Cerritos de indios
Cerritos de indios
Los cerritos de indios son un complejo de más de 3000 montículos de tierra que se distribuyen en una amplia extensión de territorio desde el este de Uruguay hasta el sur de Brasil. Constituyen vestigios arqueológicos del pasado indígena precolombino de la región.
La datación por radiocarbono determinó que cerritos más antiguos, ubicados en la región de India Muerta en Rocha, Uruguay, tienen una antigüedad de entre 4200 y 5000 años
El Conjunto de Cerritos del Área de India Muerta fue declarado Monumento Histórico Nacional de Uruguay en el año 2008.
Ubicación
Fueron construidos en una región de llanura cubierta por praderas y humedales. En Uruguay se los encuentra principalmente en los departamentos de Treinta y Tres y Rocha, aunque también se los puede apreciar en Cerro Largo, Tacuarembó y Rivera, en Brasil se encuentran en el extremo sur de Río Grande del Sur.
Construcción
Los cerritos de indios se encuentran por lo general agrupados en una zona acotada, pueden encontrase desde algunos pocos a varias decenas de cerritos juntos, que van de formas circulares a alargadas, con bases que pueden llegar a los 100 metros de diámetro y a alturas promedio desde los dos metros hasta los siete metros.
Los constructores de cerritos
No se tienen registros directos de la cultura que construyó los cerritos, se cree que desaparecieron mucho antes de la llegada de los primeros cronistas europeos. Algunos historiadores identifican a los guenoas-minuanos como los descendientes de la cultura responsable de estas construcciones.
Las investigaciones arqueológicas han permitido determinar que tenían una economía compleja basada en la articulación de diferentes actividades productivas: la caza de diversos mamíferos como venados de campo, lobos de mar, guazuvirá, entre otros, la recolección de frutos y raíces, destacablemente el fruto de la palmera de butiá, la pesca, la recolección de mariscos y la agricultura del maíz, el zapallo y el poroto, este último un descubrimiento remarcable, pues hasta el momento se creía que la agricultura había sido introducida a la región por los conquistadores europeos.
Hipótesis de los hornos de tierra
Investigaciones recientes del arqueólogo uruguayo Roberto Bracco y su equipo sugieren como posible origen que las estructuras de los cerritos de indios habrían sido originados por un uso constante y acumulativo a lo largo del tiempo como hornos de tierra para cocinar alimentos. Restos de hormigueros de Camponotus Punctulatus (tacuruses) indican que éstos habrían sido utilizados en los hornos como acumuladores de calor, con el uso reiterado de los hornos estos desechos comienzan a acumularse y, junto con la ceniza, hacen crecer el montículo.
Análisis fisicoquímicos de los sedimentos que forman estas estructuras habrían arrojado una evidencia fuerte: todo el sedimento que compone el cerrito ha sido termoalterado, lo que quiere decir que ha sido expuesto a temperaturas mínimas de 350 °C, además de las grandes concentraciones de fósforo y potasio relacionado al depósito de cenizas.
Con el paso de grandes periodos tiempo estas estructuras habrían adquirido una gran importancia social y cultural en las comunidades que los utilizaban, llevando a otros usos como los de lugares de sepultura.
Investigación arqueológica
El hallazgo de estos vestigios constituyeron un sustancial cambio de idea respecto de los habitantes originarios de la antigua Banda Oriental; ahora se habla de 10.000 años de antigüedad. Esto ha dado lugar a varias controversias entre científicos e historiadores. Tampoco faltan quienes se dedican a estudiar estos montículos como aparatos funerarios.
Ya desde fines del siglo XIX, estos fenómenos atrajeron la atención de investigadores como José Arechavaleta, y también fueron nombrados por José Henriques Figueira y Francisco Bauzá. En la actualidad, un arqueólogo que ha dedicado su vida profesional a esta investigación es Oscar Prieto.
Barco de Oseberg
Barco de Oseberg
El barco de Oseberg es un barco vikingo descubierto en un extenso montículo funerario cerca de la granja Oseberg, en la región de Tønsberg (Vestfold, Noruega). Fue desenterrado por el arqueólogo sueco Gabriel Gustafson y el arqueólogo noruego Haakon Shetelig entre 1904 y 1905. El barco y su contenido pueden visitarse en el Museo de barcos vikingos de Oslo.
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Barco funerario de Oseberg |
El barco
Se compone de planchas clavadas, casi todas de roble. Sus dimensiones son 22 metros de eslora por 5 de manga, con un mástil de unos 9-10 metros. Con una vela de aproximadamente 90 m², el barco podía alcanzar una velocidad de 10 nudos.
Tenía cabida para 30 remeros (cada lado del navío revela 15 huecos para los remos). Además se encuentra un amplio timón y un ancla de hierro.
La proa y la popa del navío están esculpidas de forma elaborada, en un estilo que se ha dado en llamar "de Oseberg". El barco se construyó en 820 y fue utilizado para su función principal durante varios años antes de servir como sepultura.
Aunque apto para la navegación, el barco es bastante frágil, lo que hace pensar que debía utilizarse sólo para trayectos por la costa.
Los esqueletos
Se han encontrado en la tumba los esqueletos de dos mujeres. Una, de unos de 60-70 años, padecía una artritis severa, además de otras enfermedades; la otra tenía unos 25-30 años. No se sabe a ciencia cierta quién de las dos era la de jerarquía superior o si una fue sacrificada acompañando a la otra en su muerte.
