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Los íberos, la adaptable cultura del levante peninsular

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Los íberos, la adaptable cultura del levante peninsular


Entre los pueblos prerromanos de la península Ibérica, los íberos son uno de los que conocemos mejor, gracias a la gran cantidad de restos arqueológicos y a su relación comercial con otros pueblos del Mediterráneo.
Los griegos denominaron íberos a los pueblos que vivían en la cuenca del río Íber, como se conocía antiguamente al Ebro; y más adelante ampliaron este gentilicio a todos los pueblos de la costa oriental y sureste de la península Ibérica. En realidad, lo que llamamos cultura íbera es más bien un conjunto de culturas hermanas con un elemento unificador: la lengua que hablaban, e incluso esta presentaba variantes, una septentrional y una meridional.

Poblado íbero de Ullastret (Cataluña).

La heterogeneidad es la marca característica de los íberos, que más que por sus rasgos comunes se definen en oposición a los pueblos de influencia celta que ocupaban la mayoría de la península. Esta diferencia apoya la tesis de que su origen se encuentra fuera de la península, aunque se desconoce dónde exactamente. La teoría más aceptada los relaciona con la cultura llamada “de los campos de urnas”, por las necrópolis formadas por urnas que contenían los restos cremados de sus difuntos: esta se extendió desde el Danubio hasta el este de la península Ibérica y su penetración al sur de los Pirineos explicaría el predominio del factor celta en el resto de la península.

El desarrollo de cada una de las tribus íberas parece haber sido acorde con los pueblos con los que entraron en contacto: los íberos del sureste recibieron una mayor influencia fenicia y tartésica, mientras que los del noreste tomaron más elementos griegos; del mismo modo, las culturas litorales absorbieron más influencias mediterráneas que las del interior.

Una rica cultura

En comparación con otros pueblos prerromanos como los tartésicos, de los íberos se han encontrado muchos y variados ejemplos de cultura material y yacimientos, que permiten reconstruir con bastante detalle su modo de vida.

Se trataba de una cultura mayoritariamente agrícola, cuyos excedentes se dedicaban a dos fines: la producción de artesanía y el comercio con otros pueblos. A juzgar por la gran cantidad de cerámicas y enseres de producción textil que han sido hallados con frecuencia en los ajuares, estas eran sus dos actividades principales de artesanía, en especial la primera, puesto que en los yacimientos se han encontrado estructuras que han sido identificadas como hornos para cocer la cerámica, lo que apunta a una producción a escala industrial.

Los yacimientos revelan dos tipos de núcleos de población: unos de mayor tamaño, fortificados y situados generalmente en lugares elevados y fáciles de defender; y otros de dimensiones reducidas, sin fortificar y situados en zonas llanas. Los primeros ejercían una función de control y protección sobre los segundos, que se ocupaban de la producción de recursos agrícolas y, en menor medida, de la ganadería, al estar situados en un terreno más favorable pero difícil de defender.

La Dama de Elche es seguramente la escultura más conocida de la cultura íbera

La organización política de las tribus íberas era polinuclear, con diversos centros urbanos que controlaban un espacio relativamente reducido de campiña a su alrededor y sin que hubiera una figura que acumulase más poder del que equivaldría a un jefe de poblado. Aun así su estructura social era compleja y venía determinada por el prestigio, que a su vez dependía del trabajo que se realizara. Había dos grupos que podrían considerarse como la élite, los guerreros y las sacerdotisas. Un segundo puesto lo ocupaban los artesanos -de la cerámica o la metalurgia- y, finalmente, el grueso de la población que se dedicaba a la producción de alimentos.

Adaptarse es ganar

Desde principios del primer milenio a.C. las tribus íberas, especialmente las situadas en la costa, entraron en contacto con dos grandes culturas del Mediterráneo oriental, los griegos y los fenicios. Ese contacto fue muy productivo para todas las partes: los íberos asimilaron nuevas tecnologías -como el torno de alfarería- y cultivos -especialmente la vid, los árboles frutales y los olivos- que les permitieron diversificar su alimentación y producción de artesanía, mientras que los griegos encontraron un mercado donde abastecerse de grano y los fenicios, un lugar donde dar salida a sus productos.

El contacto de los íberos con estos nuevos llegados fue probablemente el más significativo de todas las culturas prerromanas de la península. A ellos se les atribuye la introducción del alfabeto y de dos conceptos que revolucionaron la economía: el mercado y la moneda. El primero era un lugar donde encontrar fácilmente una gran variedad de productos y el segundo, un método práctico de comercio que permitía obtener, a cambio del propio producto, un objeto intermediario que se podía cambiar por cualquier otro, sin tener que recurrir al trueque directo. Esto impulsó la especialización de las tareas, permitiendo que cada persona se dedicase a unas tareas concretas con la seguridad de poder obtener algo que podría cambiar por alimento.

Al contrario de que le sucedió a la civilización tartésica, que colapsó a finales del siglo VI a.C. cuando las colonias griegas y fenicias quedaron aisladas de sus metrópolis por el ascenso de Cartago como nueva potencia mediterránea, los íberos continuaron existendo como cultura durante varios siglos más. En un principio los cartagineses llevaron a cabo una política de alianzas con los pueblos íberos que les permitía obtener productos agrícolas y recursos minerales. Sin embargo, la situación dio un vuelco tras la derrota de Cartago frente a Roma en la primera guerra púnica, a mediados del siglo III a.C.: el pago de la gran indemnización de guerra impulsó a los cartagineses a la conquista de los territorios íberos para poder explotar directamente sus minas de plata.

El nombre de Emporion (Empúries o Ampurias), en la Costa Brava, significa mercado

Esto, a su vez, desencadenó el inicio de la conquista romana de la tierra que ellos llamaron Hispania: por una parte querían arrebatar a Cartago esa fuente de recursos, pero también era muy importante hacerse con nuevos territorios cultivables para alimentar a la creciente población de Roma y sus provincias. Los íberos, además, habían demostrado su valía como guerreros al servicio de los cartagineses y en adelante lo harían como auxiliares del ejército romano.

¿Cómo era la higiene en el Siglo de Oro español?

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¿Cómo era la higiene en el Siglo de Oro español?


Las prácticas higiénicas no se asemejan a las actuales, el baño diario no era habitual y se recurría a perfumes o aceites para enmascarar los olores corporales.

Es un error común pensar que la limpieza corporal regular es un fenómeno reciente, así como la idea de que los árabes “inventaron” los baños públicos. Y es que la higiene en la historia ha sido más diversa y compleja de lo que se suele suponer.

Si bien es cierto que el baño diario no era una práctica habitual hasta el siglo XX, la higiene en épocas anteriores tampoco era inexistente. Es importante enfocarla de una manera distinta, sin caer en la simplificación de pensar que la gente fue durante siglos “sucia”.


El agua de los ángeles

La expresión “Siglo de Oro” no se refiere a un siglo exacto, sino a un período de aproximadamente 189 años que abarca gran parte de los siglos XVI y XVII. Se considera una época dorada de las artes y las letras españolas.

