Ruanda: el genocidio de los 100 días

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Ruanda: el genocidio de los 100 días

El discurso del odio, cocinado en la universidad y difundido por Radio Mil Colinas, germinó en una matanza a machete que mató a 800.000 ruandeses.

Genocidio es una palabra importante, y como todas las palabras importantes, ha sido banalizada y usada para describir matanzas en masa, represiones sangrientas, revoluciones y golpes de estado. Pero un genocidio es algo muy concreto y tampoco ha habido tantos. El Holocausto judío, el armenio o el camboyano son algunos de los más tangibles del siglo XX, pero quizá el que mejor ejemplifica lo que es el genocidio de Ruanda de 1994.

Un genocidio no se improvisa. Y siempre comienza con un discurso del odio. En el caso de Ruanda, el discurso contra los tutsis fue cocinado a fuego lento por el gobierno hutu de Juvenal Habiyarimana, el Radovan Karadzic ruandés. Conviene recordar que la división entre hutu y tutsi es de carácter colonial. Los colonos belgas repartieron carnets y se apoyaron en una minoría ganadera (tutsi) para poder gobernar sobre la mayoría agricultora (hutu). No son etnias diferentes, sino castas de un mismo pueblo con una misma cultura e idioma, el kinyaruanda.

Desde que esa división se hizo efectiva, los choques entre ambas castas se hicieron habituales. Aunque Ruanda fue un país aislado durante décadas por su orografía (el Tíbet de África) hay varias matanzas muy documentadas durante el siglo XX entre ambas comunidades por los recursos en un país como un guisante en el que vivían nueve millones de personas entre montañas. Uno de esos choques acabó con la salida de decenas de miles de tutsis hacia la vecina Uganda en los años 50 y 60. Desde allí, aquellos refugiados prepararon su regreso con armas prestadas por Museveni, el presidente ugandés, tras servir en su ejército.

Esa invasión desde Uganda provocó una guerra contra el gobierno hutu de Habiyarimana en 1991, lo que sirvió para que este y su familia diseñaran una estrategia para eliminar a aquellos tutsis que aún vivían en el interior de Ruanda, y que fueron señalados como traidores por apoyar, supuestamente, la rebelión que llegaba de Uganda.

Aquel plan pasó a la Universidad de Butare, la más importante del país, donde se diseñó una historiografía que deshumanizaba a los tutsis y los convertía en un pueblo invasor de los auténticos ruandeses hutus. Esa narrativa pasó a los medios, donde Radio Mil Colinas jugó un papel clave en la difusión del odio a las "cucarachas", como comenzaron a llamarles mientras que el gobierno comenzaba a elaborar listas negras y se organizaban las milicias hutu en las calles, los interahamwe (literalmente, los que matan juntos). Todos estos síntomas hicieron que el general Romeo Dallaire, al frente de los Cascos Azules, escribiera el llamado "fax del genocidio" a sus superiores de Naciones Unidas. Nadie movió ni un solo dedo para evitarlo.

Sólo faltaba el causus beli y no tardó en llegar. El avión del presidente Habiyarimana (en el que también viajaba su homólogo de Burundi) fue derribado al aterrizar en Kigali tras firmarse la paz de Arusha para poner fin a la guerra civil. Si será pequeño Ruanda que la casualidad quiso que el avión cayera sobre el jardín de su casa. Los más radicales echaron la culpa al bando tutsi. Valérie Bemeriki, locutora de Radio Mil Colinas, llamó a matar a las "cucarachas". Miles de machetes llegados de China a bajo precio, junto con otras armas primitivas, fueron repartidos entre las milicias, que se organizaron por calles, barrios y aldeas. Esa noche la matanza comenzó en Kigali y al día siguiente se extendió por todo el país como una epidemia. Unos 1.000 tutsis se escondieron en el hotel Mil Colinas, regentado por el hutu Paul Rusesabagina, el Oskar Schindler ruandés.

Los interahamwe bebían alcohol a primera hora del día, antes de salir de caza. La primera norma era matar. Norma número dos no había. Como cuentan los perpetradores en el libro Una temporada de machetes, de Jean Hatzfeld, se comenzaba con un machetazo en el talón de aquiles, lo que impedía a la víctima poder huir. Después llegaban las torturas. Los carniceros eran los más valorados porque, debido a su trabajo, conocían mejor la anatomía y sabían usar la herramienta mejor que nadie. Ellos instruían al resto. También obligaban a los niños hutus a matar tutsis, para que la responsabilidad de la eliminación pasara de generación en generación.

Tras 100 días de crímenes atroces, las carreteras de tierra roja de Ruanda quedaron alfombradas por 800.000 cadáveres de tutsis y hutus moderados. El Frente Patriótico Ruandes, avanzando desde Uganda, tomó el país a gran velocidad y puso en fuga a los genocidas hacia Tanzania y el antiguo Zaire. Fueron 100 días exactos de eliminación sistemática y organizada de una casta tomando para ello argumentos delirantes. De hecho, cuando se dieron cuenta de que no podían distinguir físicamente hutus de tutsis, determinaron que, si tenía menos de 10 vacas, era hutu, y si tenía 10 o más, era tutsi, y por tanto merecía morir.

La salida de dos millones de personas hacia el Zaire provocó una epidemia de cólera que llenó fosas comunes con miles de muertos, una dudosa operación francesa que ayudó a huir a las bandas genocidas y otra ofensiva militar del nuevo gobierno ruandés para cazar a los culpables que provocó otra matanza.

Hoy Ruanda es un país pacífico, seguro, limpio, que lucha eficazmente contra la corrupción y que posee uno de los paisajes más bellos del planeta. Sus cárceles se han ido vaciando de perpetradores gracias a los tribunales gachacha (hierba) donde los asesinos piden perdón a los supervivientes de la matanza sentados en el campo, una a una. El Gobierno, en manos del eterno y espartano Paul Kagame, promueve una ficción democrática en la que la oposición está en prisión o en el exilio. Su economía, de las más sanas de África, crece en cifras del 7 y el 8% al año. Todo el país está lleno de memoriales donde se exponen los cráneos de las víctimas de aquella masacre sin sentido para que nadie olvide. . Hoy está prohibido hablar de hutus y tutsis.

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Sitio de Gibraltar (1779-1783)

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Sitio de Gibraltar

El sitio de Gibraltar de 1779 o Gran asedio de Gibraltar (en inglés: Great Siege of Gibraltar), el tercero llevado a cabo por España desde la pérdida de la ciudad para tomar el territorio británico de ultramar, fue la campaña más importante que se realizó en la zona durante el siglo XVIII y tuvo como antecedentes los asedios de 1704 y 1727. Durante casi cuatro años de bloqueo naval, bombardeos y la novedosa utilización de las llamadas baterías flotantes, el imperio británico fue capaz de resistir la última acción militar española sobre Gibraltar.

Antecedentes

El tercer sitio a Gibraltar por parte de España tuvo como antecedente diferencias en el tráfico de mercancías entre Europa y América. Ya en 1738 surgieron las primeras disputas entre España y Gran Bretaña: a instancias de la primera se intentó celebrar una convención en el Palacio Real de El Pardo, en enero del año 1739, pero el Parlamento Británico no aceptó la mediación de su ministro Robert Walpole, partidario de llegar a acuerdos con España.​ Poco después tendría lugar la Guerra del Asiento, la cual hizo que ambos países se declarasen la guerra el 23 de octubre de 1739 y comenzaran los primeros planes para formar trincheras frente a Gibraltar, motivo siempre de disputas entre ellos.​ Viendo estos primeros movimientos, Gran Bretaña mandó al vicealmirante Vernon que zarpara desde Portobelo y reforzara la escuadra del almirante Haddock que se encontraba ya en la bahía de Algeciras.

Sin embargo, los años pasaban y no llegaban a romperse las hostilidades en la zona. El 9 de julio de 1746 moría en Madrid el rey Felipe V. Su sucesor, Fernando VI, comenzó pronto las negociaciones con Gran Bretaña para llegar a acuerdos sobre el comercio. El parlamento británico también deseaba el fin de las hostilidades e incluso se veía con buenos ojos anular el acta que prohibía el comercio con España y se llegó a plantear la posibilidad de ceder la plaza de Gibraltar a España. La conferencia que se celebró en Aquisgrán el 18 de octubre de 1748 acabó con la firma del Tratado de Aquisgrán entre España, Francia, Austria y las potencias marítimas pero no con las beligerancias entre España y Gran Bretaña.​ Este sistema de neutralidad adoptado por Fernando VI acabó con su muerte en 1759. El nuevo rey, Carlos III, firmó en 1761 un pacto de familia con el rey de Francia Luis XV. Gran Bretaña reaccionó declarando la guerra a España, que causó grandes pérdidas en su comercio marítimo, y tomando las ciudades de Manila y La Habana. Dos años después, una vez terminadas las hostilidades, España las recuperó a cambio de sus posesiones en La Florida.​ Unos años más tarde, en 1779, mediante el tratado de Aranjuez se aseguraba Carlos III la alianza con Francia frente al Reino Unido debido a sus comunes intereses en América y a los agravios que ambas naciones decían sufrir por parte de Gran Bretaña; en virtud de dicho tratado ambas naciones actuarían conjuntamente para la recuperación de Gibraltar, Menorca y diversas plazas españolas en América. Ese mismo año se declaraba la guerra contra Gran Bretaña.

