¡Oh, gentes! ¿Hacia dónde vais a huir si el mar está detrás de vosotros y el enemigo frente a vosotros? No os queda más que, por Allah, la firmeza y la perseverancia; en verdad yo seré quien se enfrente a su tirano por mí mismo y no abandonaré hasta que me encuentre con él o caiga antes muerto en el intento» (Ibn Habib, m. 853).
Con estas legendarias palabras, cargadas de tópicos retóricos y literarios, Tariq b. Ziyad habría arengado a sus tropas tras desembarcar en Gibraltar (Yabal Tariq, la «montaña de Tariq») en el año 711, y antes de enfrentarse a un ejército visigodo presuntamente muy superior en número.
Las tropas islámicas tenían, según el caíd bereber, pocas opciones: o regresar al mar, donde perecerían ahogados, o confiar en Dios y luchar hasta conseguir la victoria o el martirio, dos botines, ambos, muy preciados. El desenlace de esta historia es de sobra conocido: la conquista islámica de la península ibérica, que desde entonces pasaría a llamarse al-Ándalus.
Este acontecimiento, ocurrido como consecuencia de la expansión árabe-musulmana iniciada tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632, daría lugar a la desaparición del reino visigodo de Toledo, y al nacimiento de una formación política islámica en el sur de Europa, realidad que se prolongaría durante ocho siglos. Por otro lado, esta pequeña anécdota protagonizada por Tariq y su arenga pone de relieve una serie de interrogantes a los que intentaremos responder en este texto: ¿cómo se produjo la entrada de las huestes islámicas en Hispania? ¿Cómo se desmoronó el reino visigodo? ¿Qué papel desempeñaron la guerra y la violencia en este proceso? ¿Cuál era la identidad de los conquistadores? ¿Cuáles eran sus motivaciones?
Antecedentes: la expansión Omeya en el Norte de África
Tras la constitución del califato omeya de Damasco en el año 661, esta dinastía árabe recuperó el impulso expansivo del islam.
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Medina Sidonia fue capital de provincia del Reino visigodo
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Uno de los objetivos de este programa de conquistas fue el Magreb, empresa compleja no tanto por la resistencia de las autoridades bizantinas que controlaban una región que correspondía, aproximadamente, a la actual Túnez, sino por la tenacidad de las poblaciones locales, más o menos romanizadas, que poblaban el Magreb central y occidental, y que las fuentes árabes llamarán, de manera homogeneizadora, bereberes.
Así, en el año 670, ‘Uqba b. Nafi (m. 683), general del ejército islámico, fundaba la ciudad de al-Qayrawan, y casi tres décadas más tarde, en el 698, uno de sus sucesores, Hassan b. al-Nu’man (m. 705), conquistaba y destruía Cartago, procediendo a la fundación de Túnez con el objetivo de que alojase unas atarazanas. Hasta ahora, las huestes musulmanas se habían enfrentado, en diversas batallas campales, a ejércitos bien fueran bizantinos o persas cuya derrota había supuesto el desmoronamiento de los diferentes poderes regionales.
Sin embargo, en la expansión por el norte de África combatieron a un enemigo fragmentado pero versátil y flexible, que frenó la fulgurante expansión árabe. De este modo, los musulmanes necesitaron más de medio siglo para avanzar desde el Nilo al Atlántico, y tuvieron que ir, poco a poco, integrando a esos grupos tribales bereberes dentro de los ejércitos de un imperio que funcionaba de forma centralizada desde Damasco.
La conquista de al-Ándalus no fue sino consecuencia de este proceso, al igual que las huestes que la llevaron a cabo. En el año 705, Musa b. Nusayr (m. c. 716) fue enviado por el califa al-Walid I (r. 705-715), quien acababa de acceder al poder, como gobernador de la nueva provincia de Ifriqiya, que abarcaba, por aquel entonces, desde la Tripolitania libia hasta el actual Marruecos.
Este mawla, cliente de la aristocracia árabe, tenía como objetivo organizar una provincia recientemente sometida, consolidar el dominio islámico y continuar, si era posible, con la expansión hacia el oeste. La integración de los grupos locales a la estructura militar omeya financiada por un sistema regular de estipendios en moneda otorgó a Musa un potencial bélico importante, por lo que no es de extrañar que, tras la anexión de Ceuta y Tánger, comenzase a planear una incursión al otro lado del Estrecho.
El salto del estrecho y la conquista de Hispania
Tras una primera razia de pillaje y, probablemente, de reconocimiento dirigida en el año 710 por un personaje al que las fuentes llaman Tarif (de donde procede el topónimo Tarifa), en el 711 se produjo la expedición, a la postre decisiva, liderada por Tariq b. Ziyad (m. c. 720), un liberto bereber al que Musa había confiado el mando de Tánger.