El inicio del Siglo de Oro se suele situar en 1492, con la publicación de la “Gramática Castellana” de Nebrija, un hito en la consolidación del idioma español. Su final se marca en 1681, con la muerte de Calderón de la Barca, uno de los grandes dramaturgos del período.

El desarrollo del Siglo de Oro coincidió con el reinado de la dinastía Habsburgo en España, un período marcado por la expansión del imperio español, la Contrarreforma y el auge del mecenazgo cultural.

A pesar de todo, en esa época bañarse diariamente no era lo habitual, pero sí lavarse aquellas zonas de la anatomía más susceptibles de mancharse, como podía ser la cara, las manos, las axilas y los pies, además de las partes más íntimas. Un ritual que se realizaba a la vuelta del trabajo o bien antes de acostarse, por aquello de no manchar el lecho.


Para realizar este aseo nuestros antepasados usaban paños junto con lejía de ceniza. Los recipientes más utilizados para el desempeño del aseo en aquella época eran palanganas, lebrillos, calderos, cubos, bacines y tinas de madera de diferentes tamaños. Dado que en las casas particulares no había un lugar específico para el baño, generalmente el aseo tenía lugar en la alcoba o en la cocina, cerca del fuego para poder calentar el agua.

Si el aseo personal no era una prioridad, la apariencia exterior sí lo era. Las clases altas se distinguían por su pulcritud y por la variedad de ropa que usaban: camisas, cuellos y puños, principalmente en color blanco. Y para enmascarar los olores corporales recurrían a perfumes y afeites, siendo el “agua de ángeles” uno de los perfumes más populares.

Y es que el uso de perfumes y la vestimenta impecable no solo respondían a una cuestión de estética, sino que también servían para comunicar un estatus social y una distinción.

Médicos en contra del agua

Otro aspecto que merece ser tenido en consideración es que el desaseo en esta época no solo se explica por la falta de recursos o hábitos higiénicos, sino también por las concepciones médicas del momento.

El pensamiento médico dominante en aquella época era el “hipocratismo galenizado”, una mezcla de las ideas de Hipócrates, Galeno y elementos mágico-religiosos. Esta teoría consideraba que las enfermedades provenían del desequilibrio de alguno de los cuatro humores que conformaban el cuerpo (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra).


Las causas de estos desequilibrios se atribuían a factores externos, como la comida o la bebida “demasiado caliente” o “húmeda”, y para remediarlos, se recurría a prácticas como la sangría, las purgas o la dieta. Y es que la praxis médica del Siglo de Oro se caracterizaba por un enfoque terriblemente rudimentario y de cuestionable eficacia.

En cuanto al baño, la teoría que dominaba a lo largo del siglo XVI era no lavarse con agua caliente o con vapor, puesto que a través de los poros de la piel los miasmas podían acceder a todos los órganos de nuestro organismo y, con ello, era posible contraer enfermedades. Por lo tanto, a menor frecuencia de baños disminuían las posibilidades de enfermar, lo cual se respetaba celosamente por parte de la población.

La práctica del “agua va”

Las ciudades del Siglo de Oro tampoco contaban con un sistema de desagüe o alcantarillado adecuado. Esto generaba una situación insalubre, ya que las aguas residuales y los desechos se acumulaban en las calles, creando un ambiente pestilente, al tiempo que era un foco de enfermedades infecciosas.

Ante la falta de retretes en la mayoría de las viviendas, la práctica de arrojar fluidos por las ventanas era una realidad cotidiana. La frase “agua va” servía como aviso para evitar ser mojado por aquella lluvia improvisada.

Las autoridades, conscientes del problema de higiene pública, implementaron leyes que prohibían esta práctica antes de la “hora menguada” (entre las 10 y 11 de la noche, según la estación del año en la que nos encontráramos) y las penas por incumplir la norma podían ser severas, incluyendo el destierro y los azotamientos públicos.


Referencias:

  • DEFOURNEAUX, MARCELLÍN. (1983). La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro. Barcelona. Argos Vergara. pp: 62-63.
  • DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (2). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 476.
  • DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (4). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 460.
  • ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Castilla y Portugal en los albores de la Edad Moderna. Consejería de Educación y Cultura: Universidad. pp: 56-69.

Las mujeres más poderosas de la antigüedad

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Las mujeres más poderosas de la antigüedad


A pesar del dominio masculino mayoritario, encontramos en la historia muchas mujeres transgresoras e inspiradoras que ejercían gran poder e influencia en la sociedad de su época.

A lo largo de la historia, las mujeres han desempeñado papeles fundamentales en la formación o configuración del curso de las civilizaciones, a menudo ejerciendo poder e influencia en un mundo dominado por los hombres. Las historias de estas poderosas mujeres de la antigüedad actúan como símbolos atemporales de fuerza, inteligencia y liderazgo. Hoy hacemos un repaso por algunas de las figuras femeninas más formidables de la historia cuyos legados han resistido la prueba del tiempo.


Las líderes femeninas más poderosas del mundo antiguo procedían de países de todo el mundo: Egipto, Grecia, China... He aquí una muestra de ellas:

Agripina la Menor (15 d.C.-59 d.C.)


La madre de Nerón inicia esta selección de mujeres poderosas. Fue esposa, madre, hermana y sobrina de algunos de los emperadores más destacados de la antigua Roma.


Como mujer del emperador Claudio, Agripina se involucró íntimamente en el funcionamiento y la administración del imperio. 

Lejos de ser una esposa sumisa, llegó incluso a envenenar al propio emperador, su marido, para lograr que su hijo, Nerón, se hiciera con el trono, asegurando su influencia sobre el imperio mediante la tutela y consejo de un joven Nerón (que solo tenía 17 años cuando fue proclamado emperador).

Cleopatra (69 a.C.-31 a.C.)

Cleopatra fue la última representante de una larga dinastía de faraones de origen griego.


Hija de Ptolomeo XII Auletes y Cleopatra VI Trifena, asumió el trono junto con su hermano pequeño tras la muerte de su padre. 

Ya una vez como reina de Egipto tras la muerte de su hermano Ptolomeo XIII, trató de mantener el poder de su dinastía, realizando asociaciones históricas con los gobernantes romanos Julio César y Marco Antonio. 

La última faraona del Egipto ptolemaico destacó por su inteligencia a la hora de mejorar la posición y la economía de su país, entre otras cosas.

Zenobia (240 d.C.-267 d.C.)

La reina Zenobia de Palmira tomó el poder tras el asesinado de su marido Séptimo Odenato con el que se había casado cuando tenía solo 18 años.


El hijo de Zenobia, Vabalato, se convirtió en rey de Palmira, por lo que Zenobia gobernó como regente, oportunidad que aprovechó para extender el dominio de Palmira, en ese momento una provincia romana. 

De hecho, para consolidar su posición en Egipto, afirmó que era descendiente de Cleopatra. 

Yendo con sus ejércitos hacia Anatolia, conquistó territorio romano hasta Ancira, y luego Siria, Palestina y el Líbano usando una mezcla de poderío militar y propaganda ideológica.