El Gran Sitio de Gibraltar

El 21 de junio de 1779 fue cerrada por parte española la frontera con Gibraltar al tiempo que se mandó constituir en la ciudad un consejo de guerra encabezado por el gobernador de Gibraltar George Eliott.​ En la parte española el bloqueo fue dirigido por Martín Álvarez de Sotomayor. Las fuerzas terrestres españolas estaban compuestas por dos batallones de guardias españoles, dos valonas, mil artilleros y doce escuadrones de caballería: unos 13.000 efectivos. ​La artillería estaba al mando de Rudesindo Tilly, mientras que la caballería y los dragones franceses serían comandados por el marqués de Arellano.​ Las fuerzas marítimas que debían realizar acciones de bloqueo de suministros en la bahía estaban a las órdenes de Antonio Barceló, que tenía su base establecida en Algeciras y estaba al mando de una flota de varios jabeques y lanchas cañoneras.​ Una flota de once navíos y dos fragatas se situó en el Golfo de Cádiz al mando de Luis de Córdova con el objetivo de impedir el paso de refuerzos británicos. ​Desde los primeros días del asedio se comenzaron a reconstruir las antiguas baterías del istmo que vendrían a completar las ya creadas en los años treinta bajo la supervisión del marqués de Verboom. Estas obras, parte de un ambicioso proyecto de fortificación llevado a cabo en toda la bahía de Algeciras, fortificaban especialmente la zona del istmo en la llamada Línea de Contravalación de Gibraltar mientras el resto del litoral estaba reforzado por gran número de fuertes y baterías que eran capaces de cruzar fuego contra un único enemigo. La construcción de estos fuertes y baterías artilladas había comenzado en 1729, siendo objeto de quejas por parte de las autoridades gibraltareñas durante los años siguientes.​ En octubre llegaron a la zona 20 000 hombres para engrosar las filas españolas que se asentarían en una zona especialmente preparada para ello y aún hoy denominada Campamento, en los alrededores del fuerte de Punta Mala. La artillería se situaría en la zona de la Tunara, junto a la batería del mismo nombre y más cerca de la frontera.

Mapa de la bahía de Algeciras donde se indican
 las posiciones de los fuertes y baterías
 españoles y británicos.
El gobernador de Gibraltar, sir George Eliott, tenía a su disposición 5.382 hombres y el almirante Robert Duff una flota de un navío, tres fragatas y una goleta.​ La ciudad rompió fuego contra los trabajos de reparación de fuertes el 12 de septiembre desde las baterías de Green’s Lodge, Wills’s y Queen Charlotte cercanas a los sitiadores. El fuego español no se hizo esperar y pronto las baterías del istmo abrieron fuego contra las situadas en las faldas del peñón.

La principal baza para la toma de la ciudad no era, sin embargo, la acción de la artillería y el asalto directo; este tipo de acciones ya habían demostrado ser insuficientes en los anteriores asedios de 1704 y de 1727. Debía ser fundamental el bloqueo de suministros a la ciudad, ya que en los anteriores sitios se había puesto de manifiesto que mientras la ciudad tuviese víveres resistiría la acción armada. De este modo, durante las primeras semanas la flota de Juan de Lángara y Huarte situada en las proximidades del Estrecho conseguía evitar la llegada de ayuda a Gibraltar, de modo que al cabo de unos meses la situación dentro de la ciudad comenzaba a ser desesperada al escasear los alimentos. Desde la ciudad el consejo de guerra había garantizado, tan pronto como se conoció el cierre de la frontera, contactos con el reino de Marruecos con el objetivo de recibir los suministros necesarios desde los cercanos puertos norteafricanos.

Infructuosas negociaciones

En octubre de 1779 se iniciaron negociaciones entre los gobiernos español y británico con el fin de poner fin a las desavenencias existentes entre ambos y que en aquellos momentos, recién iniciada la guerra de independencia de los Estados Unidos, no beneficiaban en nada a los británicos. A través del comodoro Johnstone se mandaron comunicaciones al conde de Floridablanca para que supiera el gobierno español que Lord North, primer ministro del Reino Unido, estaba dispuesto a negociar con la ciudad de Gibraltar para lograr una tregua.​ A partir del 29 de diciembre de 1779 se celebraron reuniones entre Floridablanca y el clérigo irlandés Hussey. Al regreso de éste a Londres, se acordó que sólo existiría cesión si España aceptaba ceder a Gran Bretaña las islas de Puerto Rico, la fortaleza de Omoa, un puerto y una extensión de terreno suficiente en la bahía de Orán además de la compra de las unidades de artillería existentes en Gibraltar y una compensación por los gastos de fortificación que se habían llevado a cabo en la ciudad.​ Estos puntos preliminares fueron comunicados a los ministros británicos, rechazándose firmemente la cesión de la ciudad bajo cualquier término y poniéndose en duda la capacidad del comodoro Johnstone para intermediar entre los dos países. Al ser comunicados los resultados de las deliberaciones al ministro español se acordó continuarlas dejando aparte el tema de Gibraltar. Las nuevas pretensiones británicas serían a partir de este momento que España rompiese sus lazos de amistad con Francia. Estos términos, sin embargo, serían totalmente rechazados por Floridablanca.

El aprovisionamiento de Gibraltar

En la ciudad el hambre comenzaba a hacer mella en los sitiados, mientras las autoridades gibraltareñas esperaban la llegada del Almirante George Brydges Rodney que había zarpado a principios de 1780 desde Londres con la orden de hacer puerto en la ciudad a toda costa.​ Escaseaba el pan y los alimentos, mientras que los artículos de primera necesidad adquirían por estas fechas precios desorbitados. Aunque diversos barcos habían podido llevar alimento a la ciudad desde Marruecos, muchos gibraltareños empezaban a acusar los efectos de una alimentación deficiente.

El 16 de enero la flota que debía aprovisionar a la ciudad sitiada, compuesta por 21 navíos de línea, avistó a la flota de once barcos que, al mando de Lángara, estaba apostada en las proximidades del cabo de San Vicente impidiendo el paso de barcos británicos. El español no fue capaz de advertir la gran cantidad de barcos que se le acercaban debido a la niebla que en esos momentos invadía la zona; cuando por fin pudo constatar la superioridad de los ingleses, Lángara optó por regresar a Cádiz antes de hacer frente al enemigo. ​Los barcos británicos emprendieron la persecución de Lángara convencidos de la ventaja que poseían. A las cuatro de la tarde de ese 16 de enero, ambas flotas entraban en combate a pesar de que la de Rodney casi doblaba en número a la de Lángara.​ Tras una hora de lucha el navío español Santo Domingo fue incendiado, muriendo todos sus ocupantes. La escuadra española puso dirección a Cádiz, siendo perseguida e interceptada. Poco después el navío del almirante, el Fénix, se vio rodeado hasta por cinco barcos británicos y, herido el capitán por una bala en su oído izquierdo, perdido el palo de mesana y haciendo agua, se rindió.​ Después de haber capturado cinco barcos españoles, el almirante Rodney llegaba a Gibraltar el 18 de enero con los víveres. Tras dejar varios barcos en la zona, marchó con el grueso de su flota a Marbella, abandonando las aguas de la bahía y tomando la ventaja del mar abierto ante la posible llegada de la flota española de Cádiz.

La batalla del Cabo de San Vicente de 1780
Tras las inútiles negociaciones de 1779, las acciones bélicas contra la ciudad sitiada aumentaron a partir de mediados del año 1780. Los barcos de provisiones continuaban llegando al puerto de Gibraltar e informaban al mando sobre los movimientos de la escuadra española en los alrededores de la bahía de Algeciras.​ Los trabajos en las trincheras y el fuego inglés eran ya una constante en el sitio, como había ocurrido en los anteriores. Los buques estacionados en el muelle norte hacían fuego constantemente contra los fuertes españoles, por lo que Barceló mandó varias lanchas cañoneras durante la noche con el objetivo de incendiar los barcos ingleses. Alertadas por el buque Enterprise, las lanchas británicas salieron en persecución de las cañoneras españolas, que hubieron de refugiarse en Algeciras al amparo del fuerte de Isla Verde. Durante todo ese año se sucederían las escaramuzas entre las dos fuerzas. El intenso cañoneo que caracterizó los primeros años del sitio obligaba también a refugiarse a gran parte de la población civil de Gibraltar en Punta Europa, lejos de la zona batida por las baterías españolas.