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Mezquita de los Omeyas, construida por el califa omeya al-Walid I en el año 705 |
El ejército a cargo de Tariq estaba formado casi en exclusiva por bereberes recién islamizados. Esta ausencia de árabes entre las tropas expedicionarias fue algo novedoso en el contexto del califato omeya, circunstancia que probablemente ocurrió debido a una política deliberada de Musa quien, además de contar con un insuficiente número de soldados árabes para continuar la empresa de expansión, utilizó la integración del elemento norteafricano en las huestes islámicas como medio de pacificación de Ifriqiya.
Por las mismas fechas, la situación en el reino visigodo era turbulenta. En las dos décadas previas a la llegada de los árabes se documentan, al menos, dos rebeliones contra los monarcas Egica (687-702) y Witiza (702-710). Aunque ambas se saldaron en fracaso, dejan constancia de uno de los fenómenos que marcaron todo el periodo visigodo, como eran las luchas de distintas facciones por controlar el poder que emanaba de la corte toledana.
En el mismo año en el que Tarif exploraba las costas ibéricas, la muerte del rey Witiza precipitó los acontecimientos. Sus hijos fueron desplazados de la sucesión al trono por parte de Rodrigo, quien se aseguró la corona merced al apoyo de una parte de la élite de poder. Este, a su vez, se vio contrarrestado por los núcleos de resistencia «witizianos», quienes, según algunas fuentes, habrían llegado a pedir ayuda a los nuevos señores del Magreb.
Las fuentes literarias presentan la conquista de al-Ándalus como un proceso relativamente rápido. Asimismo, algunos cronistas se hacen eco de la colaboración de destacadas figuras del reino visigodo con los conquistadores. El primero fue un tal Yuliyan, más conocido en su forma romanceada como Julián.
Los textos no coinciden en la naturaleza de este personaje, al que atribuyen el rango de conde o la condición de hombre destacado, pero concuerdan en que era un personaje de alto rango afincado en Ceuta. Motivado por un presunto deseo de venganza contra el rey Rodrigo, habría sugerido a Tariq la conquista de Hispania.
Para ello, llegó a poner a su disposición sus propios barcos. Otros autores, como Ibn al-Qutiyya (m. 977) musulmán de antepasados visigodos, algo que podría explicar su visión de los hechos, atribuyen un papel decisivo a los hijos de Witiza, quienes, convocados por Rodrigo para luchar contra el ejército musulmán, llegaron a un acuerdo oculto con Tariq y combatieron a su lado.
El desembarco del ejército islámico, constituido, según parece, por entre 12 000 y 18 000 hombres transportados en embarcaciones de comercio de la zona, tuvo lugar en los alrededores de Gibraltar a finales de la primavera del 711. Rodrigo, que combatía a los vascones en el norte del reino, volvió a toda prisa a hacer frente a esta agresión, y sufrió una derrota completa a finales del mes julio, favorecida, si seguimos la interpretación de algunos textos, por esa deserción de los hijos de Witiza de la que hablaba Ibn al-Qutiyya.
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Restos de las Termas de Antonino en Cartago (Túnez) |
Esta batalla, donde es probable que el rey cristiano perdiera la vida, tuvo lugar en Wadi Lakko, Guadalete, cerca de Algeciras, y produjo el derrumbamiento en cadena de las estructuras políticas visigodas.
A este choque campal le siguieron una serie de expediciones contra los principales núcleos urbanos que articulaban la administración del reino, y que fueron cayendo, uno tras otro, en manos de los conquistadores. Córdoba y Toledo, por ejemplo, cayeron en esa primera expedición de Tariq, mientras que otras ciudades como Mérida que ofreció una importante resistencia o Sevilla caerían poco tiempo después, cuando el propio Musa, a principios del verano del 712, cruzó el Estrecho con un nuevo ejército para hacerse cargo de las operaciones.
Así, entre el 711 y el 714, las tropas musulmanas ocuparon metódicamente la región, aparentemente sin grandes dificultades. En el año 713, en medio del proceso de conquista, Musa llegaba a Toledo para reunirse con Tariq, quien, después de sus victorias en el sur, se había dedicado a someter el norte de la península.
El gobernador de Ifriqiya habría colmado de reproches a su subordinado, quizá por no haberle esperado para proseguir con la conquista, privándole así de un importante botín. En este contexto se sitúa el legendario episodio de la llamada «Mesa de Salomón», símbolo de todos los tesoros que aguardaban en Hispania a sus nuevos señores. Poco después Musa sería convocado en Damasco y castigado por el califa Sulayman (r. 715-717), debido también a cuestiones relacionadas con el botín.
Aunque en el cuadrante nororiental hubo algunos focos de resistencia de los que tenemos noticia debido a la evidencia numismática dado que conocemos monedas acuñadas por un tal Agila en Zaragoza, Gerona y Narbona, en el año 718 los conquistadores habían completado su dominio sobre toda la península, proyectándolo incluso más allá de los Pirineos durante varias décadas.
