Batalla de Guadalete

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Batalla de Guadalete

No confundir con Batalla de Guadalete (745)
 
La batalla de Guadalete (en árabe clásico: معركة وادي لكة) es el nombre con el que se conoce una batalla que, según la historiografía tradicionalmente admitida, basada en crónicas árabes de los siglos X y XI, tuvo lugar en la península ibérica entre el 19 y el 26 de julio de 711 (aunque algunas fuentes señalan 712​) cerca del río Guadalete (Bética) y cuyas consecuencias fueron decisivas para el futuro de la península. En ella el rey godo Rodrigo fue derrotado y probablemente perdió la vida a manos de las fuerzas del Califato Omeya comandadas por Táriq ibn Ziyad. La derrota fue tan completa que supuso el final del Estado visigodo en la península ibérica. Una de las causas del éxito de la invasión musulmana en la península fue la inestabilidad de la monarquía visigoda y que su rey, Rodrigo, se encontraba luchando en el norte contra los vascones y tardó dos semanas en recibir la noticia del ataque, llegando tarde al sur, al Guadalete para luchar contra el bereber Tariq, partiendo ya desde una desventaja, unida además a la posterior traición de los partidarios de Witiza, que abandonaron el ejército visigodo pasándose con sus tropas al bando musulmán. 

Algunos estudiosos contemporáneos negaron la ubicación tradicional de la batalla y sostuvieron que tuvo lugar entre Medina Sidonia y la laguna de La Janda, lo que hizo que en tiempos más recientes se haya conocido también como batalla de la laguna de La Janda o del río Barbate. Sin embargo, Sánchez Albornoz, que reconstruyó los hechos a partir de los archivos cristianos y las crónicas árabes, aportó nuevos datos y testimonios que respaldaban que Wadi Lakka era efectivamente el río Guadalete, y que sería cerca de la despoblada ciudad hispanorromana de Lacca (acaso el Castrum Caesaris Salutariensis), junto a la fuente termal del Cortijo de Casablanca, a 7 km al sur de Arcos de la Frontera, en la Junta de los Ríos Guadalete y Majaceite, precisamente donde los antiguos habían situado el encuentro bélico.
 

Antecedentes 

De acuerdo con las fuentes disponibles, el caudill Táriq estaba bajo las órdenes de Musa ibn Nusair, gobernador del norte de África, el cual en connivencia con el conde de Ceuta don Julián, gobernador y vasallo de don Rodrigo pero con lazos de fidelidad con el anterior rey Witiza (tras la muerte de Witiza comenzó una guerra de sucesión y los Omeyas llegaron a la península en apoyo a los hijos de Witiza), habría planeado la invasión de península ibérica, facilitándole el cruce del estrecho de Gibraltar en la noche del 27 al 28 de abril de 711.

Aunque esto puede no ser más que una adaptación a la realidad de un poema medieval posterior que esgrimía la violación de Florinda la Cava, la hija de Don Julián, por parte de Rodrigo, lo cual habría incitado la traición de este. En todo caso, está claro que las fuerzas omeyas fueron llamadas por los hijos de Witiza. 
 
Las antiguas crónicas sobrevaloran el número de efectivos de ambos bandos que participaron en la batalla, llegando a contar 100 000 soldados en el lado visigodo.​ Es muy probable que el general omeya Táriq desembarcase en Tarifa unos 7000 soldados de a pie bereberes, tomando Carteia y posteriormente Algeciras, donde rechazó el ataque de Bancho o Sancho, sobrino de Rodrigo que había salido a su encuentro.  

Poco después recibía 5000 refuerzos enviados por el califato. Sumaban 10 000 bereberes, 2000 árabes.
 
Mientras todo esto acontecía, el rey visigodo se encontraba en el norte de la península ibérica combatiendo a los vascones en Pamplona. La noticia le tarda en llegar dos o tres semanas. La crisis que padecía el reino visigodo en aquellos fatídicos momentos, con continuas confabulaciones y guerras fratricidas entre la nobleza para hacerse con el trono, limitaron considerablemente el margen de maniobra de Rodrigo a la hora de reclutar un ejército con el que hacer frente a la invasión, viéndose obligado a aceptar la interesada ayuda de los witizanos, cuya traición desconocía. Tal como fuere, pudo organizar precipitadamente en Córdoba un ejército de 40 000 hombres y partir al encuentro de Táriq. 
 
Estimaciones modernas dicen que solo 2000 musulmanes y 2500 visigodos participaron en la batalla.
 

La batalla

De acuerdo a las crónicas, el choque tuvo lugar en Wadi Lakka, sitio que según algunos historiadores podría situarse en Barbate o en la propia Medina Sidonia o, según otros, que coinciden con la historiografía clásica, en el río Guadalete. Durante dos días ambos bandos se tantean en sangrientas escaramuzas.  

Una vez empezada la batalla, los hijos de Witiza, que comandaban los flancos, se separaron del ejército visigodo, dejando a Rodrigo en inferioridad numérica y técnica contra los musulmanes.​ Al parecer, los bereberes, con su caballería ligera y sus ataques rápidos y letales, diezmaron a las rodeadas fuerzas leales al monarca godo tras un duro combate. El caballo de Rodrigo fue encontrado asaetado a orillas del río,​ con lo que se especuló con que el monarca pudo haber escapado, aunque también que su cadáver fue arrastrado por la corriente. Nunca se volvió a saber de él. 

La destrucción de la fuerza visigoda ante el engaño de los witizianos, el desconocimiento total del modo de combatir bereber y la probable muerte de Rodrigo dejó la puerta abierta a Táriq para apoderarse de Toledo a finales del mismo año 711. Desprotegida al llevarse consigo Rodrigo su comitatus y a los spatarios de su guardia real, la ciudad no opuso resistencia. 
 

Consecuencias 

El fulminante avance del ejército musulmán vino motivado por el posterior desconcierto en las filas godas tras la aplastante derrota del ejército real y la muerte del monarca, aumentado por la rápida caída de la capital que evitó la elección de un nuevo rey y el establecimiento de una línea de resistencia. Lejos podían suponer los conjurados que su petición de ayuda para recuperar el trono a cambio de tributos les iba a costar tan caro y cuáles eran las verdaderas intenciones de conquista de los árabes. 

En el devenir que tomaron los hechos hubo factores importantes que lo propiciaron, como los numerosos descontentos que se unieron a las fuerzas invasoras, encontrando la colaboración de la población iberorromana, que no tenía derecho a participar en el gobierno (salvo en el de la Iglesia) y que veía en el nuevo invasor un posible aliado contra los germanos. También se habla de la ayuda de la población judía, la cual venía siendo perseguida por la monarquía católica visigoda, y de gran parte del resto de la población que no opuso resistencia, exasperada por las continuas hambrunas y epidemias y deseosa de una estabilidad política.
 