Desde Marruecos seguían enviándose víveres de todo tipo a la ciudad a pesar del cerco marítimo que trató de mantener la escuadra española. El 30 de agosto la tripulación de una barcaza marroquí informaba al gobernador de Gibraltar que desde el gobierno central del país africano se habían dado órdenes de permitir el asalto español de cualquier barco británico que llegara a sus costas.​ De este modo, el 26 de diciembre se firmaba un acuerdo entre Marruecos y España que terminaría con la expulsión del cónsul británico en el país norteafricano;​ éste embarcó en Tetuán para ser conducido a Algeciras el 28 de diciembre y de ahí al campamento de Barceló junto al Río Palmones para ser definitivamente conducido a Gibraltar el 11 de enero. ​Una vez cortado el tráfico con el norte de África, en octubre comenzaron de nuevo a escasear los víveres en Gibraltar, lo que provocó una epidemia de escorbuto. Sin embargo, el 12 de abril de 1781 el almirante George Darby llegaba a Gibraltar con gran cantidad de alimentos en cien barcos de transporte tras romper el cerco español.​ Los 28 navíos y diez fragatas que acompañaban a la expedición lograron superar fácilmente a las escasas lanchas cañoneras de Barceló y aprovisionar de este modo a la ciudad.

Ofensiva británica al istmo

En noviembre los sitiadores terminaron la construcción de un puesto avanzado, llamado de San Carlos y paralelo al fuerte de San Felipe en la zona oriental, con capacidad para hacer fuego contra las puertas de Gibraltar. Advertido del peligro de la nueva posición española, George Eliott preparó una ofensiva contra esta batería con el objetivo de desmantelarla. La noche del 26 de noviembre salieron de Gibraltar 2000 hombres divididos en tres columnas; la columna derecha estaba mandada por el teniente coronel Trigge, la columna izquierda por el teniente coronel Hugo y la columna central por el teniente coronel Dechenhaussen, mientras al frente de la expedición estaba el brigadier Ross.

Aprovechando la oscuridad, las tropas avanzaron a través de la zona neutral hasta ser localizadas por los centinelas de la Línea de Contravalación. El teniente coronel Hugo mandó avanzar rápidamente sobre San Carlos mientras se intercambiaba fuego de mosquete entre las dos tropas. El ataque fue fulminante y apenas los británicos hubieron llegado a la batería, prendieron fuego a los pertrechos. Mientras aseguraban las posiciones, los zapadores que acompañaban la expedición desmontaban las construcciones. Varios de los zapadores y soldados que estaban en la posición resultaron heridos cuando se produjo la explosión de parte de los suministros de pólvora que se encontraban en el almacén de San Carlos.

Pronto la zona tomada se vio iluminada por el fuego y desde las líneas españolas se localizó a los hombres de Ross, que debieron volver con rapidez a la ciudad. Los daños en las avanzadas españolas fueron cuantiosos, más aun teniendo en cuenta el mucho tiempo que se había invertido en construirlas bajo el fuego de las baterías norte del peñón y lo rápido que se habían perdido.

Las baterías flotantes

Llegado 1782 el mando español comprendía que el bloqueo marítimo era insuficiente y decidió tomar nuevas medidas para el asalto directo a Gibraltar. Se puso entonces a Luis Berton de Balbe de Quiers, duque de Crillón, al frente del ejército sitiador como Comandante de Tierra y Mar y al almirante Ventura Moreno Zavala al mando de la flota como Comandante General de la Marina. El ingeniero francés D'Arçon, con el apoyo de la corte española, diseñó un nuevo plan de asalto marítimo a la ciudad basado en el uso de baterías flotantes que debían bombardear el frente de la ciudad. Este plan fue presentado al consejo del mar que celebraba sus reuniones en Algeciras.

Perspectiva de Gibraltar el 1 de noviembre de 1779.
Estas baterías flotantes eran embarcaciones que ofrecían una enorme superficie en la que se apostaban gran cantidad de soldados a la vez que dejaba circular en su interior el agua del mar con el fin de evitar los daños causados por la bala roja, proyectiles de artillería calentados al rojo vivo antes de ser lanzados y capaces de incendiar los barcos. Estas baterías se acercarían a la ciudad y se anclarían al fondo formando un continuo cordón frente a las murallas a semejanza de una fortaleza. Tras dejar inútiles las baterías británicas, 2.000 lanchas debían conducir a las tropas de infantería a la ciudad para rendirla. En febrero de 1782 el rey de España aprobaba la construcción de estas baterías a pesar de que numerosos ingenieros habían recomendado que no se llevase a cabo el proyecto por considerarlo quimérico. En mayo de 1782 se iniciaba su construcción en los astilleros de Algeciras y Cádiz.

Mientras se construían las baterías flotantes se estaban realizando obras en la explanada norte del peñón para levantar varias plataformas de obuses y baterías provisionales cerca de la zona denominada La Laguna, entre la Línea de Contravalación y las puertas de la ciudad. Advertidos de los movimientos en el Campo, en Gibraltar se fortificaron todas las plataformas artilladas existentes y se construyeron numerosos túneles y pasos ocultos que comunicaran todas las baterías de la zona.

A partir de mayo se reanudaron las acciones de bombardeo tanto desde la parte británica como desde la española. En la ciudad eran ya a estas alturas muchos los edificios que se encontraban destruidos o en serio peligro de caer. El 17 de mayo el fuego enemigo afectó a la sinagoga de la ciudad y a los edificios aledaños. Durante estos días los ingenieros británicos reparaban las baterías de Upper Rock, que eran las que sufrían la mayor parte de los daños.

A finales de agosto estaban terminadas las baterías flotantes. Se trataba de cinco baterías de dos puentes y cinco de un puente. Las de dos puentes eran la Pastora, que sería mandada por Buenaventura Moreno; Talla piedra, con el Príncipe de Nassau; Paula primera, comandada por Cayetano de Lángara; Rosario, con Francisco Muñoz y San Cristóbal, con Federico Gravina. Las de un puente se llamaban Príncipe Carlos, con Antonio Basurto al frente; San Juan, con José Angeler; Paula segunda, con Pablo de Cózar; Santa Ana, con José Goicoechea y Los Dolores, con Pedro Sánchez. El 13 de septiembre de 1782 las baterías fueron remolcadas hasta su emplazamiento y, comandadas todas por Luis de Córdova, se situaron frente a la ciudad, las más próximas frente al Baluarte del Rey. Las embarcaciones se dispusieron en dos líneas: las baterías de dos puentes las primeras y las de un solo puente detrás. ​En cuanto las baterías hubieron sido ancladas, empezó el bombardeo desde la ciudad pero sin causar grandes daños en ellas.

El fuego de las baterías flotantes

A las 10:25 del 13 de septiembre las baterías de tierra, las explanadas de obuses emplazadas en el istmo, las lanchas cañoneras y las diez baterías flotantes comenzaron al mismo tiempo a abrir fuego contra Gibraltar a un ritmo terrorífico. Desde la ciudad se respondía con todas las fuerzas presentes y desde las 12 de la mañana todas las piezas de artillería utilizaron la bala roja con la esperanza de que las baterías flotantes no fueran como se decía incombustibles.​ En total las diez baterías flotantes contaban con 142 cañones en línea y una dotación de 5260 hombres. Durante toda la mañana continuó el fuego entre ciudad y las baterías hasta que a las 5 de la tarde se declaró un incendio en la Talla Piedra causado precisamente por la bala roja. Al poco tiempo la batería reventaba y tras ella la Pastora y la San Cristóbal. La explosión de las tres baterías pudo oírse en todos los pueblos de los alrededores. Paula primera comenzaba a arder con la detonación de las anteriores y el fuego se extendía al resto.​ Al convencerse de que pronto serían incendiadas y podrían caer en manos enemigas, el general Moreno mandó quemar todas las baterías. Las voladuras se realizaron con tanta precipitación que muchos de sus ocupantes no habían tenido tiempo de desalojarlas. La mayor parte de ellos murieron, así como un gran número de los que se habían arrojado al agua, entre ellos el notable escritor José Cadalso.​ Conmovido por la tremenda masacre que estaba teniendo lugar, el brigadier de marina inglés Roger Curtis mandó acercar varias lanchas a los náufragos, que pusieron a salvo en la ciudad a unos 500 hombres.​ El día 14 llegaba a las playas de la bahía gran cantidad de cadáveres. Se calcula que perecieron más de 2000 hombres en las baterías flotantes y en las lanchas cañoneras que fueron alcanzadas por la munición.