Livia Drusila (¿?-29 d.C.)

La tercera esposa del emperador Augusto tampoco se conformó con estar al lado del emperador aunque en público era el arquetipo de buena esposa con ejemplar conducta femenina, adecuada a su origen patricio.


Fue la primera dama más influyente de Roma. Inteligente, ambiciosa e influyente, trabajó muy duro detrás de escena para mantener el sistema imperial existente como asesora de Augusto. 

Era el poder en la sombra. Sus descendientes ocuparon el trono imperial después de la muerte del emperador Augusto. 

Con todo, continuó administrando los asuntos de estado durante el reinado de su hijo Tiberio. Fue la primera mujer divinizada de la historia de Roma.

Wu Zetian (624 d.C.-705 d.C.)

La emperatriz Wu fue la única monarca soberana en toda la historia china. Al principio, gobernó como regente de su marido, un personaje bastante enfermizo y aburrido.


Tras su muerte, logró convertirse en la emperatriz Wu en 690, cuyo poder no dependía de un marido para gobernar. 

Fue una líder astuta, inteligente y, en algunas ocasiones, despiadada, según los historiadores. Tenía mano izquierda para la diplomacia, la administración y mano dura para las rebeliones y las invasiones que se presentaban. Su reinado se prolongó durante apenas 15 años, hasta que la Dinastía Tang fue restaurada.

Las Sinsombrero

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"las sinsombrero", la generación del 27 femenina

MUJERES EN ESPAÑA


Este grupo de mujeres que perteneció a la Generación del 27 recibió este nombre por sacarse el sombrero como gesto de rebeldía ante una sociedad que no reconocía sus méritos. La obra de estas mujeres, silenciada durante años, empieza ahora a salir a la luz gracias a la investigación de un grupo de historiadoras.


Cartel del documental dirigido por Serrana Torres, Tània Balló, Manuel Jiménez
estrenado en 2015.

Todo empezó en la década de 1920. Aunque hubo ciertos rumores acerca de que alguien había pedido en una carta que las mujeres se quitaran el sombrero en los teatros para que los caballeros pudieran ver sin contratiempos la obra representada, la realidad era otra. De hecho, fue en la Puerta del Sol de Madrid donde algunos intelectuales como la pintora Maruja Mallo (el seudónimo que adoptó Ana María Gómez González), Federico García Lorca, Salvador Dalí y Margarita Manso, entre otro, decidieron quitarse el sombrero como símbolo de protesta. Más allá de ser un gesto anodino (recordemos que tanto hombres como mujeres vestían sombrero al salir a la calle), y a pesar de que la propia Maruja Mallo contara más tarde en una entrevista que lo hicieron "para descongestionar las ideas", la sociedad madrileña vio en esta acción un acto transgresor propio de rebeldes y homosexuales, por lo que sus autores fueron insultados, e incluso les lanzaron piedras.

VISUALIZAR LOS LOGROS FEMENINOS

A raíz de lo que acaeció ese día en la madrileña Puerta del Sol a principios de los años veinte, en el año 2015 unos productores quisieron dar visibilidad a aquel movimiento y contar a través de un documental titulado Imprescindibles, las Sinsombrero, el talento que atesoraban todas aquellas artistas españolas. En este grupo de mujeres valientes que se atrevió a desafiar las tradiciones e hizo su irrupción en el mundo intelectual de una manera nunca vista hasta entonces se contaron Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez, María Zambrano, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Margarita Gil Roësset, Margarita Manso y Maruja Mallo. Incomprendidas por la sociedad de su tiempo, todas ellas contribuyeron de un modo u otro, incluso desde el exilio, al crecimiento de sus respectivas disciplinas.

Este grupo de mujeres valientes desafió las tradiciones e hizo su irrupción en el mundo intelectual de una manera nunca vista hasta entonces.


En 1931, la ciudad de Barcelona vivió la fundación del Lyceum Club, una institución dedicada a defensa de los intereses de la mujer.

Aquellas mujeres formaron parte de una nueva generación que reclamaba autonomía, independencia y una formación intelectual igual a la de los hombres. Por desgracia se toparon con una sociedad conservadora, aún conmocionada por la pérdida de las últimas colonias de ultramar; una sociedad que lo que menos quería en aquel momento era que un grupo de mujeres pidiera paso con decisión. Con la llegada de la Segunda República parecía que todo iba a cambiar para las mujeres. Fue a partir de ese momento cuando aquellas intelectuales y artistas empezaron a formar parte de la vida social y cultural de una época en la que al parecer la igualdad ya no se veía como algo indeseable. Gracias a ello, el talento de todas ellas brilló con luz propia. Pero la guerra civil que asolaría el país pondría punto y final a aquel incipiente sueño de libertad.

NINGUNEADAS

En 1926, María de Maeztu había fundado el Lyceum Club Femenino de Madrid. Fue este un espacio donde las mujeres pudieron desarrollar libremente su talento. La directora y productora de cine y televisión Tania Balló, una de las autoras del documental arriba mencionado, explica que "este establecimiento nació con unos objetivos determinados: establecer un espacio en el que las mujeres pudieran socializar o alcanzar sus metas artísticas o intelectuales". En el Lyceum se debatía y se compartían proyectos, y también allí se celebró las primera exposición de su fundadora y de Elena Sorolla (la hija menor de Joaquín Sorolla). En los dos libros sobre el tema escritos por Tania Balló, la directora afirma que el camino de estas mujeres estuvo desde el principio plagado de dificultades; no solamente tuvieron que lidiar con el machismo imperante en la sociedad de su época, reticente a creer que aquel grupo de mujeres pudiera tener talento alguno, sino que además, como explica la autora, recibieron toda clase de insultos y de descalificaciones (incluso llegaron a acusarlas de falta de higiene).

Las Sinsombrero no solamente tuvieron que lidiar con el machismo imperante en la sociedad de su época, sino que además recibieron toda clase de insultos y de descalificaciones.
Algunas de las historias personales de estas mujeres son estremecedoras, como la de la escultora Margarita Gil-Roësset, que se suicidó al no ver correspondido su amor por parte del Premio Nobel de literatura Juan Ramón Jiménez. Margarita no podía vivir sin él, pero era el marido de su amiga Zenobia Camprubí. Aquel fatídico día, el 28 de julio de 1932, Margarita visitó al escritor para entregarle una carpeta de color amarillo (en clara alusión al libro de Raymond Carver Las tres rosas amarillas), pero le pidió que esperara para abrirla. Era su diario. Después, se disparó un tiro en la sien. Otra triste historia es la de la pintora Maruja Mallo. Maruja mantuvo un idilio con el escritor Rafael Alberti, y a pesar de la influencia mutua, el escritor fue incapaz de dedicarle unas líneas en su autobiografía de tres tomos titulada La arboleda perdida. Algo similar le ocurriría con el poeta Miguel Hernández. Aunque mantuvo un romance con ella mientras escribía su inmortal poemario, Hernández prefirió volver con sus esposa Josefina Manresa una vez terminada la obra.