Musa, receloso de los éxitos de Tariq, decidió intervenir personalmente en el 712, al mando de un ejército de 18 000 hombres, en su mayoría árabe. Su objetivo era restablecer la legítima autoridad que solo le competía a él en su calidad de gobernador de Ifriquiya-Magreb. La expedición, que tenía como meta Toledo, arranca en Algeciras y continúa por Carmona, Sevilla y Mérida hasta que, en la comarca toledana, Tariq y Musa unen sus fuerzas y continúan la ocupación del valle del Ebro, Asturias y Galicia sin encontrar apenas resistencia. 

El hijo de Musa, Abd al-Aziz, entretanto ocupaba el cuadrante sureste, Málaga, Granada y Murcia; firmando el 5 de abril de 713 un pacto con el godo Teodomiro en el que se le sometía a cambio de total autonomía, respetándose a sus súbditos libertades, posesiones y religión. En menos de tres años desde Guadalete, casi la totalidad de la Península está en poder del Islam y se intenta invadir el resto de Europa a través del reino francomerovingio. 
 
Musa y Tariq fueron llamados para rendir cuentas a Damasco por el califa, y Musa, sin tener facultad para ello, nombró a su hijo gobernador (walí) de al-Ándalus, cuyo gobierno estuvo orientado al afianzamiento del dominio musulmán.  

Se ha discutido por parte de algunos historiadores tanto la veracidad como la trascendencia de esta batalla,​ que bien podría no haber sido más que un enfrentamiento de pocos centenares de hombres. Es considerado, sin embargo, como desencadenante de la conquista musulmana de la península ibérica, que supondría la desaparición del reino visigodo peninsular. 

Tradicionalmente se ha considerado que entre las huestes derrotadas que huían hacia el norte del campo de batalla y de la caída de Toledo se encontraría muy probablemente don Pelayo, legendario precursor de la Reconquista tras la batalla de Covadonga, donde contó con el apoyo de los Astures, y parte de la población visigoda que allí buscó refugio. 
 

 

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Tercera Revolución Industrial

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Tercera Revolución Industrial

La Tercera Revolución Industrial es un proceso que viene definido por los cambios que se han operado en sectores tan presentes en la vida cotidiana de muchas personas, tales como las comunicaciones o la energía.  
 
La Tercera Revolución Industrial, fue un proceso multipolar, liderado por Estados Unidos, Japón y la Unión Europea. Sus inicios datan de mediados del siglo XX. Se vincula con el término «Sociedad de la Información». No existe consenso en una fecha concreta para determinar su fin. 
 
Este concepto fue lanzado por el sociólogo y economista norteamericano Jeremy Rifkin. Posteriormente, lo recogieron y avalaron entidades e instituciones, como, por ejemplo, el Parlamento Europeo en el 2006. Su base es la confluencia y complementariedad de las nuevas tecnologías de comunicación y energía. 
 

Las bases de la Tercera Revolución Industrial

La Primera Revolución Industrial se asentó en elementos como el uso del carbón y la concentración de capitales, entre otros. La Segunda Revolución Industrial lo hizo sobre el desarrollo del ferrocarril y la introducción de otros combustibles fósiles, como el petróleo. En cambio, la Tercera lo hace sobre la base de unas tecnologías muy diferentes, de tal modo que el nexo de unión con las anteriores es mucho menor.
 
La Tercera Revolución Industrial se asienta sobre nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como en las innovaciones que permiten el desarrollo de energías renovables. Como consecuencia las potencialidades de estos dos elementos actuando conjuntamente, se prevén grandes cambios en diversas áreas. Nunca antes se había llegado a unas cotas tan altas de interactividad e intercomunicación, al tiempo que las innovaciones en materia energética podían significar un cambio tan sustancial como el que se prevé con el desarrollo y explotación de fuentes renovables de energía.
 

Las innovaciones de la Tercera Revolución Industrial

El fuerte potencial de cambio que se consigue mediante la convergencia de las nuevas tecnologías en materia de comunicación y energía ha venido teniendo importantes repercusiones. En un documento publicado por el propio Jeremy Rifkin titulado «La Tercera Revolución Industrial: cómo internet, la electricidad ecológica, y las impresoras 3D están marcando el comienzo de una era de capitalismo distribuido», establece que los cinco pilares de esta Revolución son: 

   ➤ La transformación de las de energías renovables.

   ➤ Utilizar los edificios de cada continente en microcentrales para generar energía renovable.
 
   ➤ Expandir el hidrógeno y otras tecnologías de almacenamiento en cada edificio, así como en toda la infraestructura para almacenar energía.
 
   ➤ Utilizar internet para transformar la red eléctrica a nivel mundial en una red de energía que actúe como la conexión a internet.
 
   ➤ Transición de los vehículos que utilizan combustibles fósiles hacia los vehículos eléctricos enchufables y de celdas de combustible que pueden comprar y vender electricidad ecológica mediante un sistema de red eléctrica inteligente, continental e interactivo.
 
Estos pilares, sobre los que se ha asentado el proceso, han obtenido algunos frutos, concretándose en algunas innovaciones que están presente en la vida cotidiana de las personas y que cuentan con gran importancia desde una perspectiva económica. Entre ellas podemos señalar Internet, la fibra óptica, la fibra de vidrio o los avances en nanotecnología. 
 

Retos, peligros y oportunidades

Como todo cambio de carácter socioeconómico, existen aspectos favorables, desfavorables o que suponen un reto para las sociedades en los que ocurren. Las revoluciones industriales anteriores alteraban la realidad social y económica, pero también aspectos políticos, culturales e institucionales. Uno de los principales riesgos es, por tanto, que se acreciente la desigualdad, fruto de los desequilibrios en el acceso a las nuevas tecnologías. 

Estos desequilibrios pueden suceder en el ámbito interno de las sociedades, pero también entre sociedades. Con ello, sin una adecuada gestión de la nueva realidad, se pueden acrecentar las diferencias sociales entre los miembros de una determinada sociedad, pero también las diferencias de poder entre diferentes naciones.

No obstante estos peligros, una forma óptima de gestión puede servir para mejorar aliviar situaciones de crisis y mejorar el bienestar general. Por ejemplo, con el desarrollo de estas nuevas tecnologías se ha conseguido innovaciones en el campo de la medicina. Se han desarrollado formas de comunicación eficaces como nunca antes había existido. También en la configuración de herramientas energéticas menos contaminantes y sostenibles. Se puede dinamizar una economía o lograr nuevos puestos de trabajo y reducir el desempleo. E, incluso, puede avanzarse hacia lograr una gestión óptima de recursos limitados, sin poner en riesgo, o al menos minimizándolo, el futuro de las próximas generaciones. Además, ha puesto en valor la importancia de desarrollar políticas inteligentes de I+D+I.
 