El ingeniero D’Arzon quiso ver en aquella derrota errores en la construcción de las baterías, fallos en el sistema de circulación de agua que debía haber evitado los daños causados por la bala roja, que además no fue nunca probada contra las embarcaciones. La disposición de las baterías frente a la ciudad tampoco fue la que el ingeniero hubiese deseado, pues se encontraban desplazadas de su posición, de modo que la Talla y La Pastora soportaron la mayor parte del fuego enemigo, y el resto de las baterías se encontraba demasiado lejos del muelle norte, punto más débil de la fortificación.

El desastre de las baterías flotantes fue un duro golpe para el ejército sitiador y desde Gibraltar se contemplaba con esperanza la destrucción de aquellos ingenios que, sin embargo, habían causado serios daños en las fortificaciones y numerosas muertes entre los sitiados.

Continúa el sitio

A pesar de todo, el asedio a Gibraltar se mantuvo y desde la parte española se decidió proseguir el bloqueo marítimo para impedir la llegada de víveres. El 10 de octubre las tempestades hicieron perder el navío San Miguel al acercarse demasiado a las murallas de la ciudad y embarrancar frente a ellas. En la ciudad de Gibraltar la escasez de alimentos debía suplirse con la pronta llegada del Almirante Richard Howe.​ Su escuadra fue divisada el 12 de octubre, pero los fuertes vientos la obligaron a alejarse del Estrecho camino de Marbella sin poder descargar. Un día después la escuadra española al mando de Luis de Córdova salía de la bahía de Algeciras para interceptarla. Una maniobra del almirante inglés permitió que la escuadra tomase ventaja y se resguardase en la ensenada de Tetuán, dejando allí varios de los transportes. Más tarde pondría rumbo a Cádiz, donde fue interceptada finalmente por la escuadra española. Tras pequeñas escaramuzas (Batalla del Cabo Espartel del 19 de octubre de 1782), la flota inglesa puso rumbo a Lisboa y la española decidió no seguirla. Mientras tanto los barcos de transporte que habían quedado en Tetuán llegaron a Gibraltar el 15 de octubre con los alimentos necesarios.

En estos días las baterías de los sitiadores no dejaban de disparar contra la muralla de la puerta norte de Gibraltar pero sin llegar a abrir brecha en ella. Las nuevas fortificaciones británicas en la falda de la montaña impedían además las obras en las trincheras y con ellas la correcta reparación de las baterías sitiadoras. Estas fortificaciones excavadas en la roca por idea del sargento mayor Ince en 1782 comenzaron a realizarse el 25 de mayo de ese mismo año. Los primeros trabajos iban encaminados a abrir túneles excavados en la piedra a modo de comunicaciones ocultas entre las baterías de la falda de la montaña pero sin salidas al exterior. Los problemas de ventilación que se presentaron durante su construcción obligaron a los obreros a abrir respiraderos en los que pronto comprendieron que se podrían situar cañones. La Galería Windsor, la primera en ser terminada, estaba operativa en febrero del año siguiente, contaba cuatro cañones y tenía 113 m de longitud. Siguieron dos baterías más: King's line y Queen's line.

La llegada de la paz

Mientras proseguían las hostilidades en Gibraltar, se entablaron de nuevo negociaciones entre Gran Bretaña, España y Francia con vistas a poner fin a la guerra. Las exigencias del rey español incluían siempre la devolución de Gibraltar y se puso sobre la mesa la posibilidad de realizar intercambios con algunas posesiones de ultramar: Francia cedería Martinica y Guadalupe a Gran Bretaña mientras España cedería a Francia en compensación Santo Domingo.​ Sin embargo, se estaban preparando acciones militares conjuntas entre España y Francia encaminadas a conquistar a los ingleses la isla de Jamaica y para ello se estaban embarcando 40 000 soldados y hasta 70 barcos. Ante la inminente amenaza sobre sus dominios americanos, el 30 de enero de 1783 Gran Bretaña ofreció al rey español reanudar las negociaciones. El 3 de septiembre de 1783 se firmó el Tratado de Versalles en el que Gran Bretaña reconocía a España la propiedad de la isla de Menorca, que había sido conquistada poco antes, las dos Floridas y zonas de Honduras y Campeche.​ El tratado no contempló, sin embargo, la cesión de Gibraltar. Tan pronto como se hubieron firmado los primeros acuerdos, se enviaron órdenes para poner fin a los enfrentamientos en el sitio.



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Guerra hispano-estadounidense

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Guerra hispano-estadounidense

La guerra hispano-estadounidense fue un conflicto bélico que enfrentó a España y a los Estados Unidos en 1898, resultado de la intervención estadounidense en la guerra de Independencia cubana. Al final del breve conflicto España fue derrotada y sus principales resultados fueron la pérdida por parte de esta de la isla de Cuba (que se proclamó república independiente, pero quedó bajo tutela de Estados Unidos), así como de Puerto Rico, Filipinas y Guam, que pasaron a ser dependencias coloniales de Estados Unidos. En Filipinas, la ocupación estadounidense degeneró en la guerra filipino-estadounidense de 1899-1902. El resto de posesiones españolas del Pacífico fueron vendidas al Imperio alemán mediante el tratado hispano-alemán del 12 de febrero de 1899, por el cual España cedió al Imperio alemán sus últimos archipiélagos las Marianas (excepto Guam), las Palaos y las Carolinas a cambio de 25 millones de pesetas (17 millones de marcos), ya que eran indefendibles por España. 

El siglo XIX representó para el Imperio español un claro declive, mientras que los Estados Unidos pasaron de convertirse en un país recién fundado a ser una potencia regional media. En el caso español la decadencia, que ya venía de siglos anteriores, se aceleró primero con la invasión napoleónica, que a su vez provocaría la independencia de gran parte de las colonias americanas, y posteriormente la inestabilidad política (pronunciamientos, revoluciones, guerras civiles...) desangraron al país social y económicamente. La difícil defensa española de las colonias ultramarinas se puso de manifiesto durante la crisis de las Carolinas en 1885​. Por contra, a lo largo de ese siglo EEUU se expandió por vía económica (compra de territorios como Luisiana, Alaska...) como militarmente (guerra contra México, lucha contra las tribus indias...) además de recibir gran cantidad de inmigrantes. Ese proceso se interrumpió unos años por la guerra civil estadounidense y la Reconstrucción​, pero la aparición de EEUU como nueva potencia era incuestionable. 
 
Soldados del Ejército de Cuba
Las tensiones por Cuba entre España y EEUU se llevaban teniendo desde los años 1870. España se encontraba en una hipotética guerra contra EEUU en clara desventaja tanto en el aspecto militar (tamaño y capacidades de las flotas de guerra, además de que España llevaba años luchando contra guerrillas de independentistas), el demográfico (en 1890 EEUU tenía más de 62 millones de habitantes por unos 18 millones en España), el geográfico (EEUU luchaba cerca de su territorio, mientras que España tenía que mandar tropas al otro lado del planeta, a Cuba o Filipinas), el económico-industrial (EEUU tenía grandes zonas industrializadas, mientras que España era principalmente agrícola). Sin embargo la agitación nacionalista española, en la que la prensa escrita tuvo una influencia clave, provocó que el gobierno español no pudiera ceder y vender Cuba a EEUU como por ejemplo antes había vendido Florida a ese país en 1821. Si el gobierno español vendía Cuba sería visto como una traición por una parte de la sociedad española y probablemente habría habido una revolución (otra vez). Así que el gobierno prefirió librar una guerra perdida de antemano, antes que arriesgarse a una nueva revolución, es decir optó por una "demolición controlada" para preservar el Régimen de la Restauración.

La guerra fue relativamente breve. La explosión del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898 fue el casus belli de esta guerra. Aún hoy se sigue discutiendo si fue un accidente, un ataque intencionado español o un ataque de "bandera falsa" de los propios estadounidenses. Entonces la opinión pública estadounidense, convenientemente agitada por sus medios de comunicación (como la prensa amarilla), clamaba venganza y la guerra se declaró oficialmente un mes después. Aunque para las tropas estadounidenses la lucha en territorio cubano no fue tan favorable como se esperaban (Batalla de El Caney y Batalla de las Colinas de San Juan), las dos incontestables victorias navales estadounidenses (la batalla naval de Cavite en Filipinas el 1 de mayo, y la batalla naval de Santiago de Cuba el 3 de julio) provocaron que el gobierno español pidiera en verano negociar la paz, que por intermediación de Francia, se plasmaría en el Tratado de París el 10 de diciembre. Las últimas colonias en el océano Pacífico se venderían al año siguiente al Imperio alemán por ser indefendibles.
 