La pintora española Maruja Mallo tuvo una relación con el poeta Rafael Alberti en la que ambos se influenciaron mútuamente en el plano artístico. Sin embargo, nunca tuvo el reconocimiento merecido ni por parte de él ni por la crítica general.

"SIN ELLAS, LA HISTORIA NO ESTÁ COMPLETA"

"Las Sinsombrero" no aparecen en la mayoría de libros del texto que hablan sobre la Generación del 27, pero recientes estudios han sacado del anonimato en el que vivieron durante más de ochenta años a muchas de aquellas artistas y escritoras. Muchas de ellas expusieron en galerías de arte y publicaron obras que hoy en día son un referente. Quitarse el sombrero como hicieron ellas fue un acto de rebeldía que daría el pistoletazo de salida al inicio del cambio para las mujeres españolas.

Recientes estudios han sacado del anonimato en el que vivieron durante más de ochenta años a muchas de aquellas artistas y escritoras.
En la actualidad, la página web del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ofrece acceso a fuentes y archivos para la investigación de la obra de estas mujeres. Los esfuerzos de diversas historiadoras han logrado situar en el lugar que les corresponde a todo un grupo de mujeres marginadas por su condición. Y es que, como afirma la propia Tania Balló, "sin ellas, la historia no está completa".

 

El despertar de Al-Ándalus: detalles clave de la conquista árabe en la Península Ibérica

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El despertar de Al-Ándalus: detalles clave de la conquista árabe en la Península Ibérica


La conquista árabe de Hispania, un capítulo que redefinió la Historia de España. Desde estrategias militares ingeniosas hasta la formación de Al-Ándalus, exploraremos los eventos y personajes que dieron forma a este impactante periodo.

¡Oh, gentes! ¿Hacia dónde vais a huir si el mar está detrás de vosotros y el enemigo frente a vosotros? No os queda más que, por Allah, la firmeza y la perseverancia; en verdad yo seré quien se enfrente a su tirano por mí mismo y no abandonaré hasta que me encuentre con él o caiga antes muerto en el intento» (Ibn Habib, m. 853).
Con estas legendarias palabras, cargadas de tópicos retóricos y literarios, Tariq b. Ziyad habría arengado a sus tropas tras desembarcar en Gibraltar (Yabal Tariq, la «montaña de Tariq») en el año 711, y antes de enfrentarse a un ejército visigodo presuntamente muy superior en número.

Las tropas islámicas tenían, según el caíd bereber, pocas opciones: o regresar al mar, donde perecerían ahogados, o confiar en Dios y luchar hasta conseguir la victoria o el martirio, dos botines, ambos, muy preciados. El desenlace de esta historia es de sobra conocido: la conquista islámica de la península ibérica, que desde entonces pasaría a llamarse al-Ándalus.

Este acontecimiento, ocurrido como consecuencia de la expansión árabe-musulmana iniciada tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632, daría lugar a la desaparición del reino visigodo de Toledo, y al nacimiento de una formación política islámica en el sur de Europa, realidad que se prolongaría durante ocho siglos. Por otro lado, esta pequeña anécdota protagonizada por Tariq y su arenga pone de relieve una serie de interrogantes a los que intentaremos responder en este texto: ¿cómo se produjo la entrada de las huestes islámicas en Hispania? ¿Cómo se desmoronó el reino visigodo? ¿Qué papel desempeñaron la guerra y la violencia en este proceso? ¿Cuál era la identidad de los conquistadores? ¿Cuáles eran sus motivaciones?

Antecedentes: la expansión Omeya en el Norte de África

Tras la constitución del califato omeya de Damasco en el año 661, esta dinastía árabe recuperó el impulso expansivo del islam.

Medina Sidonia fue capital de provincia del Reino visigodo


Uno de los objetivos de este programa de conquistas fue el Magreb, empresa compleja no tanto por la resistencia de las autoridades bizantinas que controlaban una región que correspondía, aproximadamente, a la actual Túnez, sino por la tenacidad de las poblaciones locales, más o menos romanizadas, que poblaban el Magreb central y occidental, y que las fuentes árabes llamarán, de manera homogeneizadora, bereberes.

Así, en el año 670, ‘Uqba b. Nafi (m. 683), general del ejército islámico, fundaba la ciudad de al-Qayrawan, y casi tres décadas más tarde, en el 698, uno de sus sucesores, Hassan b. al-Nu’man (m. 705), conquistaba y destruía Cartago, procediendo a la fundación de Túnez con el objetivo de que alojase unas atarazanas. Hasta ahora, las huestes musulmanas se habían enfrentado, en diversas batallas campales, a ejércitos bien fueran bizantinos o persas cuya derrota había supuesto el desmoronamiento de los diferentes poderes regionales.

Sin embargo, en la expansión por el norte de África combatieron a un enemigo fragmentado pero versátil y flexible, que frenó la fulgurante expansión árabe. De este modo, los musulmanes necesitaron más de medio siglo para avanzar desde el Nilo al Atlántico, y tuvieron que ir, poco a poco, integrando a esos grupos tribales bereberes dentro de los ejércitos de un imperio que funcionaba de forma centralizada desde Damasco.

La conquista de al-Ándalus no fue sino consecuencia de este proceso, al igual que las huestes que la llevaron a cabo. En el año 705, Musa b. Nusayr (m. c. 716) fue enviado por el califa al-Walid I (r. 705-715), quien acababa de acceder al poder, como gobernador de la nueva provincia de Ifriqiya, que abarcaba, por aquel entonces, desde la Tripolitania libia hasta el actual Marruecos.

Este mawla, cliente de la aristocracia árabe, tenía como objetivo organizar una provincia recientemente sometida, consolidar el dominio islámico y continuar, si era posible, con la expansión hacia el oeste. La integración de los grupos locales a la estructura militar omeya financiada por un sistema regular de estipendios en moneda otorgó a Musa un potencial bélico importante, por lo que no es de extrañar que, tras la anexión de Ceuta y Tánger, comenzase a planear una incursión al otro lado del Estrecho.

El salto del estrecho y la conquista de Hispania

Tras una primera razia de pillaje y, probablemente, de reconocimiento dirigida en el año 710 por un personaje al que las fuentes llaman Tarif (de donde procede el topónimo Tarifa), en el 711 se produjo la expedición, a la postre decisiva, liderada por Tariq b. Ziyad (m. c. 720), un liberto bereber al que Musa había confiado el mando de Tánger.

Mezquita de los Omeyas, construida por el califa omeya al-Walid I en el año 705

El ejército a cargo de Tariq estaba formado casi en exclusiva por bereberes recién islamizados. Esta ausencia de árabes entre las tropas expedicionarias fue algo novedoso en el contexto del califato omeya, circunstancia que probablemente ocurrió debido a una política deliberada de Musa quien, además de contar con un insuficiente número de soldados árabes para continuar la empresa de expansión, utilizó la integración del elemento norteafricano en las huestes islámicas como medio de pacificación de Ifriqiya.