En definitiva, parece necesario ser conscientes de que los avances tecnológicos no son buenos o malos en sí mismos, sino en función de lo que con ello se pueda lograr, de la forma en que se gestionen y de sobre quien o quienes repercutan las mejoras logradas. 


J.M.S

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La Conquista Romana de la Península Ibérica

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La Conquista Romana de la Península Ibérica

El período histórico en cuestión se desarrolla desde el año 218 a 19 a.C., y en él e produce la conquista y asentamiento de los romanos en la Península Ibérica. La lucha se desarrolla contra los cartagineses y el resto de los pueblos indígenas habitantes de la misma.

Conquista romana del levante y sur español

La conquista se inicia con el desembarco de un ejército romano, al mando de Cneo Escipión, durante el mes de agosto del año 218 a.C., en Emporión, hoy llamado San Martín de Ampurias, en el golfo de Rosas.

Desde esta antigua colonia griega, Escipión inicia la conquista de la zona costera, con el objetivo de cortar el suministro que desde la península se podía mandar a los ejércitos cartagineses de Aníbal en Italia. Cneo Escipión derrota, ese mismo año, por vez primera, al ejército cartaginés mandado por Hannon y auxiliado por las tropas indígenas de Indíbil, en la batalla de Cesse, en las cercanías de Tarraco, y se convirtió esta ciudad indígena en la principal base de operaciones romanas por la zona del Ebro.

La llegada a la Península de Publio Escipión, hermano de Cneo, como procónsul al mando de nuevos refuerzos, posibilitó que los hermanos Escipión después de derrotar, durante el año 216 a.C., a Asdrúbal Barca en Hibera, cerca de Tortosa, en la desembocadura del Ebro, cruzasen por primera vez este río y se encaminaran por las tierras del sur hasta Sagunto. Ciudad que fue conquistada en el año siguiente, y tomada como punto de apoyo para proseguir la campaña por Levante y tierras del Guadalquivir.

El dominio de los romanos sobre las tierras cartaginesas, se mantiene hasta que Asdrúbal Barca, tras regresar con refuerzos desde el norte de África, con la ayuda del ilergete Indíbil y del númida Masinisa, derrotó a los ejércitos romanos en Cástulo en el año 212 a.C. En esta confrontación mueren los dos jefes romanos. En la propia Cástulo muere Publio Escipión, y en Ilori (Lorca) sucumbe su hermano Cneo.

En el año 210 a.C. llega un nuevo comandante para el ejército romano: Publio Cornelio Escipión, posteriormente llamado el Africano, que consigue reorganizar las fuerzas romanas, que por entonces contaban con más de 35.000 hombres, y emprende nuevas ofensivas contra los ejércitos cartagineses. Con los indígenas establece alianzas pacíficas. A principios del año 209 a.C. Publio Cornelio Escipión tras una marcha rapidísima, ataca por mar y por tierra la capital cartaginesa de Cartago Nova, la cual caía en poder de los ejércitos romanos el uno de abril de ese mismo año. Tal conquista le permitió atraerse la confianza de las comarcas vecinas y asegurar el control sobre el levante. Estas ventajas le animaron a intentar por segunda vez la conquista del valle del Guadalquivir.

Poco después de la toma de Cartagena, en la primavera del año 208 a.C., Asdrúbal Barca es derrotado en la batalla de Baecula, posiblemente Bailén, a la entrada de Andalucía. El ejercito romano actuó con la participación de tribus aliadas de ilergetes, edetanos e ilercavones. A partir de entonces Asdrúbal se traslada a Italia en auxilio de su hermano Aníbal. A finales de este mismo año, Publio Cornelio Escipión ordena a su hermano Lucio que ocupe la región de la Bastetania, es decir, las tierras montuosas de las actuales provincias de Almería, Jaén, Granada y Murcia, y se libra una operación militar de relativa importancia en Auringuis (Jaén).

En el año 207 a.C. se libró la gran batalla de Ilipa, hoy Alcalá del Río, a la derecha del Betis o Guadalquivir, entre romanos y cartagineses, dirigidos por los generales Magón y Giscón. En este combate Escipión contó con la ayuda de fuerzas auxiliares de la Turdetania (Andalucía), mandadas por los príncipes turdetanos Culcas y Attenes. Siguiendo los planes de conquista del valle del Betis, el general romano Silano, durante este mismo año, sitia y rinde la ciudad de Cástulo, el más importante centro minero argentífero de la comarca del alto Betis, se corresponden con Linares y La Carolina actuales, y poco más tarde llegan hasta Carteia (Algeciras) después de sitiar la localidad de Estapa (Estepa).

Escipión funda, cerca de Sevilla (Santiponce), a finales del verano del año 206 a.C., la primera colonia romana a la que, en honor de Italia, dio el nombre de Itálica, para establecer en ella a los legionarios veterano, dotada de un marcado carácter fronterizo y defensivo, dada la posición estratégica de su emplazamiento (a la orilla derecha del Betis y en su confluencia con el río Cala). Derrotados y desmoralizados, los ejércitos cartagineses no pueden evitar que en el otoño del año 206 a.C. los romanos entren en Gadir, el último baluarte del imperio cartaginés en la Península Ibérica, forzando la retirada del general cartaginés Magón, con lo que termina el dominio púnico en la Península. A partir de este momento se desarrollan las luchas con el resto de los pueblos indígenas asentados en la misma.

A mediados del año 206 a.C. se produce una oleada de levantamientos y sublevaciones de ilergetes y jacetanos encabezados por Indíbil y Mandonio, que afectó a las tierras actuales de Jaca, Huesca y Lérida, y que llega incluso hasta Salduie (Salduba, luego Caesar-Augusta, Zaragoza). Escipión sale de Cartagena y en una rápida campaña consigue vencer y dispersar momentáneamente a los sublevados. Durante el verano del año siguiente se levantaron nuevamente contra Léntulo y Acidino, los sucesores de Escipión, protestando por el duro impuesto establecido por la anterior sublevación. La nueva rebelión fue rápidamente vencida y sus cabecillas, Indíbil y Mandonio, muertos en combate o ajusticiados. Los pueblos sublevados tuvieron que sufrir duras represalias e impuestos.

En el año 197 a.C. legalmente se establecen dos provincias en Hispania: la Citerior que comprendía las tierras del valle del Ebro y costas orientales hasta el norte de Baria (Vera, provincia de Almería), y la provincia Ulterior, en la que se incluían todas las tierras béticas y el valle del Guadalquivir. La frontera entre ambas provincias se extendía entre Saltus Castulenensis (sierra de Cazorla en Sierra Morena) y la desembocadura del río Almanzora.