La derrota y pérdida de los últimos vestigios del Imperio español (salvo posesiones africanas) fue un profundo shock para la psique nacional de España y provocó una profunda revaluación filosófica y artística de la sociedad española conocidos como el Regeneracionismo y la Generación del 98​. Estados Unidos ganó varias posesiones insulares en todo el mundo, lo que provocó un polémico debate sobre un país que oscilaba entre el aislacionismo y el expansionismo​.  

Antecedentes y causas de la guerra

Los Estados Unidos, que no participaron en el reparto de África ni de Asia y que desde principios del siglo XIX estaban llevando a cabo una política expansionista, fijaron su área de expansión inicial en la región del Caribe y, en menor medida, en el Pacífico, donde su influencia ya se había dejado sentir en Hawái y Japón. Tanto en una zona como en otra se encontraban valiosas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico en el Caribe, Filipinas, las Carolinas y las Marianas y las Palaos en el Pacífico), que resultaron ser presas fáciles, debido a la fuerte crisis política que sacudía su metrópoli desde el final del reinado de Isabel II.

En el caso de Cuba, su fuerte valor económico, agrícola y estratégico ya había provocado numerosas ofertas de compra de la isla por parte de varios presidentes estadounidenses (John Quincy Adams, James Polk, James Buchanan y Ulysses S. Grant), que el gobierno español siempre rechazó. Cuba no solo era una cuestión de prestigio para España, sino que se trataba de uno de sus territorios más ricos y el tráfico comercial de su capital, La Habana, era comparable al que registraba en la misma época Barcelona.
 
A esto se añade el nacimiento del sentimiento nacional en Cuba, que desde la Revolución de 1868 había ido ganando adeptos, el nacimiento de una burguesía local y las limitaciones políticas y comerciales impuestas por España que no permitía el libre intercambio de productos, fundamentalmente azúcar de caña, con los EE. UU. y otras potencias. Los beneficios de la burguesía industrial y comercial de Cuba se veían seriamente afectados por la legislación española. Las presiones de la burguesía textil catalana habían llevado a la promulgación de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel Cánovas (1891),​ que garantizaban el monopolio del textil barcelonés gravando los productos extranjeros con aranceles de entre el 40 y 46 %, y obligando a absorber los excedentes de producción.19​​ La extensión de estos privilegios en el mercado cubano asentó la industrialización de la región catalana durante la crisis del sector en la década de 1880, anulando sus problemas de competitividad,​ a costa de los intereses de la industria cubana, lo que fue un estímulo esencial de la revuelta. 

Los supervivientes del destacamento de Baler
La primera sublevación desembocaría en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) bajo la dirección de Carlos Manuel de Céspedes, un hacendado del oriente de Cuba. La guerra culminó con la firma de la Paz de Zanjón, que no sería más que una tregua. Si bien este pacto hacía algunas concesiones en materia de autonomía política y pese a que en 1880 se logró la abolición de la esclavitud en Cuba, la situación no contentaba completamente a los cubanos debido a su limitado alcance. Por ello los rebeldes volvieron a sublevarse de 1879 a 1880 en la llamada Guerra Chiquita.

Por otra parte, José Martí, escritor, pensador y líder independentista cubano, fue desterrado a España en 1871 a causa de sus actividades políticas. Martí en un principio tiene una posición pacifista, pero con el pasar de los años su posición se radicaliza. Es por esto que convoca a los cubanos a la «guerra necesaria» por la independencia de Cuba. Con tal fin, crea el Partido Revolucionario Cubano bajo el cual se organiza la Guerra del 95.
 
La escalada de recelos entre los gobiernos de Estados Unidos y España fue en aumento, mientras en la prensa de ambos países se daban fuertes campañas de desprestigio contra el adversario. En América, mediante historietas normalmente inventadas o manipuladas, se insistía una y otra vez en la valentía de los héroes cubanos, a los que se mostraba como unos libertadores luchando por liberarse del yugo de un gobierno y un país que era descrito como tiránico, corrupto, analfabeto y caótico. Por su parte, los españoles, que no tenían ninguna duda de la intención de Estados Unidos por anexionarse la isla, dibujaban a unos hacendados avariciosos y arrogantes, sostenidos por una nación de ladrones indisciplinados, sin historia ni tradición militar, a los que España debería dar una lección. 

Cada vez parecía más inminente el desencadenamiento del conflicto entre dos potencias que otros países consideraban de segunda: un país impetuoso, joven y todavía en desarrollo, que buscaba hacerse un hueco en la política mundial a través de su economía creciente, y otro viejo, que intentaba mantener la influencia que le quedaba de sus antiguos años de gloria. Los líderes estadounidenses vieron en la disminuida protección de las colonias, producto de la crisis económica y financiera española, la ocasión propicia de presentarse ante el mundo como la nueva potencia mundial, con una acción espectacular. De hecho esta guerra fue el punto de inflexión en el gran ascenso de la nación estadounidense como poder mundial, pero para su antagonista significó la acentuación de una crisis que tocaría fondo con una guerra civil en el siguiente siglo y no se resolvería hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando España finalmente logra recomponerse.
 
Ninguno de ambos bandos tenía gran experiencia militar reciente. Las últimas campañas bélicas de EE. UU. se remontaban a su guerra civil (1861-65) y las campañas contra los indígenas de los Estados Unidos (en torno a 1870-90). En el caso español, además del conflicto independentista de Cuba y Filipinas, sus últimas experiencias bélicas fueron la Tercera Guerra Carlista (1872-76) y la Guerra de Margallo en Marruecos (1893-94).  

Prolegómenos de la guerra

El de Cuba no era el primer conflicto internacional desatado por el control de las colonias españolas. En 1885, el Imperio alemán intentó extender su dominio sobre el noreste de Papúa a las islas Carolinas, donde se preveía establecer un protectorado debido a su valor estratégico. La intentona dio lugar a la crisis de las Carolinas y fue duramente combatida por España, que estaba presente en el archipiélago desde 1521 y había reclamado su soberanía por primera vez en 1667; no obstante, los alemanes (al igual que en otras ocasiones habían hecho los británicos) argüían que España las había abandonado al eliminar la presencia militar en 1787, si bien la actividad misionera y comercial se había reanudado posteriormente y mantenido durante todo el siglo XIX. La mediación del papa León XIII terminó, al igual que en otras ocasiones, con el reconocimiento de la soberanía española, aunque se permitió a los alemanes establecer una estación naval y un depósito de carbón en una de las Carolinas.
 
En Cuba la situación militar española era complicada. Los mambises, dirigidos por Antonio Maceo y Máximo Gómez, controlaban el campo cubano quedando solo bajo control colonial las zonas fortificadas y las principales poblaciones. El capitán general español Weyler, designado para la isla, decidió recurrir a la política de Reconcentración, consistente en concentrar a los campesinos en «reservas vigiladas». Con esta política pretendía aislar a los rebeldes y dejarlos sin suministros. Estas reservas vigiladas provocaron que empeorara la situación económica del país, que cesó de producir alimentos y bienes agrícolas. Se supone que alrededor de 200 000-400 000 cubanos murieron a causa de ellas. 

Esta situación hizo que se radicalizara aún más el proceso independentista y la exacerbación del odio hacia el dominio colonial. En La Habana, se sucedían manifestaciones y enfrentamientos entre los sectores independentistas y españolistas. Por otra parte, muchos cubanos influyentes reclamaban insistentemente en Washington la intervención estadounidense. El gobierno de los Estados Unidos, viendo la posibilidad de que el ejército independentista en Cuba lograra derrocar finalmente al español, y con ello perder la posibilidad de controlar la isla, se decide a intervenir​. El gobierno español se hallaba en una encrucijada: si iba a la guerra la derrota era segura por la diferencia de recursos con la que contaba un bando y otro; pero si concedía la independencia a Cuba o se la vendía a EE. UU. casi seguro habría una revolución que derrocaría el régimen de la restauración, con posible vuelta de golpes de estado, revoluciones, y guerras civiles que habían marcado las anteriores décadas en España durante el siglo XIX. Los dirigentes políticos finalmente prefirieron una guerra perdida de antemano ya que conocían la superioridad del enemigo, pero optaron por no enfrentarse a una población que había sido convencida del triunfo por una prensa irresponsable y sensacionalista, y que no habría permitido que el ejército no actuara ante un ataque contra el "territorio nacional" (Cuba no era considerada una colonia, sino una provincia más del país; pero tanto legalmente como de hecho era administrada como una colonia).
 

