia de baños disminuían las posibilidades de enfermar, lo cual se respetaba celosamente por parte de la población.

La práctica del “agua va”

Las ciudades del Siglo de Oro tampoco contaban con un sistema de desagüe o alcantarillado adecuado. Esto generaba una situación insalubre, ya que las aguas residuales y los desechos se acumulaban en las calles, creando un ambiente pestilente, al tiempo que era un foco de enfermedades infecciosas.

Ante la falta de retretes en la mayoría de las viviendas, la práctica de arrojar fluidos por las ventanas era una realidad cotidiana. La frase “agua va” servía como aviso para evitar ser mojado por aquella lluvia improvisada.

Las autoridades, conscientes del problema de higiene pública, implementaron leyes que prohibían esta práctica antes de la “hora menguada” (entre las 10 y 11 de la noche, según la estación del año en la que nos encontráramos) y las penas por incumplir la norma podían ser severas, incluyendo el destierro y los azotamientos públicos.


Referencias:

  • DEFOURNEAUX, MARCELLÍN. (1983). La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro. Barcelona. Argos Vergara. pp: 62-63.
  • DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (2). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 476.
  • DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (4). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 460.
  • ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Castilla y Portugal en los albores de la Edad Moderna. Consejería de Educación y Cultura: Universidad. pp: 56-69.

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Las mujeres más poderosas de la antigüedad

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Las mujeres más poderosas de la antigüedad


A pesar del dominio masculino mayoritario, encontramos en la historia muchas mujeres transgresoras e inspiradoras que ejercían gran poder e influencia en la sociedad de su época.

A lo largo de la historia, las mujeres han desempeñado papeles fundamentales en la formación o configuración del curso de las civilizaciones, a menudo ejerciendo poder e influencia en un mundo dominado por los hombres. Las historias de estas poderosas mujeres de la antigüedad actúan como símbolos atemporales de fuerza, inteligencia y liderazgo. Hoy hacemos un repaso por algunas de las figuras femeninas más formidables de la historia cuyos legados han resistido la prueba del tiempo.


Las líderes femeninas más poderosas del mundo antiguo procedían de países de todo el mundo: Egipto, Grecia, China... He aquí una muestra de ellas:

Agripina la Menor (15 d.C.-59 d.C.)


La madre de Nerón inicia esta selección de mujeres poderosas. Fue esposa, madre, hermana y sobrina de algunos de los emperadores más destacados de la antigua Roma.


Como mujer del emperador Claudio, Agripina se involucró íntimamente en el funcionamiento y la administración del imperio. 

Lejos de ser una esposa sumisa, llegó incluso a envenenar al propio emperador, su marido, para lograr que su hijo, Nerón, se hiciera con el trono, asegurando su influencia sobre el imperio mediante la tutela y consejo de un joven Nerón (que solo tenía 17 años cuando fue proclamado emperador).

Cleopatra (69 a.C.-31 a.C.)

Cleopatra fue la última representante de una larga dinastía de faraones de origen griego.


Hija de Ptolomeo XII Auletes y Cleopatra VI Trifena, asumió el trono junto con su hermano pequeño tras la muerte de su padre. 

Ya una vez como reina de Egipto tras la muerte de su hermano Ptolomeo XIII, trató de mantener el poder de su dinastía, realizando asociaciones históricas con los gobernantes romanos Julio César y Marco Antonio. 

La última faraona del Egipto ptolemaico destacó por su inteligencia a la hora de mejorar la posición y la economía de su país, entre otras cosas.

Zenobia (240 d.C.-267 d.C.)

La reina Zenobia de Palmira tomó el poder tras el asesinado de su marido Séptimo Odenato con el que se había casado cuando tenía solo 18 años.


El hijo de Zenobia, Vabalato, se convirtió en rey de Palmira, por lo que Zenobia gobernó como regente, oportunidad que aprovechó para extender el dominio de Palmira, en ese momento una provincia romana. 

De hecho, para consolidar su posición en Egipto, afirmó que era descendiente de Cleopatra. 

Yendo con sus ejércitos hacia Anatolia, conquistó territorio romano hasta Ancira, y luego Siria, Palestina y el Líbano usando una mezcla de poderío militar y propaganda ideológica.

Livia Drusila (¿?-29 d.C.)

La tercera esposa del emperador Augusto tampoco se conformó con estar al lado del emperador aunque en público era el arquetipo de buena esposa con ejemplar conducta femenina, adecuada a su origen patricio.


Fue la primera dama más influyente de Roma. Inteligente, ambiciosa e influyente, trabajó muy duro detrás de escena para mantener el sistema imperial existente como asesora de Augusto. 

Era el poder en la sombra. Sus descendientes ocuparon el trono imperial después de la muerte del emperador Augusto. 

Con todo, continuó administrando los asuntos de estado durante el reinado de su hijo Tiberio. Fue la primera mujer divinizada de la historia de Roma.

Wu Zetian (624 d.C.-705 d.C.)

La emperatriz Wu fue la única monarca soberana en toda la historia china. Al principio, gobernó como regente de su marido, un personaje bastante enfermizo y aburrido.


Tras su muerte, logró convertirse en la emperatriz Wu en 690, cuyo poder no dependía de un marido para gobernar. 

Fue una líder astuta, inteligente y, en algunas ocasiones, despiadada, según los historiadores. Tenía mano izquierda para la diplomacia, la administración y mano dura para las rebeliones y las invasiones que se presentaban. Su reinado se prolongó durante apenas 15 años, hasta que la Dinastía Tang fue restaurada.

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