Ante la gravedad de la situación creada en la provincia Citerior por la sublevación general de las tribus ibéricas, el Senado romano decidió nombrar cónsul a Marco Poncio Catón y enviarle con un gran contingente de soldados con el fin de restablecer el orden. En el año 195 a.C. desembarcó en Ampurias y dominó con cierta facilidad a los sublevados del área catalana, no tanto por la acción de las armas, como por sus actuaciones políticas y administrativas. Posteriormente apaciguó a los ilergetes, al entregarse voluntariamente su caudillo Bilistages, sucesor de Indíbil. A comienzos del año siguiente Catón, tras derrotar y someter a los jacetanos, entró triunfalmente en la localidad pirenaica de Jaca. Después de apaciguar a los turdetanos de la Bética, regresó a Tarragona por el interior de la Meseta, siguiendo el curso del río Henares, con el propósito de controlar los levantamientos surgidos entre los arévacos de Segontia (Sigüenza) y Numancia y sobre todo, para amedrentar a los celtíberos e impedir que siguieran socorriendo con trigo a las ciudades de la provincia Ulterior. Es éste el primer contacto bélico con los arévacos, que junto con los lusitanos habrían de ser sus más irreductibles adversarios.

Fulvio Nobilior, pretor de la provincia Ulterior, intervino militarmente en la Citerior. Guerreando contra los oretanos y carpetanos consiguió en el año 192 a.C. ocupar la ciudad de Toletum (Toledo) y apresar a Hilermo, caudillo indígena que la defendía.

A fin de sofocar los continuos levantamientos de celtíberos y lusitanos, el Senado designa como pretores del año 180 a.C,. respectivamente a Tiberio Sempronio Graco para la Citerior, y a Lucio Postumio Albino para la Ulterior. Fue Graco el primero en dominar la revuelta celtibérica el mismo año de su llegada. Tras liberar a la ciudad aliada de Carabis (cercana a la Borja de Zaragoza) del sitio a la que estaba sometida por los celtíberos y derrotarles al pie del Moncayo, firma pactos con ellos poniendo así fin a esta guerra. Gracias a su política de pactos y reparto de tierras entre los celtíberos, se desarrolla un período de paz general, salpicada, no obstante, de abusos e injusticias por parte de los pretores gobernantes que lo sucedieron.

Sempronio Graco, para conmemorar sus triunfos sobre los celtíberos, fundó en la orilla derecha del Ebro la ciudad de Gracchurris. La fundación en el año 178 a.C. de esta nueva ciudad, que hoy se conoce con el nombre de Alfaro, responde a una clara finalidad política: la de asegurar la frontera entre las nuevas tierras conquistadas frente a los vascones.

Guerras de la Lusitania y Celtiberia

En el año 155 a.C. se inician las primeras hostilidades de los lusitanos y celtíberos en contra de los romanos, rompiéndose así cerca de 34 años de relativa paz y tranquilidad que había reinado en la Hispania romana. En la Ulterior, la guerra contra los lusitanos realmente comienza a mediados de este año, cuando el caudillo Púnico vence repetidamente a los pretores de esta provincia hispana y llega hasta Sexi (Almuñécar) con un ejército formado por lusitanos y vettones capitaneados por Césaro.

Guerra de Lusitania

Después de haber sido derrotado Galba, pretor de la provincia Ulterior, en los primeros enfrentamientos con los lusitanos, éste les promete repartos de tierras de cultivo, por lo que confiados fueron concentrados más de 30.000 lusitanos en tres campamentos, desarmados en señal de buena voluntad, para recibir los lotes correspondientes. Entonces Galba mandó rodear estos campos de concentración y ordenó la más cruel matanza de la Antigüedad. Más de 9.000 lusitanos fueron pasados a cuchillo y 20.000 fueron vendidos como esclavos en las Galias. Algunos pudieron salvarse, entre ellos, Viriato, quien será elegido más tarde como caudillo que dirija el levantamiento general del pueblo lusitano contra Roma durante algo más de 10 años.

Después de ser elegido Viriato por sus compañeros de armas, como jefe para dirigir la guerra que los lusitanos mantenían contra los romanos, consiguió durante el año 147 a.C. notables éxitos. En Tríbola, Serranía de Ronda, derrotó al pretor Vitelio, que sucumbió en el propio combate junto a más de 4.000 legionarios. Esta victoria puso en manos de Viriato toda la Hispania Ulterior. Poco después Viriato abandonó la Bética y se dirigió a la Carpetania, seguido por el pretor Plaucio, quien lo atacó en la Sierra de San Vicente. El romano de nuevo fue derrotado y se vio obligado a retirarse de la zona. Viriato aprovecha la ocasión y penetra en la ciudad de Segóbriga, ciudad aliada de los romanos, que Plinio calificaba como Cabeza de la Celtiberia y que estaba situada en las proximidades de Saelices, junto al río Cigüela.

Acosado Viriato por las campañas del año 144 a.C. del nuevo cónsul de la provincia Ulterior, Fabio, que le obligó a replegarse en Baecula, Bailén, decidió pedir ayuda a los celtíberos. Éstos, especialmente los arévacos, dirigidos por Olónico, deciden dársela, rompiendo así los 10 años de paz que los pueblos de la submeseta norte habían mantenido con los romanos gracias al respeto a los acuerdos firmados con Marcelo.

Primera guerra de Celtiberia

Estalló la primera Guerra con la Celtiberia en el año 153 a.C. a causa de que los belos, una de las tribus celtíberas, se negó a suspender un nuevo amurallamiento que estaban levantando en la ciudad de Segeda, situada en el valle del Jalón junto al río Perejiles, cerca de la actual Belmonte de Gracián. Los romanos tomaron este hecho como un violación de los acuerdos establecidos con Sempronio Graco y el cónsul Fulvio Nobilior entró en la Celtiberia con una gran ejército. Los segedanos obtuvieron apoyo entre los arévacos.

Con el fin de someter a los belos y arévacos el cónsul Quinto Fulvio Nobilior estableció un campamento en Ocilis, hoy llamado Medinaceli, desde donde dominaba los valle del Jalón y del Henares hasta casi las inmediaciones del Duero. El día 23 de agosto del año 153 a.C., y cuando el ejército del cónsul Fulvio Nobilior se dirigía a Numancia, fue sorprendido por combatientes arévacos y belos mandados por el caudillo Caros. En el enfrentamiento hubo numerosas bajas en los dos bandos, particularmente entre los romanos. Los celtíberos sobrevivientes, después de que sucumbiera su jefe, se agruparon en Numancia.