El hundimiento del Maine e inicio de la guerra

El gobierno estadounidense envió a La Habana el acorazado de segunda clase Maine. El viaje era más bien una maniobra intimidatoria y de provocación hacia España, que se mantenía firme en el rechazo de la propuesta de compra realizada por los Estados Unidos sobre Cuba y Puerto Rico. El 25 de enero de 1898, el Maine entró en La Habana sin haber avisado previamente de su llegada, lo que era contrario a las prácticas diplomáticas tanto de la época como actuales. En correspondencia a este hecho, el gobierno español envió al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York.  

El acorazado Maine entrando en la bahía de La Habana
A pesar de lo inoportuno de la visita, la población habanera permanecía tranquila y expectante y parecía que el capitán general, Ramón Blanco, controlaba perfectamente la situación. Por otra parte, a pesar de que el Maine tuvo un gélido recibimiento por parte de las autoridades españolas, Ramón Blanco y el capitán del navío, Charles Dwight Sigsbee, simpatizaron desde el primer momento y se hicieron amigos.

Sin embargo, a las 21:40 del 15 de febrero de 1898, una explosión iluminó el puerto de La Habana: el Maine había saltado por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 254 marineros y dos oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile dado en su honor por las autoridades españolas.

Sin esperar el resultado de una investigación, la prensa de William Randolph Hearst publicó al día siguiente el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo». 
 
A fin de determinar las causas del hundimiento, se crearon dos comisiones de investigación, una española y otra estadounidense, puesto que estos últimos se negaron a una comisión conjunta. Los estadounidenses sostuvieron desde el primer momento que la explosión había sido provocada y externa. La conclusión española fue que la explosión era debida a causas internas. Los españoles argumentaron que no podía ser una mina como pretendían los estadounidenses, pues no se vio ninguna columna de agua y, además, si la causa de la explosión hubiera sido una mina, no tendrían que haber estallado los pañoles de munición. En el mismo sentido, hicieron notar que tampoco había peces muertos en el puerto, lo que sería normal en una explosión externa. 

Tradicionalmente ha sido una opinión muy extendida entre los historiadores cubanos y españoles el creer que la explosión fue provocada por los propios estadounidenses para utilizarla como excusa para su entrada en la guerra en una operación de bandera falsa. Algunos estudios desde la década de 1970 hasta la actualidad apuntan a una explosión accidental de la santabárbara, motivada por el calentamiento de los mamparos que la separaban de la carbonera contigua, que en esos momentos estaba ardiendo.
 
Otros estudios recientes han señalado que, dados los desperfectos causados por la explosión, si la misma hubiera sido provocada por algún artefacto externo, esta habría hecho al barco saltar (literalmente) del agua. Algunos de los documentos desclasificados por el gobierno de EE. UU. sobre la Operación Mangosta (proyecto para la invasión de Cuba posterior al fracaso de bahía de Cochinos) avalan la polémica hipótesis de que la explosión fue causada en realidad por el propio gobierno de EE. UU. con el objeto de tener un pretexto para declarar la guerra a España. 

Soldados insurrectos cubanos que luchaban contra España
España negó desde el principio que tuviera algo que ver con la explosión del Maine, pero la campaña mediática realizada desde los periódicos de William Randolph Hearst, hoy día el Grupo Hearst, uno de los principales imperios mediáticos del mundo, convencieron a la mayoría de los estadounidenses de la culpabilidad de España, a pesar de las críticas de algunos intelectuales estadounidenses, como el poeta Edgar Lee Masters.
 
Estados Unidos acusó a España del hundimiento y declaró un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba, además de empezar a movilizar voluntarios antes de recibir respuesta.​ Por su parte, el gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine y se negó a plegarse al ultimátum estadounidense, declarándole la guerra en caso de invasión de sus territorios, aunque, sin ningún aviso, Cuba ya estaba bloqueada por la flota estadounidense. En cuanto al hundimiento del Maine, varios estudios posteriores han llegado a la conclusión de que lo más probable es que la explosión fuese provocada desde dentro del buque, debido a una ignición de la santabárbara, común en los buques estadounidenses de la época. 
 
Comenzó así la Guerra hispano-estadounidense, que con posterioridad se extendió a otras colonias españolas como Puerto Rico, Filipinas y Guam. 

En 1975, el almirante estadounidense Hyman G. Rickover, al frente de un equipo de investigadores, reunió todos los documentos e informes de las comisiones encargadas de la investigación en 1898, las de 1912, cuando se extrajeron los restos del buque, y cuantas declaraciones, publicaciones y fotografías pudo obtener. Después de un exhaustivo análisis de todo el material dictaminó sin lugar a dudas "que una fuente interna fue la causa de la explosión del Maine”.
 

Desarrollo del conflicto

Con anterioridad a los hechos del Maine, Estados Unidos ya había ordenado a su flota del Pacífico que se dirigiera a Hong Kong e hiciera allí ejercicios de tiro hasta que recibiera la orden de dirigirse a las Filipinas y a la isla de Guam. 

Tres meses antes también se había decretado bloqueo naval a la isla de Cuba sin que mediara declaración de guerra alguna, y cuando finalmente se declaró esta, se hizo con efectos retroactivos al comienzo del bloqueo. 
 
Teatro de operaciones en el Pacífico
Las tropas de Estados Unidos rápidamente arribaron a Cuba. La Armada de los Estados Unidos destruyó dos flotas españolas, una en la batalla de Cavite, en Filipinas, y otra en la batalla naval de Santiago de Cuba cuando la flota española intentaba sin casi esperanza escapar a mar abierto. Sin embargo, los españoles solo habían logrado hundir un barco estadounidense en toda la guerra: el USS Merrimac. Por si fuera poco, algunas de las mejores unidades de la armada como el Acorazado Pelayo o el crucero Carlos V no intervinieron en la guerra​ a pesar de ser superiores a sus contrapartidas estadounidenses, aumentado la sensación entre algunos de que se estaba asistiendo a una "demolición controlada" por parte del gobierno español de colonias ingobernables que se iban a perder más pronto que tarde para evitar que el régimen de la restauración colapsara (de hecho, las pocas posesiones que España conservó tras esta guerra fueron vendidas en 1899 a Alemania). Finalmente, el gobierno español pidió en julio negociar la paz.

A pesar de su superioridad numérica las tropas de los EEUU se atascaron en la Batalla de las Colinas de San Juan, donde sufrieron más bajas que las tropas españolas debido, entre otros motivos, que estas tenían más experiencia y un fusil, el Mauser Modelo 1893, superior a los fusiles Springfield yankis. No obstante al final Santiago de Cuba se rindió el 16 de julio. Algunas cifras estiman los fallecidos en la campaña, que culminó con la toma de Santiago, en alrededor de 600 por la parte española, 250 por la estadounidense y 100 por la cubana. A pesar de que la guerra fue ganada principalmente por el apoyo de los mambises, el general Shafter impidió la entrada victoriosa de los cubanos en Santiago de Cuba, bajo el pretexto de «posibles represalias».
 
El 25 de julio, el general Nelson A. Miles, con 3300 soldados, desembarcó en Guánica comenzando la ofensiva terrestre en Puerto Rico. Las tropas de EE. UU. encontraron resistencia a comienzos de la invasión. La primera escaramuza entre los estadounidenses y las tropas españolas y portorriqueñas tuvo lugar en Guánica, y la primera resistencia armada se produjo en Yauco, en lo que se conoce como el Combate de Yauco. Este encuentro fue seguido por los combates de Fajardo, Guayama, Coamo y por el del Asomante. Toda una serie de operaciones navales como el bloqueo de las costas de Cuba y el bombardeo de las fortificaciones españolas en San Juan de Puerto Rico, por el acorazado USS Iowa, el crucero acorazado USS Nueva York y otros buques de guerra, el apoyo proveniente de los cañones de la armada estadounidense contra las costas y los desembarcos del ejército en Cuba y Puerto Rico llevaron al rápido final de la contienda. Estados Unidos nunca pudo apropiarse de Puerto Rico ni ocupar la isla, lo cual terminó pasando por la rendición de España por sus derrotas en Filipinas y Cuba. 

Mapa de la campaña militar de Santiago de Cuba.


El 13 de agosto se dio la batalla de Manila, la última de la guerra. Tropas estadounidenses capturan Manila (capital de Filipinas) en una batalla que en realidad fue pactada con los españoles para evitar que cayera en manos de los insurgentes filipinos.