Por las mismas fechas, la situación en el reino visigodo era turbulenta. En las dos décadas previas a la llegada de los árabes se documentan, al menos, dos rebeliones contra los monarcas Egica (687-702) y Witiza (702-710). Aunque ambas se saldaron en fracaso, dejan constancia de uno de los fenómenos que marcaron todo el periodo visigodo, como eran las luchas de distintas facciones por controlar el poder que emanaba de la corte toledana.

En el mismo año en el que Tarif exploraba las costas ibéricas, la muerte del rey Witiza precipitó los acontecimientos. Sus hijos fueron desplazados de la sucesión al trono por parte de Rodrigo, quien se aseguró la corona merced al apoyo de una parte de la élite de poder. Este, a su vez, se vio contrarrestado por los núcleos de resistencia «witizianos», quienes, según algunas fuentes, habrían llegado a pedir ayuda a los nuevos señores del Magreb.

Las fuentes literarias presentan la conquista de al-Ándalus como un proceso relativamente rápido. Asimismo, algunos cronistas se hacen eco de la colaboración de destacadas figuras del reino visigodo con los conquistadores. El primero fue un tal Yuliyan, más conocido en su forma romanceada como Julián.
 
Los textos no coinciden en la naturaleza de este personaje, al que atribuyen el rango de conde o la condición de hombre destacado, pero concuerdan en que era un personaje de alto rango afincado en Ceuta. Motivado por un presunto deseo de venganza contra el rey Rodrigo, habría sugerido a Tariq la conquista de Hispania.

Para ello, llegó a poner a su disposición sus propios barcos. Otros autores, como Ibn al-Qutiyya (m. 977) musulmán de antepasados visigodos, algo que podría explicar su visión de los hechos, atribuyen un papel decisivo a los hijos de Witiza, quienes, convocados por Rodrigo para luchar contra el ejército musulmán, llegaron a un acuerdo oculto con Tariq y combatieron a su lado.

El desembarco del ejército islámico, constituido, según parece, por entre 12 000 y 18 000 hombres transportados en embarcaciones de comercio de la zona, tuvo lugar en los alrededores de Gibraltar a finales de la primavera del 711. Rodrigo, que combatía a los vascones en el norte del reino, volvió a toda prisa a hacer frente a esta agresión, y sufrió una derrota completa a finales del mes julio, favorecida, si seguimos la interpretación de algunos textos, por esa deserción de los hijos de Witiza de la que hablaba Ibn al-Qutiyya.

Restos de las Termas de Antonino en Cartago (Túnez)

Esta batalla, donde es probable que el rey cristiano perdiera la vida, tuvo lugar en Wadi Lakko, Guadalete, cerca de Algeciras, y produjo el derrumbamiento en cadena de las estructuras políticas visigodas.

A este choque campal le siguieron una serie de expediciones contra los principales núcleos urbanos que articulaban la administración del reino, y que fueron cayendo, uno tras otro, en manos de los conquistadores. Córdoba y Toledo, por ejemplo, cayeron en esa primera expedición de Tariq, mientras que otras ciudades como Mérida que ofreció una importante resistencia o Sevilla caerían poco tiempo después, cuando el propio Musa, a principios del verano del 712, cruzó el Estrecho con un nuevo ejército para hacerse cargo de las operaciones.

Así, entre el 711 y el 714, las tropas musulmanas ocuparon metódicamente la región, aparentemente sin grandes dificultades. En el año 713, en medio del proceso de conquista, Musa llegaba a Toledo para reunirse con Tariq, quien, después de sus victorias en el sur, se había dedicado a someter el norte de la península.

El gobernador de Ifriqiya habría colmado de reproches a su subordinado, quizá por no haberle esperado para proseguir con la conquista, privándole así de un importante botín. En este contexto se sitúa el legendario episodio de la llamada «Mesa de Salomón», símbolo de todos los tesoros que aguardaban en Hispania a sus nuevos señores. Poco después Musa sería convocado en Damasco y castigado por el califa Sulayman (r. 715-717), debido también a cuestiones relacionadas con el botín.

Aunque en el cuadrante nororiental hubo algunos focos de resistencia de los que tenemos noticia debido a la evidencia numismática  dado que conocemos monedas acuñadas por un tal Agila en Zaragoza, Gerona y Narbona, en el año 718 los conquistadores habían completado su dominio sobre toda la península, proyectándolo incluso más allá de los Pirineos durante varias décadas.

En el 716 la capital se había ya establecido en Córdoba, y habían comenzado a acuñarse una serie de monedas de oro (dinares) bilingües en latín y árabe donde por primera vez aparecía el nombre de al-Ándalus. Cuatro años antes, en el 712, habían aparecido ya unos sólidos áureos con el credo islámico escrito en latín (non deus nisi Deus) y fechadas por la era islámica (hégira).

Nave central de la sala de oración de la mezquita de Uqba

Como toda conquista, la de al-Ándalus tuvo un importante carácter violento, aunque este se manifestase en muchas ocasiones a través del importante factor coercitivo que la presencia militar impone. No obstante, esto no fue obstáculo para que los pactos entre conquistadores y miembros de la aristocracia indígena estuvieran muy extendidos.

De hecho, esta fue la regla más que la excepción. Por ejemplo, buena parte de los territorios del sudeste peninsular pasaron a ser conocidos en época andalusí con el nombre de Tudmir, como consecuencia del pacto firmado por un noble visigodo llamado Teodomiro con ‘Abd al-Aziz, hijo de Musa b. Nusayr. A cambio del pago de unos determinados impuestos, este aristócrata pudo mantener sus dominios.

Asimismo, parece que una hija de este Teodomiro se habría casado con un miembro del ejército árabe, dando origen a un linaje que habría de mantener una fuerte presencia en la región. Sin duda, la frecuencia de matrimonios mixtos y la creación de estos linajes con una potente implantación territorial es una de las claves que explican la conquista.

En este sentido, uno de los episodios más célebres pero también dudosos de la formación de al-Ándalus es el presunto matrimonio de ‘Abd al-Aziz b. Musa con la viuda del rey Rodrigo algunas fuentes dicen que con su hija, lo que le habría hecho apropiarse de símbolos de la realeza ajenos a la tradición islámica como la corona. En consecuencia, habría sido asesinado, en marzo del 716, por algunos jefes del ejército conquistador.

¿Una empresa fortuita o planificada?

A pesar de que la primera expedición, capitaneada por Tariq, se llevó a cabo con los medios marítimos disponibles, probablemente comerciales, esto no quiere decir que no existiese la intención de conquistar Hispania ni que esta empresa se produjese de forma fortuita.

De hecho, la llegada de Musa con un segundo ejército en apoyo de su subordinado parece que contó con una minuciosa planificación, e incluso hay fuentes que nos hablan de la utilización de una flota tunecina que, en principio, había sido fletada para combatir a los bizantinos en el Mediterráneo central. No es casualidad que, entre los años 710 y 720, se suspendieran las razias efectuadas desde Ifriqiya a Sicilia. Parece que todos los esfuerzos estaban puestos en la ocupación de al-Ándalus.