A los tres días del primer enfrentamiento con los arévacos, el cónsul Fulvio Nobilior reorganizó su ejército e inició la marcha hacia Numancia, donde estableció un fortificado campamento militar en sus cercanías, en la Gran Atalaya, cerca de la aldea de Renieblas. Nobilior tras recibir refuerzos (300 jinetes y 10 elefantes) decidió atacar la ciudad de Numancia. Los numantinos, tal como había supuesto el cónsul, se asustaron al ver a los elefantes, animales desconocidos para ellos, por lo que se replegaron en la ciudad. Nobilior ordenó el asalto, pero uno de los paquidermos se espantó al sufrir una pedrada en la cabeza, y arrastró en su huida a los demás elefantes, circunstancia que aprovecharon los numantinos para salir de las murallas y causar una gran derrota entre los soldados romanos, ocasionándoles más de 16.000 bajas. Los ejércitos en la provincia Citerior quedaron reducidos en pocos días a la mitad por las sucesivas derrotas sufridas ante los celtíberos.

La rendición de Ocilis y Nertóbriga conllevó la pacificación con los numantinos, los cuales se sometieron, en nombre de todos los celtíberos, a los planes pacificadores del cónsul Claudio Marcelo por los que se reconocía a los arévacos plena autonomía. El Senado romano ratificó esta paz de principios del año 151 a.C., asegurando para la Celtiberia un largo período de tranquilidad que habría de durar hasta el año 143 a.C.

El cónsul de la provincia Citerior, Lúculo, violando la paz firmada por su predecesor Marcelo, y sin motivo aparente, atacó a los vacceos, vecinos de los arévacos. El primer ataque lo sufrió Cauca, la actual Coca, en la provincia de Segovia, cuyos habitantes, después de sufrir una derrota en campo abierto mandaron a los ancianos del lugar como emisarios, pidiendo la paz. Lúculo aceptó imponiendo la condición de que Cauca acogiese entre sus murallas a 2.000 soldados romanos. Los de Coca aceptaron y el ejército romano entró en la ciudad. Entonces Lúculo ordenó una matanza general de los indefensos habitantes de la ciudad. Poco después de masacrar a los habitantes de Coca, puso sitio a la localidad de Intercatia (posiblemente la ciudad zamorana de Villalpando), la cual, tras una valiente resistencia, capituló al salir fiadora de ella el joven general Escipión Emiliano.

Guerra de Numancia

Al reiniciarse las hostilidades, al prestar su ayuda a los lusitanos, Olónico desencadenó la llamada Guerra de Numancia que habría de durar algo más de un lustro.

Tropas mandadas por Cecilio Metelo y provenientes del campamento de Gracurris (Alfaro) asediaron y tomaron Contrevia Leukade en el año 142 a.C. Contrevia, situada en las cercanías de la actual localidad de Aguilar, era una ciudad arévaca aliada de Numancia que guardaba el acceso a ésta, siguiendo el cauce del río Alhama hasta la meseta en Matalebreras y Suellacabras.

La romanización de la ciudad se manifestó en la reconstrucción de las murallas mas próximas al río y en los cambios operados en sus construcciones civiles.

Durante el año 140 a.C. el cónsul de la Citerior, Pompeyo Rufo, en un intento de tomar por asalto la ciudad arévaca de Numancia, rodeó ésta con campamentos que situó en el cerro de Castillejos. Fracasado en su intento, el cónsul arremetió contra los arévacos de Termancia (Tiermes) donde nuevamente fracasó. Finalmente, centró sus esfuerzos en Numancia e intentó negociar la paz, si los numantinos pagaban 30 talentos por cada ciudadano.

Después de que Viriato firmara un tratado de paz con Roma durante la legislatura del cónsul Serviliano, y pese a que poco después fuera ratificado por el Senado, su sucesor Cepión consiguió que Roma anulase dicho tratado de paz, por lo que Viriato, después de ser derrotado en Azuaga, se vio obligado a mediados del año 139 a.C. a negociar la paz con el cónsul romano Cepión, sin ninguna ventaja para el caudillo lusitano. Viriato utilizó para estas negociaciones de paz con Cepión a tres jefes de su ejército, Audas, Ditalkón y Minuros, naturales de Urso (Osuna), que hacía tiempo habían desertado de las filas romanas pasándose a las lusas. El cónsul Cepión consiguió ganarse con grandes dádivas y presentes la voluntad de los representantes de Viriato en las negociaciones de paz, y los indujo a asesinarlo. Viriato fue asesinado durante ese año por sus antiguos camaradas Audas, Ditalkón y Minuros, mientras dormía. La muerte del caudillo, además de causar un hondo pesar en el pueblo lusitano, supuso el fin de la guerra lusitana, aunque todavía fue continuada por poco tiempo, bajo la dirección de Tántalo, hasta su definitiva rendición frente al cónsul Décimo Junio Bruto a finales del año 139 a.C.

A mediados del año 134 a de C. llegó a Tarragona el prestigioso cónsul Publio Escipión Emiliano, conquistador de Cartago, con el firme mandato del pueblo romano de acabar honrosamente con la resistencia y el poder de Numancia. Este emplazamiento arévaco durante más de dos años había resistido los asaltos romanos de Lenate, cónsul en el año 139 a.C., y había derrotado en repetidas ocasiones a Mancino, cónsul durante el año 137 a.C., que se vio obligado a retirarse al valle del Ebro, y a rendirse a los celtíberos con más de 20.000 hombres. Los numantinos habían adquirido tal poder que habían abierto un proceso de negociación de paz y exigían la libertad de los legionarios apresados a cambio de la plena autonomía de la Celtiberia. Después de someter a un duro entrenamiento a los legionarios romanos y reclutar tropas entre las tribus aliadas, Escipión formó un ejército de más de 60.000 soldados con los que sometió las tierras leridanas y controló la Tierra de Campos, a través del desfiladero de Pancorvo (Burgos), con el fin de abastecerse de los cereales de los vacceos y de paso, evitar los continuos saqueos que sobre estas tierras ejercían los numantinos. Avanzó por el valle del Duero, llegó hasta Numancia a principios del otoño del año 134 a.C., e inmediatamente ordenó la construcción de fortificaciones y campamentos para rodear a la pequeña Numancia (4.000 defensores). La circunvalación que la cercaba estaba formada por un conjunto de zanjas y empalizadas que defendían una poderosa muralla de más de 9 kilómetros de perímetro, con torres defensivas cada 300 metros. La fortaleza exterior estaba defendida por siete campamentos, entre los que destacaban: el de Castillejos, cuartel general de Escipión, y el Peña Redonda, situado al sur de la ciudad cercada.