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Detalle del barco de Oseberg. |
La opulencia y el contenido de la tumba sugieren que se trataba de una persona de gran importancia. El análisis dendrocronológico de los troncos de la sepultura datan el entierro en otoño de 834. Aunque la identidad de la mujer de rango elevado sea desconocida, se ha sugerido que fuera la reina Åsa de la dinastía Ynling (véase los reinos vikingos de Noruega y la lista de reyes de Noruega), madre de Halfdan el Negro y abuela de Harald I de Noruega.
Actualmente se rechaza esta teoría y se propone que podría tratarse de una sacerdotisa. Aunque no se ha podido determinar este hecho, los objetos recientemente encontrados han dado una nueva perspectiva al descubrimiento.
Los objetos
La sepultura fue profanada en la antigüedad, ya que faltan los metales preciosos. Sin embargo, gran número de objetos usuales y otros artefactos fueron encontrados durante las excavaciones de 1904-1905.
Entre ellos había cuatro trineos con decoración muy elaborada, un carro de caballos de madera de cuatro ruedas ricamente esculpido, pies de cama y baúles de madera.
También se hallaron algunos enseres domésticos y agrícolas, así como cierta cantidad de piezas textiles, como prendas de lana, de seda importada y pequeños tapices.
La sepultura de Oseberg es uno de los escasos ejemplos de tejidos de la época vikinga, y el carro de madera es el único carro vikingo hallado completo hasta el presente.
El Decreto de Valencia y la restauración absolutista de Fernando VII
El Decreto de Valencia y la restauración absolutista de Fernando VII de España
El soporte decisivo de la restauración absolutista vino de la mano del general Elío, capitán general de Valencia, quien puso a sus tropas al servicio de Fernando VII.
En 1813 las tropas de ocupación francesas abandonaron el territorio valenciano. Aunque desde un primer momento fueron hostigadas por acciones guerrilleras, dicha retirada se produjo a causa de factores externos, principalmente la huida de José Bonaparte y la victoria aliada en Vitoria.
Los meses siguientes estuvieron caracterizados por un gran radicalismo político y social. Las autoridades constitucionalistas, que habían resistido en Alicante, regresaron a Valencia y formaron un nuevo ayuntamiento sin presencia nobiliaria. En el campo, dejaron de pagarse las rentas y los derechos señoriales.
La falta de reacción de los sectores contrarrevolucionarios fue evidente, a causa de la posguerra y el vacío de poder existente, pero a finales de año esta comenzó a tomar forma: Napoleón devolvía la corona a Fernando VII, el Deseado, y le permitió, poco después, regresar a España, para tratar de cerrar un frente que se había convertido en una sangría de recursos.
La vuelta del rey despertó las aspiraciones de ambos bandos. Los liberales deseaban que Fernando VII reconociera la constitución de 1812 y las reformas realizadas en las Cortes, mientras que los absolutistas deseaban todo lo contrario. La balanza comenzó a inclinarse públicamente a favor de los segundos cuando el rey, aunque sin manifestar un programa político claro, se negó a recorrer en su viaje de regreso el itinerario marcado por la regencia. El 16 de abril, llegaba a Valencia.
La ciudad se convirtió enseguida en un centro de reunión de los conspiradores absolutistas, en particular de los impulsores del Manifiesto de los persas, 69 diputados que instaban al rey a no jurar la Constitución de Cádiz y a derogar las leyes aprobadas por las Cortes. En el continente, pocos días antes la Sexta Coalición derrocaba a Napoleón, quien solo conservó la isla de Elba, lugar donde debía partir al exilio. Se cancelaba así la amenaza de una posible invasión francesa.
La trama política de la conjura tenía también fuertes conexiones locales. Por una parte, la eficaz labor propagandística de periódicos antiliberales como el Fernandino, encargados de crear un clima de opinión favorable. Y por la otra, el soporte de la nobleza valenciana, la principal víctima de la legislación revolucionaria, ya que la mayor parte de sus rentas procedían de los derechos jurisdiccionales, abolidos en 1811.
Pero el soporte decisivo de la restauración absolutista vino de la mano del general Elío, capitán general de Valencia, quien puso a sus tropas al servicio del monarca, facilitando así el triunfo de la conspiración. Fue el primer pronunciamiento militar en España.
Las piezas estaban dispuestas. El 4 de mayo Fernando VII firmó el Decreto de Valencia en contra del régimen constitucional. La Constitución de 1812 y las reformas realizadas en las Cortes fueron anuladas, «como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitase de en medio del tiempo».
El rey emprendió entonces su viaje triunfal hacia Madrid. La capital es ocupada por el general Eguía, capital general de Castilla, que procede a detener autoridades constitucionales y diputados liberales. Las Cortes se disolvieron el 10 de mayo de 1814 y empezará entonces una dura represión.
No obstante, no se trató ni podía ser una restauración completa del régimen anterior. Si bien se derogó toda la legislación de Cádiz y se restablecieron el régimen señorial y las instituciones del Antiguo Régimen, los señores no recuperaron los derechos jurisdiccionales perdidos: estos quedaron definitivamente incorporados a la Corona.
Además, poco después Fernando VII tuvo que afrontar la dura crisis financiera en la que estaba sumida la monarquía, agravada por la imparable pérdida de las colonias americanas. Las rebeliones al otro lado del Atlántico y las movilizaciones y conspiraciones liberales en España desbordaron la acción del gobierno.
No quedó otra alternativa que llevar a cabo una política económica reformista para obtener mayores fondos, lo que forzosamente iba precisamente en contra de los intereses de las clases privilegiadas, cuyo apoyo había permitido la restauración absolutista. Creció de este modo un sentimiento generalizado de descontento y decepción que pronto se volvería incontrolable para Fernando VII.
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