La emisión durante los años 709-711, en Tánger, de monedas de bronce (feluses) con leyendas relacionadas con el yihad, y que parecen acuñadas para pagar la soldada de las tropas que iban a tomar parte en la conquista de Hispania, es otro interesante indicio del carácter relativamente planificado de este proyecto, que sin duda hay que encuadrar en el marco imperial de la expansión del califato omeya.

Estas monedas, además del nombre de Mahoma, el enviado de Dios, llevaban inscritas la siguiente frase: «contribución en el camino de Dios». Esta sentencia puede vincularse a la idea de la lucha en la senda de Alá, lo que daría una pátina religiosa a la ocupación de al-Ándalus.

Derrota de las tropas de don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711)

Las motivaciones de los conquistadores, no solo de Hispania sino de todo el territorio ganado para el islam, tendrían, sin duda, mucho que ver con cuestiones pragmáticas como el incremento de poder y de riquezas, pero es más que probable que el sentimiento religioso y el deseo de expansión de la fe entendida como verdadera desempeñasen un importante papel.

Por ejemplo, recientemente se han encontrado en la península arábiga grafitis, a caballo entre el siglo VII y VIII, que ya contenían claras referencias tanto a un yihad bélico como a la idea de martirio.

La conquista de al-Ándalus debe, por tanto, inscribirse en la fase de recuperación de la política de expansión del califato omeya de Damasco, contexto en el que también se produjo la expansión hacia Oriente. En el año 713, por ejemplo, se alcanzaría el delta del Indo.

Esta fase del Imperio omeya, llamada marwaní, se caracterizó por una centralización del poder y una alta eficacia de su administración, rasgos que se pueden observar en la ocupación de Hispania a través de elementos como las acuñaciones monetarias, y que se estaban produciendo, de manera similar, en todo el califato. Por otro lado, y al igual que en gran parte del orbe islámico, la conquista se produjo de manera rápida, y los pactos con las élites indígenas fueron más habituales que la aplicación de la fuerza.

Funeral vikingo

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Funeral vikingo


Gracias a la arqueología, las sagas y a la poesía en nórdico antiguo y al relato de Ahmad ibn Fadlan se sabe que los vikingos solían enterrar a sus muertos en barcos funerarios. Los rituales que tuvieron lugar en tierra han permitido a los arqueólogos estudiar las diversas tradiciones escandinavas de la época de los vikingos. Frecuentemente eran depositados en un barco o en un barco de piedra, y se les solía dejar ofrendas según el estatus y la profesión del difunto, entre las que podía incluirse el sacrificio de esclavos. En Escandinavia se conservan muchos túmulos en honor de reyes y jefes vikingos, además de piedras rúnicas y otros monumentos funerarios. Algunos de los más célebres se encuentran en el cementerio de túmulos de Borre, en Noruega, y en Lindholm Høje y Jelling en Dinamarca.

Ofrendas

Era común dejar regalos junto al cadáver. Incluso si el cuerpo era quemado en una pira, el difunto recibía presentes, cuya cantidad y valor no dependían del sexo sino únicamente de su posición social. Era importante realizar el ritual correctamente para que el difunto conservase en la otra vida el estatus vital que había poseído en la vida terrenal, y para evitar que se convirtiera en un alma errante condenada a vagar eternamente.

Entierro de hombre con ajuar

La tumba habitual para un esclavo era, probablemente, poco más que un agujero en la tierra. Se le enterraba probablemente de forma que no regresara para atormentar a sus amos y para que pudiera serles de utilidad cuando éstos hubieran muerto. Incluso en ocasiones se les sacrificaba para que cumplieran esa función en la otra vida. A los hombres libres se les enterraba con armas y equipo de monta. Los artesanos podían ser enterrados junto a todas sus herramientas. A las mujeres se las enterraba con sus joyas y a veces con instrumentos para uso doméstico o parte del ajuar. El enterramiento vikingo más suntuoso descubierto hasta el momento (2008) es el Barco de Oseberg, que era para una mujer (probablemente una reina o una sacerdotisa) que habría vivido en el siglo ix.

Monumentos funerarios

Un funeral vikingo podía suponer un gasto considerable, pero la tumba y las ofrendas no se consideraban un desperdicio. Además de rendir homenaje a los muertos, la tumba constituía un monumento a la posición social de los descendientes. Algunos clanes nórdicos especialmente poderosos podían hacer alarde de su posición mediante cementerios monumentales. El cementerio vikingo de Borre en Vestfold por ejemplo, está ligado a la dinastía Yngling, y alojaba grandes túmulos que contenían barcos de piedra.​

Jelling en Dinamarca es el memorial real más grande de la época vikinga. Fue realizado por Harald Blåtand en recuerdo de sus padres Gorm y Tyra, y en honor a sí mismo. Se trata de uno solo de los dos grandes túmulos que contenían una cámara mortuoria, pero ambas tumbas, la iglesia y las dos piedras de Jelling testifican lo importante que era marcar la muerte ritualmente durante la era pagana y los inicios de la era cristiana.​

En tres lugares de Escandinavia hay grandes cementerios que fueron usados por toda la comunidad Birka en Mälaren, Hedeby en Schleswig y Lindholm Høje en Ålborg.​ En las tumbas de Lindholm Høje aparece una gran variedad de formas y tamaños. Hay barcos de piedra y una mezcla de tumbas triangulares, cuadradas y circulares. Estos cementerios han sido usados durante muchas generaciones y pertenecen al pueblo.

Rituales

La muerte siempre ha sido un momento de crisis para los afligidos, de ahí que esté rodeada de tabúes. La vida familiar tiene que ser reorganizada y, para superar esa situación, las personas recurren a rituales. Las ceremonias eran ritos de transición en los que se pretendía dar paz al difunto en la nueva vida y, al tiempo, consolar a los parientes afligidos para continuar con sus vidas.

Entierro de hombre con ajuar

A pesar de las costumbres belicosas de los vikingos, había un elemento de respeto rodeando a la muerte y a lo que va asociado a ella. Si el muerto no era enterrado correctamente o no se le proveían de medios para la otra vida, era posible que no llegase a encontrar la paz en el más allá. La persona muerta podría visitar a sus parientes vivos como un draugr (fantasma) para atormentarlos. Era una visión horrorosa y ominosa, que se interpretaba como una señal de que más miembros de la familia morirían. Cuando las comunidades eran afectadas por desgracias, sobre todo en tiempos de hambruna, empezaban a aparecer historias de fantasmas. Las sagas mencionan drásticos remedios para librarse de estos fantasmas una vez que habían aparecido. El muerto tenía que volver a morir; se podía atravesar el cadáver con una estaca, o se le cortaba la cabeza para que el difunto no encontrara el camino de vuelta al mundo de los vivos.