A principios del año 133 a.C. y después de más de tres meses de cerco, Numancia, al ver insostenible su situación, envió a Escipión emisarios, al mando de Avaros, con la misión de encontrar las condiciones más favorables para una capitulación. El pueblo numantino no quiso aceptar las condiciones impuestas por Escipión, y se dispuso a resistir al asedio hasta el final, para lo que tuvieron incluso que recurrir a reglamentar el uso de la carne humana como el único alimento disponible. Debilitados por el hambre, a principios del verano, los arévacos decidieron capitular, pero muchos de ellos, el día anterior al acordado para efectuar la entrega de las armas a Escipión, se suicidaron para no presenciar la caída de su patria. Al día siguiente del holocausto numantino (finales de julio o principios de agosto del año 133 a.C.) y después de nueve meses de asedio, los supervivientes entregaron las armas y se rindieron a los vencedores. Escipión seleccionó a 50 prisioneros para que Roma fuera testigo se su éxito y el resto fueron vendidos como esclavos. La pequeña ciudad celtíbera de Numancia había sido todo un símbolo de resistencia al poder romano y como a tal se le impuso el supremo castigo de ser destruida y reducida a cenizas por propia decisión de Escipión, el cual además prohibió su reconstrucción como si fuera una ciudad maldita. La ciudad de Termancia fue vencida y destruida en el año 93 a.C. por el cónsul Tito Didio en el transcurso de la segunda guerra general desencadenada por los romanos cinco años antes contra la Celtiberia. Sus habitantes tuvieron que establecerse en una nueva ciudad abierta construida en la llanura, abandonando la fortaleza excavada en la roca.

La localidad vaccea de Colenda (Cuéllar), que había sido fundada por Mario diez años antes para asentar a los celtíberos aliados de Roma, y que había resistido un asedio durante nueve meses en el desarrollo de las segundas guerras celtíberas (98 a 93 a.C.), fue duramente castigada. La derrota final de los habitantes de la zona de Colenda (Cuéllar) fue trágicamente diseñada por el cónsul Didio en el año 93 a. de C., imitando la masacre protagonizada por Galba, al inicio de la guerra, contra los lusitanos. Con el señuelo de repartir las tierras de la deshabitada Colenda, el cónsul atrajo a numerosos celtíberos de la comarca, y cuando estaban confiados y desarmados, mandó degollarlos traidoramente. Los sobrevivientes fueron vendidos como esclavos y sus tierras se ofrecieron a los moradores de otros pueblos de la comarca.

Conquista de las Baleares

El Senado encomendó a Quinto Cecilio Metelo la empresa de ocupar las islas de Mallorca y Menorca que por entonces, 123 a.C., estaban dominadas por piratas que atacaban a los barcos romanos y asolaban las costas levantinas. Durante el año siguiente Metelo dominó las dos mayores islas baleáricas a las que llevó 3.000 colonos peninsulares con los que comenzó la organización del país en torno a dos ciudades mallorquinas: Palma y Pollentia.




J.M.S

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Año 718, nacimiento del Reino de Asturias y de la epopeya de España

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Año 718, nacimiento del Reino de Asturias y de la epopeya de España

Los orígenes de Asturias, y por ende de España, navegan entre el mito y la leyenda que más tarde se harán relato, relato que perdura hasta el presente. Las crónicas medievales, por parte cristiana la Albendense y el Cronicón de Alfonso III entre otras, y por parte musulmana Ibn Hayyan, Ibn Jaldum o Ahmad al Razi como más conocidos, se han encargado de dar cuenta de lo acaecido en aquellos tiempos oscuros, con el sesgo que de cada uno cabía esperar. En cualquier caso, algunos hechos y factores pueden considerarse como contrastados, y así es que allá por el año 718 cuentan los cronicones, y los estudios modernos confirman, tuvo lugar en Cangas de Onís, oriente de la actualAsturias, algo parecido a una asamblea o concejo abierto –una forma de administración local que aún perdura en el norte de España- en la que unos jefes de clan, o simplemente notables y hombre libres de la zona, promovieron como líder político y militar a uno de ellos, un tal Pelagius, o Pelayo. El nuevo Princeps, que tal vez ese fuera el título, nunca el de rey, toma como primera y fundamental decisión el rechazo de los impuestos a pagar a los ocupantes musulmanes, que no árabes, pues la mayoría de los invasores venidos del otro lado del Estrecho eran bereberes del actual Marruecos.

Esta decisión suponía una declaración de independencia, pues el poder, desde siempre, corresponde a aquel capaz de imponer impuestos y recaudarlos, y en este caso era el poder cordobés por medio de su gobernador Munuza, asentado en la villa de Gijón y que hoy en día le dedica una céntrica calle. En el caso que nos ocupa y por delante de la batalla de Covadonga, de la que nos ocuparemos más adelante, se consideraconvencionalmente como el inicio de Asturias, territorio histórico por antonomasia,como entidad política independiente, si bien precaria.

EL TERRITORIO Y SU POBLAMIENTO

La Tierra astur, el espacio donde se asienta el Principado, cuenta con unas características que la hacen particular con respecto al resto del país, incluidas las regiones del Cantábrico. Al norte, este mar bravío la proyecta hacia el resto del mundo celta y, por el sur, la Cordillera cantábrica con sus mayores altitudes la aíslan de los vientos cálidos del sur. El resultado es un espacio bajo la potente influencia del clima atlántico, quebrado hasta la extenuación, siempre en estado de semiaislamiento con las tierras de la meseta –aún hoy- y con graves dificultades para el desplazamiento interno lo que corrobora la existencia en la actualidad de tres variantes de la lengua tradicional del Principado, el Asturiano.

Clima duro, terreno compartimentado, condiciones típicas para una economía de pastoreo, caza y recolección. Los asentamientos humanos se documentan desde el Paleolítico inferior en las cuevas y el arte rupestre hoy en día visitables, como la incomparable de Tito Bustillo en Ribadesella, y también en la del Sidrón con el mayoryacimiento mundial de restos de neandertales. No será hasta el retiro de los hielos, entre el X y V milenio a.d.C. que se puede empezar a percibir el paisaje asturiano de modo similar a lo que hoy vemos.

Con el Neolítico aumenta el poblamiento como atestiguan los numerosos restos megalíticos y utensilios, también se inicia la agricultura y los asentamientos en lugares dominantes –defensa- que serían ya en la Edad del bronce la base de una cierta cultura urbana en la que la minería y la fundición ya tienen su espacio. Al final de esta época se intuye que se inicia la cultura castreña, entornos urbanos de claro carácter defensivo que tendrán su apogeo en la Edad del hierro, cuando ya por toda la fachada atlántica, hasta Bretaña, pueden encontrarse objetos en oro de clara factura asturiana, ya entoncestráfico marítimo mediante.