Consecuencias

Tras conocerse el hundimiento de las dos flotas, el gobierno de Sagasta pidió la mediación de Francia para entablar negociaciones de paz con Estados Unidos que tras la firma del protocolo de Washington el 12 de agosto, comenzaron el 1 de octubre de 1898 y que culminaron con la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre​. «Calificada como absurda e inútil por gran parte de la historiografía, la guerra contra EE UU se sostuvo por una lógica interna, en la idea de que no era posible mantener el régimen monárquico si no era a partir de una derrota militar más que previsible», afirma Suárez Cortina.​ Un punto de vista que es compartido por Carlos Dardé: «Una vez planteada la guerra, el gobierno español creyó que no tenía otra solución que luchar, y perder. Pensaron que la derrota —segura— era preferible a la revolución —también segura—». Conceder «la independencia a Cuba, sin ser derrotado militarmente… hubiera implicado en España, más que probablemente, un golpe de Estado militar con amplio apoyo popular, y la caída de la monarquía; es decir, la revolución». Como dijo el jefe de la delegación española en las negociaciones de paz de París, el liberal Eugenio Montero Ríos: «Todo se ha perdido, menos la Monarquía». O como dijo el embajador norteamericano en Madrid: los políticos de los partidos dinásticos preferían «las probabilidades de una guerra, con la seguridad de perder Cuba, al destronamiento de la monarquía»​. Hubo oficiales españoles en Cuba que manifestaron «el convencimiento de que el gobierno de Madrid tenía el deliberado propósito de que la escuadra fuera destruida lo antes posible, para llegar rápidamente a la paz». 

Mediante los acuerdos de París del 10 de diciembre de 1898, se concuerda la futura independencia de Cuba, que se concretará en 1902, y España cede Filipinas, Puerto Rico y Guam.​ Las restantes posesiones españolas en Oceanía (islas Marianas, Carolinas y Palaos), incapaces de ser defendidas debido a su lejanía y la destrucción de buena parte de la flota española, fueron vendidas a Alemania en 1899 por 25 millones de pesetas, por el tratado germano-español. 
 
Art. 1°. España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, éstos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que, por el hecho de ocuparla, les impuso el derecho internacional (...)

Art 2°. España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam en el archipiélago de las Marianas o Ladrones.

Art. 3°. España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las islas Filipinas (...).

Art. 5°. Los Estados Unidos (...) transportarán a España, a su costa, a los soldados españoles que hicieron prisioneros de guerra las fuerzas estadounidenses al ser capturada Manila.
Tratado de París del 10-12-1898
 
 
EL Reina Mercedes, hundido en la bahía de Santiago de Cuba
En España el resultado de la guerra se vivió como una tragedia, pero solo entre la clase intelectual (lo que dará lugar al Regeneracionismo y a la Generación del 98), ya que la mayoría de la población era analfabeta y vivía bajo el régimen del caciquismo. El desastre no tuvo nada de excepcional en el contexto de la época: ese mismo año los franceses habían tenido que retirarse vergonzosamente ante los británicos en el incidente de fachoda, los portugueses también habían tenido que ceder ante ellos en 1890, los italianos fueron humillados por nativos en Abisinia en 1896, China era un estado dominado por los extranjeros y los rusos fueron severamente derrotados por los japoneses en 1905, entre otros ejemplos. 
 
Al terminar la guerra surgió una polémica interna en los Estados Unidos al respecto del destino de las colonias recientemente adquiridas. Hubo quien sostuvo el argumento de preparar a las naciones subdesarrolladas para la democracia y quienes defendían el principio de autodeterminación nacional que figura en la Declaración de Independencia estadounidense. En Filipinas, los insurgentes que habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de Estados Unidos en una guerra que duró tres años y provocó la muerte de un millón de filipinos. Muchos intelectuales, como el filósofo William James y el presidente de la Universidad Harvard, Charles Eliot, un conocido opositor al imperialismo estadounidense, denunciaron estas acciones como traición de los valores estadounidenses. 
 
Pese a las críticas de los antiimperialistas, Estados Unidos comenzó a gravitar cada vez con más fuerza en toda el área del Caribe. El presidente Theodore Roosevelt propuso construir un canal interoceánico en Centroamérica, y en 1903 ofreció al gobierno colombiano comprar una franja de tierra de lo que hoy es Panamá.

Al mismo tiempo que Colombia rechazaba la oferta de Roosevelt, se desató una rebelión en el área designada para la ubicación del canal. Roosevelt apoyó la revuelta y rápidamente emancipación de Panamá frente a Colombia. Unos días después, el francés Philippe-Jean Bunau-Varilla, quien viajó a Washington como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la naciente República de Panamá, vendió a Estados Unidos la zona del canal. En 1914, el canal de Panamá se abrió al tráfico marítimo.

Las tropas estadounidenses abandonaron Cuba en 1902, pero se exigió a la nueva nueva república que otorgara bases navales a Estados Unidos. Asimismo se prohibió a Cuba suscribir tratados que pudieran atraerla a la órbita de otra potencia extranjera. También se garantizó la capacidad de intervención de Estados Unidos en el nuevo estado a través de la Enmienda Platt, vigente hasta 1934. A Filipinas se le concedió un autogobierno limitado en 1907 e independencia absoluta en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial. En 1952 el Congreso de los Estados Unidos aprueba para el territorio no incorporado de Puerto Rico un gobierno propio limitado. 
 
El crucero protegido estadounidense USS Olympia
Económicamente la guerra cambió el transcurso de la economía en España, ya que después de la guerra grandes cantidades de capital en poder de los españoles en Cuba y los Estados Unidos fueron devueltos a la península e invertidos en España. Este flujo masivo de capital (equivalente al 25% del producto interno bruto de un año) ayudó a desarrollar las grandes empresas modernas en España en las industrias del acero, química, financiera, mecánica, textil, astillero y energía eléctrica​. Sin embargo, las consecuencias políticas fueron serias. La derrota en la guerra comenzó el debilitamiento de la frágil estabilidad del régimen político conocido como "la Restauración" que había sido establecida anteriormente por el gobierno de Alfonso XII. No obstante este régimen aguantaría treinta años más, incluyendo la neutralidad en la primera guerra mundial, hasta la proclamación de la II República en 1931. De hecho, la pérdida de las últimas posesiones coloniales en América y en Oceanía fue un factor que ayudó a España a mantener la neutralidad en las dos guerras mundiales del siguiente siglo.

Pocos años después de la guerra, durante el reinado de Alfonso XIII, España mejoró su posición comercial y mantuvo estrechas relaciones con Estados Unidos, lo que provocó la firma de tratados comerciales entre ambos países en 1902, 1906 y 1910. España giraría su punto de atención hacia sus posesiones en África (especialmente el norte de Marruecos) y se empezaría a rehabilitar internacionalmente tras la Conferencia de Algeciras de 1906.

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Rebelión de los comuneros, Colombia

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Rebelión de los comuneros

La rebelión de los comuneros,​ también denominada insurrección o levantamiento de los comuneros, fue un movimiento armado gestado en el Virreinato de la Nueva Granada en marzo de 1781, en el marco de las múltiples protestas que se generaron al avance del reformismo borbón en América durante el gobierno de Carlos III. Tuvo su epicentro en la localidad de El Socorro, perteneciente a lo que hoy es el departamento de Santander (Colombia). La insurrección se desencadenó por la implementación de reformas fiscales y económicas en el novel virreinato que implicaron una mayor carga fiscal sobre la población, el avance sobre ciertos privilegios y exenciones y la restricción del cultivo de tabaco, que afectó sensiblemente a los productores locales. Medidas que alimentaron un clima generalizado de descontento que cristalizó en la insurrección y se dirigió especialmente contra las autoridades locales que implementaron las reformas. 

El Visitador Regente

Para garantizar los cobros se hizo la figura del Visitador Regente, que en principio debía ser un jefe administrativo del virrey, pero que en la práctica iba más allá. Los primeros nominados eran funcionarios muy de la confianza de la Corona (especialmente de sus ministros). La regencia de la Nueva Granada se entregó a Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres. La actitud en búsqueda de ingresos fiscales emprendida por este regente provocó en 1781 la rebelión de los Comuneros. Gutiérrez resucitó el antiguo impuesto de la Armada de Barlovento o impuesto a las ventas que afectaba severamente a las gentes de la región de Guanentá en el actual departamento de Santander (Colombia).


La insurrección de 1781

Aunque ya en 1752 y entre 1764 y 1767 habían estallado motines contra el monopolio del aguardiente fueron las medidas tomadas a fines de la década de 1770 las que provocaron que el nuevo levantamiento tomara una magnitud sin precedentes. En 1779 una fuerza de 1.500 indígenas se rebelaron pero resultaron dispersados. 

El comunero Francisco de Medina
En los últimos meses de 1780 hubo motines contra los guardas de la renta del tabaco en Simacota, Mogotes y Charalá, pero la cabeza del movimiento fue la ciudad del Socorro, en donde el 16 de marzo de 1781 Manuela Beltrán rompió el edicto referente a las nuevas contribuciones a los gritos de “viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento”. Los Comuneros reunidos en El Socorro recibieron el Manifiesto Comunero que llegó de Simacota, escrito por Fray Ciriaco de Archila, dominico que vivía en su convento de Santa Fe de Bogotá. 