Relato de Ibn Fadlan

En el siglo x, un escritor árabe, Ahmad ibn Fadlan, realizó una descripción de un funeral de un jefe escandinavo, probablemente sueco, que viajaba en la ruta comercial del Volga. El relato es una fuente única acerca de las ceremonias que tenían lugar en los funerales vikingos de un jefe o un rey.​

El jefe muerto fue colocado en una tumba temporal, la cual fue cubierta durante diez días hasta que fueron cosidas para el difunto ropas nuevas. Una de sus esclavas se ofreció voluntaria para irse con él a la otra vida, por lo que fue custodiada día y noche y se le dio gran cantidad de bebida para intoxicarla mientras cantaba alegremente. Cuando llegó la hora de la cremación, pusieron el barco del jefe en tierra, le depositaron en una plataforma de madera y le hicieron una cama en el barco. Mientras, una mujer anciana conocida como el «ángel de la muerte» puso cojines en la cama. Ella era la responsable del ritual.

Barco funerario de Oseberg

Entonces desenterraron al jefe y le vistieron con las ropas nuevas. En su tumba depositaron bebidas alcohólicas, frutas y un instrumento de cuerda. El jefe fue puesto en la cama con todas sus armas y ofrendas situadas a su alrededor. Luego dejaron que dos caballos corrieran sudorosos, a los que a continuación hicieron pedazos para arrojarlos luego al barco. Finalmente, sacrificaron un gallo y una gallina.

Entre tanto, la esclava iba de tienda en tienda manteniendo relaciones sexuales con los hombres. Cada uno de ellos le decía: «Dile a tu amo que esto lo hice por amor a él». Mientras, por la tarde, llevaban a la chica a algo que parecía el marco de una puerta, donde ella era levantada por las palmas de los hombres tres veces. Cada vez que era alzada, ella decía lo que veía: la primera vez vio a su padre y a su madre, la segunda a todos sus parientes, y la tercera a su amo en el más allá. Allí todo era verde y hermoso y junto a él, vio hombres y chicos jóvenes. Vio que su amo la llamaba por señas.​

Después, la esclava fue llevada al barco. Se quitó los brazaletes y se los dio a la anciana. A continuación se quitó los anillos de los dedos y se los dio a las hijas de la anciana, que la habían custodiado. Después fue llevada a bordo del barco, pero no se le permitió acceder a la tienda donde el jefe yacía. La chica bebió varios vasos de bebidas alcohólicas, cantaba y se despedía de sus amigos.

Entonces la chica fue llevada a la tienda y los hombres empezaron a golpear sus escudos para que sus gritos no se oyeran. Seis hombres la acompañaban y mantuvieron relaciones sexuales con ella, tras lo cual la pusieron en la cama del jefe. Dos hombres agarraron sus manos y otros dos sus muñecas. El ángel de la muerte puso una cuerda alrededor de su cuello y mientras dos hombres tiraban de la cuerda, la anciana la apuñaló entre las costillas con un cuchillo. Después, los parientes del jefe muerto llegaron con una antorcha encendida y quemaron el barco. Según las creencias, el fuego facilitaba el viaje al reino de la muerte.

Después, levantaron sobre las cenizas un túmulo redondo y, en el centro del montículo, izaron un poste de abedul donde grabaron con runas los nombres del jefe muerto y su rey. Tras ello se fueron en sus barcos.

Otro explorador árabe, Ahmad ibn Rustah confirma la detallada descripción de Ibn Faldlan y el hecho de que al muerto se le haya asignado la compañía de una mujer:

«Cuando muere uno de la clase principal, lo llevan a un sepulcro semejante a una vivienda espaciosa, lo depositan dentro y ponen a su lado vestiduras, ajorcas de oro, una provisión de alimentos, vasijas con bebidas, monedas y, finalmente, a su esposa favorita, que allí encierran viva. Tapan luego la entrada y la mujer muere después en aquella clausura.»
El historiador Al-Masudi se expresa en términos parecidos:

«Queman a sus muertos y echan en la misma pira sus armas, sus caballos y sus joyas. Cuando alguien muere, su mujer es quemada viva con él; pero si quien fallece es la mujer, entonces el marido no corre aquella suerte. Cuando fallece un hombre soltero, se le casa después de muerto. Las mujeres desean vivamente ser quemadas con sus maridos, para poder así seguirlos al paraíso.»

Sacrificios humanos

Los esclavos podían ser sacrificados durante el funeral para servir a su amo en la siguiente vida. En el relato de Ibn Fadlan hay una descripción de una esclava que va a ser sacrificada y que pasa por varios ritos sexuales. Cuando el jefe había sido puesto en el barco, ella iba visitando las tiendas para acostarse con los guerreros y mercaderes. Cada hombre le decía que esto lo hacía por devoción al difunto. Por último, ella entraba en una tienda que se había montado en el barco y en la que seis hombres mantenían relaciones sexuales con ella antes de ser estrangulada y apuñalada. Los ritos sexuales con la esclava muestran que ella era considerada un recipiente para la transmisión de energía vital para el jefe difunto.


En el poema Sigurðarkviða hin skamma hay varios versos en los que se cuenta que la valquiria Brunilda da instrucciones sobre el número de esclavas que iban a ser sacrificadas para el funeral del héroe Sigurd, y cómo sus cuerpos debían ser dispuestos en la pira, como aparece en la siguiente estrofa.

Því at hánum fylgja
fimm ambáttir,
átta þjónar,
eðlum góðir,
fóstrman mitt
ok faðerni,
þat er Buðli gaf
barni sínu.
69. "Cinco mujeres atadas
le seguirán,
y ocho de mis esclavas,
bien nacidas,
desde niñas conmigo,
y mías fueron
como regalo que Buthli
a su hija dio"

 Cremación

Era frecuente quemar los cadáveres y las ofrendas en una pira, en la cual la temperatura alcanzaba los 1400 °C; mucho más alta que en un crematorio moderno. Lo único que quedarían serían unos fragmentos de metal y algunos huesos animales y humanos. La pira era construida de forma que la columna de humo fuera lo más grande posible para elevar al difunto a la otra vida. El simbolismo se describe en la saga Ynglinga:

Entonces él (Odín) estableció por ley que todos los varones muertos debían ser incinerados, y sus pertenencias puestas sobre la pila, y las cenizas lanzadas al mar o enterradas. Así, dijo él, todos vendrán a Valhalla con las riquezas que portara consigo en la pila; y disfrutaría cuanto él hubiera enterrado. Un montículo se levantará en memoria de los hombres trascendentes y para todos los guerreros que se han distinguido por su virilidad se erigirá un monolito; costumbre que perduró mucho después de la era de Odin.

La cerveza funeraria y la transmisión de la herencia

En el séptimo día tras la muerte de la persona se celebraba la fiesta del sjaund, o fiesta de la cerveza funeraria, así llamada porque implicaba la libación ritual. La cerveza funeraria era una forma social de demarcar el caso de la muerte. Solo tras la ceremonia podían los herederos legalmente reclamar la herencia. Si la persona fallecida se trataba de una viuda o del dueño de una granja, el legítimo heredero podía hacerse con la propiedad y, por tanto, marcar el cambio de autoridad.​

Excavación del barco funerario de Oseberg

Muchas de las grandes piedras rúnicas escandinavas notifican una herencia,​ como la piedra rúnica de Hillersjö, que explica cómo una dama llegó a heredar no solo a sus hijos sino también sus nietos​ y la piedra rúnica de Högby Ög 81, que narra cómo una joven fue la única heredera tras la muerte de todos sus tíos.​ Se trata de importantes documentos de propiedad de una era en las decisiones legales no se transcribían en papel. Una interpretación de la piedra rúnica Tune de Østfold sugiere que la larga inscripción rúnica tiene que ver con la cerveza funeraria en honor del hacendado y declara a tres hijas como legítimas herederas. Data del siglo v y es, por tanto, el documento legal escandinavo más antiguo que reconoce el derecho sucesorio femenino.