En esta Edad del hierro ya podemos hablar de Astures, al menos así nos lo cuentan tanto Plinio como Estrabón. Estos ocupaban una amplia zona que excedía la propia Asturias llegando por el sur hasta el Duero, es decir León, Zamora, con partes de Portugal y de Orense. Su economía se basaba en la ganadería, una modesta agricultura a cargo de las mujeres, la minería de hierro, oro y cobre y, importante, la guerra con los vecinos como claro elemento económico. Es la época dorada de los Castros, con sus muros de cinta y sus fosos y aunque no lo parezca también tenían tiempo para adorar a sus dioses, múltiples, entre los que destacan Belenos o Taranis de clara estirpe céltica. Schultenhabla de la práctica de la “covada” por los hombres astures, una representación del alumbramiento en la que se buscaba una equiparación con el superior estatus femenino en una sociedad, la astur, matriarcal y que ha traído su impronta hasta hoy en día.

Los romanos habían llegado a Hispania allá por el 218 a.d.C. unos doscientos años mástarde solo quedan libres los Cántabros y los Astures. Será una larga y épica contienda que tendrá que ser liderada en su fase final por el propio Augusto y cuya consecuenciaserá el inicio de la romanización de estas tierras. Esta romanización, debido a la morfología del territorio será en Asturias bastante superficial y se centrará sobre todo en la explotación aurífera ya que Augusto había decretado la monetización en oro y eso implicaba una gran demanda de este metal. La Vía Carisa o la de la Mesa, serán lasarterias que desde León y Astúrica Augusta, Astorga, mantendrán el flujo del imperio con la Tierra Astur y con Gijón, pequeña ciudad romana con termas pero sin foro, acorde con su rango.

La romanización se extiende en la zona, si bien superficialmente. El cambio del patrón monetario a la plata llevará la pérdida de importancia de la provincia que queda como proveedora de tropas auxiliares. El paso de los Vándalos no deja huella y el posterior dominio godo solo alcanza a extender la cristianización, controlar el territorio y poner las simientes del feudalismo posterior. Podríamos hablar de astures someramente romanizados y nada germanizados.

PELAYO, EL REFUGIADO

Para el 711, Musa ben Nusair, gobernador de Ifriquiya, el Magreb, acude al llamado de una facción visigoda –vieja historia- y envía a Tariq ben Ziyad al mando de unos 7000 moros que derrotan al rey Rodrigo en Guadalete y abren la puerta a la conquista de todo el territorio hispano, acción que completará su jefe Musa entre el 712 y el 714, cuando es llamado a rendir cuentas ante el califa, en Damasco, por prácticas corruptas. Es aquí cuando ya podemos retomar el hilo con Don Pelayo a quien se supone participante en la batalla como espatario –miembro de la guardia personal del rey- lo que implicaba un cierto grado de nobleza y quien ante el avance musulmán toma el camino del nortehacia Asturias en compañía de su hermana –dato importante para lo que vendrá después- donde según las crónicas contaba con alguna posesión.

Es de suponer que en Asturias, una vez tomada por los musulmanes y con el gobernador Munuza en Gijón, la situación sería similar a la del resto del país y los otros territorios ya conquistados por los ejércitos agarenos al Imperio Bizantino, es decir, los “dhimmis”, los cristianos o gente del Libro, tras algún tipo de acuerdo –conforme a lo señalado en el Corán-, pagando los impuestos de riqueza y de capitación, en lo que sería para algunos “un buen pasar”, y la historia de España hubiese sido bien distinta si no llega a ser porque Munuza se encapricha de Adosinda, la hermana de Pelayo, y aquí las crónicas ni tampoco Sánchez de Albornoz aclaran del todo si con ánimo matrimonial o simplemente libidinoso aunque la novela romántica y el teatro han sacado buen partido de este detalle de la historia.

PELAYO, REBELDE Y CAUDILLO

El astuto Munuza, preparando el terreno para su ofensiva sobre Adosinda, envía a Pelayo a Córdoba en calidad de rehén o invitado con libertad restringida y allí, dicen las crónicas, conmovido éste ante el atropello que sufren los cristianos y el menoscabo a que se encuentra sometido decide escapar y volver a Asturias, vamos, el “echarse al monte” tantas veces repetido en la historia patria. Estamos en la primavera del 717 y el destino de este hombre lo encamina a Covadonga.

Ya en Asturias, tras descubrir lo sucedido con su hermana y tras épica huida ante los esbirros del wali cordobés, Al Hurr, enviados a por él, se encamina hacia el oriente asturiano, seguramente menos controlado que la zona central y donde debía tener algún tipo de ascendiente sobre los astures de aquellos valles angostos.

Para el verano del 718, época de cosecha y trabajos comunitarios, o del otoño, cuando se bajan los ganados de las majadas de altura a los valles, es probable que tuviese lugar la asamblea o “aconceyamientu” en Cangas de Onís en el que Pelayo será elegido caudillo de unos hombres que, durante siglos, habían demostrado llevar mal el yugo impuesto y a los que habría convencido mediante conversaciones y apelaciones a la libertad y a la fe cristiana durante los meses del 718 que las crónicas nos escamotean.

Este caudillo, es elegido por astures, no como continuador de la legalidad goda, que también les es ajena, si no como igual entre ellos, como líder de una nueva legalidad que con el acto asambleario se crea, que aún no es institución, solo es rebelión pero que, si hay suerte, será el embrión de algo totalmente nuevo, el reino de Asturias. Vaya lo anterior en relación con el llamado neogoticísmo que aparecerá cuando dos centurias más tarde, al descender el reino hacia León, se intente convertir a los electores de Cangas en nobles godos y a Pelayo en hijo de un dux, Favila, imposible de encontrar en las relaciones visigodas del Aula Regis.

LA BATALLA DE COVADONGA

El inicio de la rebelión es afortunado. Al Hurr no parece preocuparse de esos “asnos salvajes” que asaltan recaudadores de impuestos y mantienen a la pequeña guarnición musulmana en sus cuarteles. Córdoba está más interesada en progresar hacia la Narbonense y el siguiente wali, Al Samah, llegado el 719, se preocupa de organizar el territorio del sur hispano, más rico, y avanzar hacia la Galia donde morirá en batalla ante el duque de Aquitania tras tomar Narbona en el 721. Será el primer revés serio de los sarracenos.

Su sucesor, Anbasa, llega en agosto de ese mismo año y, posiblemente para elevar la moral de sus huestes con una victoria fácil antes de retomar los asuntos galos, envía al inicio de la primavera siguiente, en el 722, a un tal Al Qama al frente de un ejército para acabar con los rebeldes del norte. Este ejército debió entrar como casi todos por el Camino de la Mesa, sometiendo a todos aquellos asentamientos que los informes de Munuza indicaron como rebeldes. Avanzando por el valle del rio Piloña, debió progresar más tarde, desde Arriondas, Sella arriba, hasta Cangas de Onís.

Para entonces Pelayo y sus hombres se había recogido hacia la zona del monte Auseva y la Cueva Dominica (de la Señora), que así se la conocía en la época y que está colgada a 30 metros de altura en medio de un murallón rocoso. Allí contaban con la fortaleza del terreno para la defensa y también, a través de los Picos, con una vía de escape haciaValdeón, una especie de valle santuario en medio de la cordillera y entonces de imposible acceso para una fuerza articulada como la sarracena. Es probable que se viesen en las últimas.