En el 716 la capital se había ya establecido en Córdoba, y habían comenzado a acuñarse una serie de monedas de oro (dinares) bilingües en latín y árabe donde por primera vez aparecía el nombre de al-Ándalus. Cuatro años antes, en el 712, habían aparecido ya unos sólidos áureos con el credo islámico escrito en latín (non deus nisi Deus) y fechadas por la era islámica (hégira).
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Nave central de la sala de oración de la mezquita de Uqba
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Como toda conquista, la de al-Ándalus tuvo un importante carácter violento, aunque este se manifestase en muchas ocasiones a través del importante factor coercitivo que la presencia militar impone. No obstante, esto no fue obstáculo para que los pactos entre conquistadores y miembros de la aristocracia indígena estuvieran muy extendidos.
De hecho, esta fue la regla más que la excepción. Por ejemplo, buena parte de los territorios del sudeste peninsular pasaron a ser conocidos en época andalusí con el nombre de Tudmir, como consecuencia del pacto firmado por un noble visigodo llamado Teodomiro con ‘Abd al-Aziz, hijo de Musa b. Nusayr. A cambio del pago de unos determinados impuestos, este aristócrata pudo mantener sus dominios.
Asimismo, parece que una hija de este Teodomiro se habría casado con un miembro del ejército árabe, dando origen a un linaje que habría de mantener una fuerte presencia en la región. Sin duda, la frecuencia de matrimonios mixtos y la creación de estos linajes con una potente implantación territorial es una de las claves que explican la conquista.
En este sentido, uno de los episodios más célebres pero también dudosos de la formación de al-Ándalus es el presunto matrimonio de ‘Abd al-Aziz b. Musa con la viuda del rey Rodrigo algunas fuentes dicen que con su hija, lo que le habría hecho apropiarse de símbolos de la realeza ajenos a la tradición islámica como la corona. En consecuencia, habría sido asesinado, en marzo del 716, por algunos jefes del ejército conquistador.
¿Una empresa fortuita o planificada?
A pesar de que la primera expedición, capitaneada por Tariq, se llevó a cabo con los medios marítimos disponibles, probablemente comerciales, esto no quiere decir que no existiese la intención de conquistar Hispania ni que esta empresa se produjese de forma fortuita.
De hecho, la llegada de Musa con un segundo ejército en apoyo de su subordinado parece que contó con una minuciosa planificación, e incluso hay fuentes que nos hablan de la utilización de una flota tunecina que, en principio, había sido fletada para combatir a los bizantinos en el Mediterráneo central. No es casualidad que, entre los años 710 y 720, se suspendieran las razias efectuadas desde Ifriqiya a Sicilia. Parece que todos los esfuerzos estaban puestos en la ocupación de al-Ándalus.
La emisión durante los años 709-711, en Tánger, de monedas de bronce (feluses) con leyendas relacionadas con el yihad, y que parecen acuñadas para pagar la soldada de las tropas que iban a tomar parte en la conquista de Hispania, es otro interesante indicio del carácter relativamente planificado de este proyecto, que sin duda hay que encuadrar en el marco imperial de la expansión del califato omeya.
Estas monedas, además del nombre de Mahoma, el enviado de Dios, llevaban inscritas la siguiente frase: «contribución en el camino de Dios». Esta sentencia puede vincularse a la idea de la lucha en la senda de Alá, lo que daría una pátina religiosa a la ocupación de al-Ándalus.
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Derrota de las tropas de don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711)
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Las motivaciones de los conquistadores, no solo de Hispania sino de todo el territorio ganado para el islam, tendrían, sin duda, mucho que ver con cuestiones pragmáticas como el incremento de poder y de riquezas, pero es más que probable que el sentimiento religioso y el deseo de expansión de la fe entendida como verdadera desempeñasen un importante papel.
Por ejemplo, recientemente se han encontrado en la península arábiga grafitis, a caballo entre el siglo VII y VIII, que ya contenían claras referencias tanto a un yihad bélico como a la idea de martirio.
La conquista de al-Ándalus debe, por tanto, inscribirse en la fase de recuperación de la política de expansión del califato omeya de Damasco, contexto en el que también se produjo la expansión hacia Oriente. En el año 713, por ejemplo, se alcanzaría el delta del Indo.
Esta fase del Imperio omeya, llamada marwaní, se caracterizó por una centralización del poder y una alta eficacia de su administración, rasgos que se pueden observar en la ocupación de Hispania a través de elementos como las acuñaciones monetarias, y que se estaban produciendo, de manera similar, en todo el califato. Por otro lado, y al igual que en gran parte del orbe islámico, la conquista se produjo de manera rápida, y los pactos con las élites indígenas fueron más habituales que la aplicación de la fuerza.