El barco y la flecha

Junto a los cascos con cuernos también aparece en el ideario popular el funeral con un barco en llamas tras lanzar una flecha ardiente desde la orilla. En muy raras ocasiones los vikingos quemaban sus naves para homenajear o pagar un tributo a un caudillo prominente. Las evidencias arqueológicas han descartado la existencia de esta costumbre y los estudiosos consideran que algo así probable y prácticamente no pasó nunca, es un mito que surgió durante el romanticismo del siglo xix respaldado por la leyenda de la muerte de Balder y su funeral en un barco en llamas mientras se aleja hacia un rojizo ocaso.

 

Así era y se vivía en el barco más importante del Imperio español

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Así era y se vivía en el barco más importante del Imperio español

El galeón fue la embarcación por excelencia del imperio durante más de tres siglos.
España fue la mayor potencia del mundo entre los siglos XVI y XVIII. La clave de su éxito estuvo en el control de los mares y para ello necesitó un despliegue descomunal de navíos. Entre ellos, destacó el galeón español, un modelo de barco característico de España que cubría todas las necesidades de la nación en cuanto al comercio y la defensa de sus posesiones. Si tuviéramos que hacer una historia de España según los instrumentos y medios utilizados a lo largo de los siglos, el galeón encabezaría la lista de los más importantes.

Replica con el que podemos observar la estructura de un galeón.

¿Cómo eran los galeones españoles?


El Descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón en nombre de la monarquía hispana supuso un cambio de rumbo en la historia del mundo. Las riquezas extraídas del Nuevo Mundo fueron explotadas por España hasta posicionarse como la nación más importante de la Cristiandad. Para continuar su expansión, mantener el control de sus conquistas y transportar sus preciados metales, España tuvo que crear un navío versátil que cumpliera con los requisitos necesarios para llevar a cabo estos menesteres cruciales. Fue así como se le acabó dando forma al galeón español, una adaptación del galeón estándar y su poderío en combate, pero con un tamaño menor y procurando la velocidad y agilidad de las carabelas portuguesas. Esta embarcación fue decisiva para conformar el Imperio español desde que empezaron a construirse en la década de 1530.

Sin embargo, la velocidad a la que podía navegar el galeón fue disminuyendo en favor de aumentar el tamaño de los barcos y, por tanto, su capacidad para transportar más mercancía, que osciló en portes de entre 500 y 1200 toneladas. Conforme los metales preciosos iban llegando a Europa en mayor cantidad, el Atlántico se convirtió en un lugar peligroso, por lo que el casco de los galeones ganó en grosor para soportar mejor las posibles andanadas disparadas desde naves enemigas.

Lo habitual es que estas embarcaciones tuvieran entre 30 y 50 metros de eslora, y 12 o 15 metros de manga, pero hubo grandes galeones de hasta 60 metros de proa a popa. En España destacaron los astilleros vascos y andaluces, que tuvieron sus homólogos en La Habana y Filipinas a medida que el comercio de las Indias se fue expandiendo. Se estima que hicieron falta unos 2000 árboles para adquirir la madera necesaria para un galeón, cuya construcción podía alargarse durante dos años.

La estructura consistía en dos o tres cubiertas con una proa en forma de pico, donde se colocaba el mascarón, y un castillo de popa alto. Aunque el término “galeón” proviene de “galera”, este barco no se propulsaba con remos, sino que su avance depende de las velas, cuadradas o triangulares, repartidas entre los tres o cuatro mástiles que se levantaban sobre la cubierta principal del navío. La distribución de la combinación de velas y la pericia de la tripulación eran capaces de que un galeón navegase a 8 nudos, es decir, unos 14 kilómetros por hora. En los extremos más altos de cada mástil ondeaban en el aire banderas con el escudo de armas de la monarquía española.

Un barco para la guerra y el comercio

La versatilidad del galeón español se demuestra con las dos vertientes para los que se utilizó. Su eficacia militar estuvo fuera de dudas. Este barco pertrechado con unos 40 cañones se convertía en una rocosa pieza de artillería en la mar que trajo de cabeza a las demás potencias europeas y a los temerarios piratas que intentaron asaltar barcos españoles. Los galeones de guerra fueron la principal escolta de la Flota de Indias, la organización naval con la que se transportaban dos veces al año la plata, el oro, las piedras preciosas y las especias desde América al puerto de Sevilla. La protección era similar en el conocido como Galeón de Manila, una flota ideada como la que navegaba por el Atlántico, pero en el Pacífico, donde conectaba comercialmente América con Filipinas y China.

Un cargamento tan valioso y cuantioso como el que podían cargar estas embarcaciones, resultaba un bocado demasiado tentador. Sin embargo, ni las potencias rivales de España ni la edad de oro de la piratería supusieron un gran problema para el Imperio español. Tal y como se puede leer en el libro El oro de América:

“Hollywood miente. Es hora de decirlo a las claras. Las fuerzas de la naturaleza y el inmenso y oscuro mar, más que los piratas o los buques de las naciones con las que se mantenían conflictos, fueron los auténticos enemigos de los barcos cargados de tesoros que cubrían la Carrera de Indias, la extraordinaria ruta marítima que unía los territorios de la monarquía a través del océano Atlántico”.

A bordo de un galeón

Sevilla y su puerto en el siglo XVI:
salida y llegada de la Flota de Indias.
 
El cine y las novelas también han romantizado la vida a bordo de los barcos la Edad Moderna con aires de libertad y aventura en lo que realmente era una lucha por la supervivencia en un entorno implacable. Entre 120 y 300 personas podían navegar a bordo de estos galeones sumando la tripulación y los pasajeros, lo que suponía una falta total de intimidad y comodidad en viajes que se alargaban durante meses.

“Las condiciones de hacinamiento y la poca posibilidad de bañarse adecuadamente significaban que un galeón estaba plagado de todo tipo de pasajeros altamente indeseables. Las ratas en la bodega, las cucarachas en las cubiertas, los gusanos en la sopa, los insectos en la ropa de cama y los piojos en el cuerpo eran parte del viaje marítimo”.
Es por ello que infinidad de hombres y mujeres que subieron a bordo de algún galeón sufrieron alguna enfermedad contraída a bordo por la falta de higiene y una dieta que empeoraba con el paso de los días en alta mar ante el deterioro de los alimentos. No debe ser fácil imaginar desde nuestro confortable siglo XXI el alivio que debía sentir un marinero al pisar tierra firme cuando su barco llegaba a buen puerto.