Al Qama avanzó hacia Covadonga, era el 28 de mayo del 722, seguramente tranquilo pues el valle es amplio y despejado en comparación con otros lugares. Le acompañaba, dicen las crónicas, el taimado obispo Oppas, hijo de Witiza y ya traidor a Rodrigo, para llegado el caso parlamentar con Pelayo, como así fue, aunque obviamente con resultado negativo.

A la altura del monte Auseva el valle, de pronto, se cierra y convierte en angostura, nohay espacio para variar el despliegue y hay que seguir en columna hasta que, a la vuelta de un recodo, se encuentran bajo la cueva en la que Pelayo con 300 hombres –la cifra, aportada por las crónicas cristianas, recuerda mucho a Leónidas en las Termópilas pues la de Alfonso III cuantifica en unos exageradísimos 187.000 a los atacantes - espera a los mahometanos.

Las flechas y piedras de arqueros rebotan contra la muralla y, súbitamente, el grueso de los hombres del caudillo, emboscados en la espesura del monte valle abajo, caen en medio de la columna enemiga, rompiéndola y provocando el pánico de modo que la retaguardia vuelve grupas y huye hacia Cangas. Es el momento que elige Pelayo para caer sobre la vanguardia donde se encuentran Al Qama y Oppas. También aquí cunde el desconcierto y los más huyen hacía el camino de los puertos –la actual carretera de los Lagos- dejando a Al Qama muerto y al obispo prisionero.    

Los huidos hacia Cangas, diezmados, pues es sabido que las poblaciones por donde pasan las tropas desbandadas suelen cebarse en ellas, llegarían a Gijón con las nefastas noticias, poniendo al escape a Munuza y su guarnición que también serían copados y aniquilados cuando intentaban ganar las alturas del Camino de la Mesa algunos días después.

El resto de la vanguardia sarracena fue alcanzada por los hombres de Pelayo en el tramo-de extremada dificultad ciclista para los aficionados a este deporte que suben a Los Lagos- conocido aún hoy como la Huesera. Después, los sobrevivientes, vagarían entre ímprobas dificultades por los picos pues no contaban con guías, para llegar a Cosgaya, en la Liebana, donde algunas crónicas los llevan a perecer bajo un argayo fortuito y otras, más leyenda que crónica, dicen que perecieron a manos de Gaudosia, mujer de Pelayo, que se encontraría a resguardo en aquellas partes con las mujeres y una pequeña guarnición.

Tras la victoria Pelayo ya no es caudillo, es aclamado rey y asienta su capital en Cangas de Onís donde morirá tras 19 años de reinado.

LA RESILIENCIA ASTURIANA Y SU IMPORTANCIA PARA EL RESTO DE ESPAÑA

El hecho de que la capital asturiana se mantuviese en Cangas durante mucho tiempo, hasta que Silo la mueve a Pravia más de cincuenta años después, da cuenta de la precariedad del reino, expuesto a ser arrasado por un adecuado ejército cordobés; pero allí, en Al Andalus, las cosas de palacio iban torcidas y las guerras internas no darán tregua durante un largo periodo de años que empiezan después de la expedición deAnbasa a la Galia y que vacían las guarniciones musulmanas de Galicia dejándola desguarnecida.

En Asturias es elegido Favila, hijo de Pelayo, que morirá a los dos años bajo las garras de un oso y a quién sucede su cuñado Alfonso, otro golpe de fortuna para la historia de España pues era éste hijo del dux de Cantabria, lo que ennoblecía la estirpe y, sobretodo, era hombre resuelto y de grandes luces, contando además con su hermano Fruela, guerrero excepcional, como lugarteniente.

Alfonso, que muere en el 757, y su hermano, llevan a cabo una política de ocupación de la abandonada Galicia y, hacia el sur, comienzan el vaciado de la cuenca del Duero, llegando hasta la serranía Central y hasta la cabecera del valle del Ebro. Entran en Tuy, Zamora, Astorga, León, y exterminan a todo agareno que se encuentran pero vacían las ciudades llevándose a sus pobladores, patrones y siervos, y repueblan con ellos sus dominios norteños. Es la época de las pueblas, polas, etc. y así nacerán Pola de Gordón,Pola de Laviana, Pola de Allande y otras. Con estos pobladores, muchos de ellos de raíz goda, llega también el derecho germánico que se incorpora junto al romano a las fuentes legislativas asturianas.

Está política tiene un claro efecto militar pues en el futuro los ejércitos cordobeses no contarán con logística suficiente para acometer el reino, centrándose más en el Levante. Por añadidura, su simple existencia y permanencia, supone un foco de atención suficiente como para que los musulmanes no pongas sus ojos en los pequeños núcleosque resisten en los profundos valles pirenaicos y que darán lugar posteriormente a los condados de Sobrarbe y Ribagorza.

Hasta que Córdoba se recupera e intenta retomar la iniciativa son tiempos que Asturiasaprovecha para consolidarse, repoblar su territorio como hemos visto y, posteriormente, comenzar la repoblación del “desierto” del Duero durante el reinado de Ordoño I. Su éxito será su perdición cuando Alfonso III el Magno consolide la ocupación de todo el territorio y a su muerte reparta el reino –práctica nefasta de los reyes de León- entre sus hijos; tras la tradicional lucha fratricida será Ordoño II el que en el 914 traslade la capital desde Oviedo a León y con ello de nuevo los astures quedarán apartados del camino principal de la historia.

Antes de que ese hecho se produjese otra serie de elementos de suma importancia para la historia de España tuvieron lugar en el solar astur. En Liébana, el ya entonces famoso Beato, reafirma la predicación del apóstol Santiago en la Hispania romana, hecho del cual nunca se tuviera noticia clara y del que la historiografía moderna tampoco ha encontrado rastro; eran tiempos del reinado de Mauregato, al que también infundadamente se le adjudica el oprobioso impuesto de las cien doncellas y que había llegado al trono en el 783 tras deponer a Alfonso el Casto. Este rey, que accede al trono unos años después, es un gran monarca, completa la repoblación del Duero, sufre dos acometidas musulmanas en la propia Oviedo que casi acaban con el reino, repuebla Oporto y toma Lisboa, y alcanza Sevilla en una de sus incursiones pero, sobre todo, es durante su reinado que el obispo Teodomiro, en el 814, da cuenta del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago. Tras un titubeo inicial, Alfonso peregrina a Compostela y erige una humilde iglesia para albergar el sepulcro. Sera el inicio de una tradición milenaria y hoy universal, y para la monarquía astur una grande y prestigiosa operación de mercadotecnia política.


J.M.S

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