En sus comienzos los protagonistas visibles eran los pobres, tanto mujeres como hombres. Las revueltas comenzaron luego a ser dirigidas por personas un poco mejor ubicadas social y económicamente (comerciantes, carniceros, pequeños agricultores) y la rebelión tomó forma. La presión logró que algunos hombres de prestigio se comprometieran en ella. También se incorporaron indígenas, liderados por Ambrosio Pisco, un cacique rico. Ellos agregaron al pliego de demandas la devolución de tierras tomadas a las comunidades amerindias. 
 
Como general de los insurrectos fue elegido el terrateniente Juan Francisco Berbeo, regidor local, en asocio de Salvador Plata, Antonio Monsalve, y Francisco Rosillo, quienes constituyeron la junta llamada “El Común” de donde les vino el nombre de “Comuneros”. Se reunieron en el Socorro cerca de 4.000 hombres que marcharon en dirección a Santafé (hoy Bogotá). 

En el camino se agregaron voluntarios de otras poblaciones hasta completar un cuerpo de 18.000 ó 20.000 hombres​ y en el Puente Real (hoy Puente Nacional), cerca a Vélez, se encontraron con la pequeña tropa enviada desde Santafé a órdenes de José Osorio y del capitán Joaquín de la Barrera, quienes no pudieron interrumpir el avance de los comuneros y, mientras el regente Gutiérrez de Piñeres salía en precipitada marcha hacia Cartagena de Indias para buscar la protección del Virrey Flórez, el gobierno acordó impedir la llegada comunera a Santafé y designó como legatarios negociadores al oidor Vasco y Vargas y al alcalde don Eustaquio Galavís. El arzobispo (y después virrey) Antonio Caballero y Góngora ayudó en las negociaciones con su presencia y sus discursos a la muchedumbre.
 

Las capitulaciones de Zipaquirá

A mediados de mayo de 1781 el arzobispo Caballero y Góngora accedió a la firma del documento (aunque él mismo no rubricó lo pactado con los comuneros, sino que lo hicieron el alcalde Galavís y el oidor Vasco)​ que fue llamado las Capitulaciones de Zipaquirá. Este nombre se le dio por estar el documento dividido en capítulos y no porque la firma de los insurrectos significara de algún modo una rendición de su parte. Entre otros, los puntos más destacados del documento fueron:

➤ Derogación o disminución de los impuestos que no habían sido consultados con la población. De forma unánime, se exigió la eliminación del tributo de la Armada de Barlovento, y la disminución en las tarifas de las contribuciones sobre el tabaco y el aguardiente.
 
➤ Devolución de algunos resguardos y minas de sal a los indígenas, reducción de la tarifa de sus tributos y la derogación del diezmo.
 
➤ Eliminación del tributo que debían pagar los negros libertos.
 
➤ Restitución de los criollos en algunos cargos públicos que habían sido ocupados por los españoles después de las reformas borbónicas.
 
Un sector del movimiento representado por los criollos, en su mayoría, aceptó las capitulaciones y regresaron tranquilamente a sus casas. Sin embargo algunos miembros de la revuelta, encabezados por José Antonio Galán, desconfiaron de la celeridad con que fueron aceptadas las condiciones por parte de los negociadores y el arzobispo y prosiguieron la lucha.  

En una reunión posterior de las autoridades de Santa Fe se acordó la nulidad de las Capitulaciones, y el Virrey desde Cartagena ordenó la captura de Galán y la de los demás comuneros que aún proseguían con el movimiento. En febrero de 1782 Galán fue apresado y ejecutado junto a Lorenzo Alcantuz y a otros comuneros. 
 
El movimiento comunero fracasó pero dejó en claro a los criollos la desconfianza que debían tener frente a las autoridades españolas. Las Capitulaciones de Zipaquirá no fueron más que un instrumento de las autoridades coloniales para ganar tiempo mientras se reforzaba la capital con tropas enviadas desde Cartagena. Sin embargo el movimiento demostró la debilidad del gobierno español y sacó a la luz las profundas contradicciones en las que se encontraba la sociedad granadina de finales del siglo XVIII. 

La comisión de negociadores parlamentó con los jefes de los sublevados en El Mortiño (cerca de Zipaquirá, Cundinamarca), quienes presentaron un pliego de 35 demandas. La comisión decidió acceder a todas las demandas y se firmaron unas capitulaciones que fueron aprobadas por la Audiencia. En ellas se rebajaban ciertos impuestos, se suprimían otros, se atenuaban sus recaudos y se convenía en dar preferencia a los americanos sobre los españoles para algunos cargos en los que éstos eran mal vistos. También se acordó perdonarles toda falta a los comuneros.

La negociación finalizó con un juramento ante los Evangelios y una misa solemne presidida por el Arzobispo Caballero y Góngora, quien procedió a convencer a los insurrectos de marchar a sus hogares.
 
En las Capitulaciones de Zipaquirá, que Berbeo y los Comuneros negociaron con la comisión oficial, encontramos presentes la defensa de las tradiciones jurídicas de los pueblos, el reclamo por la supresión y por la rebaja de los impuestos, la libertad de cultivo y de libre comercio del tabaco, la mejora de los caminos y de los puentes, el acceso de los americanos a los altos puestos administrativos, la devolución de los resguardos y de las salinas a los indígenas, así como otras reivindicaciones semejantes. 

Incumplimiento de las capitulaciones

El virrey Manuel Antonio Flórez, quien se encontraba en Cartagena de Indias, desconoció las capitulaciones con el argumento de que habían sido firmadas bajo amenaza, y envió el regimiento fijo desde esa ciudad para implantar la autoridad en Santa fe. Todo volvió a su antiguo estado. Un grupo de comuneros al mando de José Antonio Galán decidió levantarse de nuevo. En represalia, él y sus compañeros Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz, y Manuel Ortiz, recibieron castigos ejemplares. 

Cartagena de Indias (Colombia)
Galán fue ejecutado en enero de hoy de 1782 junto con los otros tres jefes comuneros; se les quitaron los pies, las manos y la cabeza y éstas fueron expuestas en jaulas en las plazas públicas de la capital virreinal y de los pueblos más activos de la rebelión. Sus descendientes fueron declarados infames, todos sus bienes fueron confiscados y sus hogares destruidos y regados con sal. El cacique Ambrosio Pisco fue encarcelado en Cartagena y pese a que luego fue indultado, nunca pudo volver al interior del país. Otros dirigentes fueron sentenciados a sufrir 200 latigazos, vergüenza pública y prisión en África. Muchos campesinos sin tierra fueron enviados a Panamá, donde perecerían por cuenta de las inclemencias del malsano clima tropical. Las pocas penas impuestas a los participantes más ricos fueron mucho menos horrendas; algunos simplemente fueron encarcelados en Cartagena y después fueron indultados. Mucha gente se dispersó a las zonas periféricas por temor a las represalias. 


Levantamientos en otros lugares

En junio de 1781 fue muerto por un levantamiento en Pasto motivado por la imposición del "Estanco", don José Ignacio Paredo, teniente gobernador de Popayán. Igualmente se sublevaron Neiva, Guarne, Tumaco, Hato de Lemos (La Unión), Casanare y Mérida con los Comuneros de Los Andes como reflejo del movimiento en Socorro.

La revuelta también se extendió a la región de Antioquia con los comuneros de Guarne, con los de Sopetrán y Sacaojal, quienes pedían también el libre cultivo del tabaco. Los de Guarne solicitaban igualmente que se reconociera el derecho de mazamorreo (lavar el oro en las arenas de los ríos), como también que en el valle de San Nicolás de Rionegro no gobernaran los forasteros en el ramo de la justicia. Es de notar la casi simultánea emergencia de movimientos con reivindicaciones semejantes en casi toda la Sudamérica española, incluyendo el movimiento de Túpac Amaru II.
 

Consecuencias del movimiento

Fuera del aspecto económico, que tuvo como fin la lucha contra los impuestos, la revuelta abarcó aspectos sociales y políticos, ya que una de las estipulaciones contenidas en la capitulación era la preferencia de los americanos para la provisión de ciertos empleos, lo que implicaba ya una cierta alteración importante en el régimen colonial. Por otra parte, también se aspiró a rehabilitar la raza indígena, y Galán proclamó la libertad de los esclavos en las minas cerca de Mariquita (Tolima). Este fue uno de los cargos por los cuales se condenó a muerte a los sublevados. 
 
Pese a sus reivindicaciones coyunturales y a su declaración en pro de la autoridad real el movimiento comunero ha sido visto por varios autores como un anticipo de la Independencia americana, en la medida en que aquel fue una expresión de furia popular contra los funcionarios españoles y también una aspiración a tener gobiernos con participación criolla.
 
 
 

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