La invasión bárbara en Hispania

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La invasión bárbara en Hispania

Alanos, suevos y vándalos fueron las primeras tribus en atravesar los Pirineos. A finales del siglo V, Roma ya había perdido Hispania.

Todo había empezado el día de Nochevieja del año 406, cuando una horda de hombres y mujeres cruzó el Rin. Lo habían intentado varias veces sin conseguirlo y esta vez sí lo lograron, muy probablemente gracias a que las aguas estaban heladas.

Fue fácil para el nutrido contingente, del que se desconoce su número puede estimarse en torno al cuarto de millón de personas entre guerreros, hombres de las más diversas actividades y edades (desde herreros a artesanos), mujeres y muchos niños, derrotar a los escasos y desmoralizados mercenarios francos que custodiaban el limes y que llevaban años sin cobrar la soldada del Imperio.

A continuación, el grupo se desbordó sobre la Galia romana. Se trataba en realidad de tres pueblos: los suevos, en su mayoría agricultores y cuya procedencia geográfica pudiera haber sido el entorno costero del Báltico, pero que ya se habían asentado en la parte alta del Danubio empujados por la presión de otros pueblos; los vándalos, guerreros muy belicosos procedentes de las actuales Alemania y Polonia, movidos por el hostigamiento continuo de los godos, y los misteriosos alanos.

Aunque los otros dos eran de origen germánico, este último pueblo procedía de las tierras cercanas al mar de Azov, en la actual Ucrania, y se autodenominaban en su lengua 'alanos', es decir, 'arios', como al parecer demostraban sus características físicas: altos y rubios.

Tribus nómadas de costumbres guerreras, ya habían constituido una amenaza para el Imperio parto, en la actual Irán, cuando eran conocidos como escitas, y su habilidad guerrera los había llevado a derrotar a medos y armenios.

Aunque su origen étnico era similar al de los aún más belicosos hunos, en el siglo IV los alanos se vieron obligados a desplazarse hacia el Cáucaso y la actual Polonia, donde parece que se fusionaron con algunos pueblos eslavos.

Separados luego en dos grupos, los alanos occidentales se unieron a otros pueblos bárbaros germánicos, como suevos y vándalos, para invadir la Galia romana en el año 406, sembrando a su paso destrucción y muerte.

Asentados, pero nunca pacíficos

Detenidos en los Pirineos gracias a la firmeza del ejército reclutado por los hermanos hispanorromanos Dídimo, Veridiano, Lagodio y Teodosio (parientes del emperador Teodosio), lograrían atravesar la cordillera tres años más tarde, en el otoño de 409, a través de la calzada romana de Roncesvalles.

Sólido de oro de Constantino III
Siguieron dos años de caos y anarquía hasta que, en 411, el poder romano aceptó a los invasores de Hispania como federados del Imperio, articulados en un foedus o tratado de federación por el que se les concedieron la Lusitania y la Cartaginense.

Pero, así como los suevos buscaban tierra y al obtenerla se quedaban inicialmente tranquilos, para vándalos y alanos la posesión de un territorio no significaba la paz, y continuaron con sus costumbres de nomadismo y saqueo, dedicados en sus 'ratos libres' a la caza y a la crianza de perros de presa o de guerra –hoy llamados alanos españoles– que usaban para el combate o para cazar osos.

Prosigue el obispo Hidacio: "Asoladas las provincias de España, los bárbaros, resueltos por la misericordia de Dios a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas: los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad del mar Océano; los alanos la Lusitania y la Cartaginense, y los vándalos llamados silingos, la Bética.

Los hispanos que sobrevivieron a las plagas en las ciudades y castillos se someten a la dominación de los bárbaros, que se enseñoreaban de las provincias". La situación de Hispania no podía ser más caótica.



👉👉👉    J.M.S

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