las guerras husitas
J.M.S
jueves, marzo 16, 2023
Edad Media
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Imperio Germánico
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Uno
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Las guerras husitas: los checos contra el imperio germánico
Tras la muerte de Juan Hus en la hoguera, en 1415, sus partidarios se alzaron en armas en toda Bohemia para lograr la reforma de la Iglesia y derrotaron a los cruzados enviados para rendirlos.
Afinales del siglo XIV, el reino de Bohemia (cuyo núcleo correspondía al territorio de la actual Chequia) era uno de los estados más prósperos del Sacro Imperio Romano Germánico. La Iglesia era la mayor autoridad feudal del país; sus enormes dominios le reportaban cuantiosos ingresos en forma de rentas y de cargas fiscales. Esta situación de privilegio propició la corrupción y los abusos por parte de las jerarquías eclesiásticas, circunstancias que despertaron las primeras críticas a una institución alejada, según se decía, de los valores de la primitiva Iglesia de Cristo. Los primeros reproches surgieron durante la segunda mitad del siglo XIV, cuando la Iglesia católica estaba dividida a raíz del Cisma de Occidente (1378-1417).
En ese contexto, Juan Hus, un sacerdote y teólogo, formuló abiertamente un programa radical de reforma de la Iglesia que en muchos aspectos anticipó la obra de Lutero y otros reformadores del siglo XVI. En 1402, siendo profesor de la Universidad de Praga (la capital de Bohemia), Hus empezó a predicar desde el púlpito de la capilla de Belén. Allí congregó a gran número de oyentes que acudían a escuchar sus duras críticas al clero, acusado de entregarse a las riquezas y los placeres, así como su llamada a una vida espiritual basada en la relación íntima entre el creyente y Dios.
La creciente popularidad de Hus y de sus ideas, debida en gran medida a su uso de la lengua checa, hizo que la aristocracia y el alto clero se distanciaran de él. Considerado un peligro social y excomulgado por el papa Juan XXIII, a quien había criticado duramente, dejó la capital para predicar en otros lugares de Bohemia, lo que hizo que sus ideales prendieran también en el campesinado.
MODERADOS Y RADICALES
La muerte del reformador sacó a la luz la profunda crisis social y política que atravesaba su país. Hus había sido cortejado por el rey Wenceslao IV de Bohemia, quien en el año 1400 fue depuesto como rey de Germania con el beneplácito de la Iglesia. Frente a él se alzaba su hermano Segismundo, soberano de Hungría, que en 1410 fue elegido rey de Germania y titular del Sacro Imperio. Segismundo había auspiciado la convocatoria del concilio de Constanza, el sínodo que debía poner fin al Cisma de Occidente: deseaba aparecer como el artífice de la restauración del orden en la Cristiandad. Y también pretendía utilizar el concilio para apoyar sus pretensiones a la corona de Bohemia, donde las tesis de Hus se extendían entre la población.
Sin embargo, el movimiento reformador no era unitario: reunía a grupos sociales muy distintos que alentaban convicciones más o menos radicales. Para todos ellos era irrenunciable que se permitiera a los seglares la comunión bajo las dos especies (sub utraque specie). Según el dogma cristiano, esas dos especies son el pan y el vino, que en la eucaristía se transustancian en el cuerpo y la sangre de Cristo. Hasta entonces, el vino estaba reservado a los sacerdotes; de ahí que el cáliz fuera el símbolo de los rebeldes. De ahí también el nombre de calicistas o utraquistas que recibieron los miembros de la facción husita moderada, formada por parte de la nobleza del reino y por el patriciado de Praga.
COMUNISMO CRISTIANO
Mientras, entre los grupos populares urbanos y, sobre todo, entre los campesinos habían prendido propuestas más radicales. Al parecer, en la región de Pilsen había quienes no creían en ritos que no estuvieran fundamentados en la Biblia; otros opinaban que los obispos no eran necesarios, e incluso que los seglares podían predicar y recibir confesión. El mayor radicalismo se dio en el sur de Bohemia, donde prosperaron ideas milenaristas, que incluían la creencia en una segunda venida de Cristo o en la inminencia del fin del mundo, y que incorporaban llamamientos a la igualdad de todos los hombres.
El 30 de julio de 1419, partidarios de esta última tendencia, liderados por el predicador milenarista Jan Zelivsky, ocuparon el ayuntamiento de Praga y arrojaron por una ventana a los miembros católicos del concejo municipal. La defenestración causó tal impresión al rey Wenceslao que murió de una apoplejía dos semanas después. Segismundo, su heredero, se dispuso a tomar posesión del reino, pero buena parte de la nobleza lo rechazaba. Una dieta o parlamento de mayoría husita le exigió el reconocimiento tanto de las libertades políticas de Bohemia como de la libertad de predicación y la comunión bajo las dos especies. Se abría la puerta a la guerra contra el emperador, mientras la revolución emprendía el vuelo.
En efecto, millares de campesinos se unieron a los rebeldes praguenses, y en febrero de 1420 se dirigieron al castillo de Hradiste, junto al río Luznice. Allí ocuparon la pequeña ciudad que se levantaba sobre la colina y la llamaron Tábor, en alusión al monte Tábor de la Biblia, donde tuvo lugar la transfiguración de Jesús. Sus habitantes vivirían bajo el espíritu del cristianismo primitivo, sin una jerarquía eclesiástica, e incluso abolieron la propiedad privada. Semejante proceder no sólo suscitó la condena de la Iglesia, sino que despertó el recelo de los husitas moderados, alarmados por la tendencia de los taboritas a imponer la igualdad social y económica. Pero unos y otros se necesitaban mutuamente: sólo unidos lograrían detener a los ejércitos de Segismundo.
LA DERROTA DE LA CRUZADA
El incontenible avance de la reforma determinó al papa Martín V a predicar la cruzada contra los husitas, en mayo de 1420, y Segismundo respondió con el envío de un ejército que, además, debía permitirle tomar posesión de su reino. Sus tropas marcharon sobre Praga, pero entonces intervino Jan Zizka, un soldado husita. Aunque se inclinaba hacia el bando moderado, Zizka había creado en Tábor una poderosa maquinaria militar que el 14 de julio aplastó a los ejércitos imperiales en el monte Vítkov.
Praga y la reforma se habían salvado. Los husitas moderados aprobaron los Cuatro Artículos de Praga, un documento que contenía las convicciones que eran comunes a todos ellos: la libre predicación, el utraquismo, la secularización de los bienes de la Iglesia y el castigo de quien cometiera pecado mortal (clérigos incluidos). Imbatibles, las tropas de los reformadores derrotaron uno tras otro a los ejércitos de Segismundo en los varios enfrentamientos que se produjeron entre 1421 y 1427.
Los ejércitos de la última cruzada, dirigida por el cardenal Giuliano Cesarini, fueron vencidos de forma humillante en el año 1431. Cesarini, que presidía el concilio de Basilea, reunido aquel mismo año, se percató finalmente de que sólo la negociación podía devolver a los husitas –o a parte de ellos– al redil de la Iglesia. De esta forma se llegó, en 1433, a los Compactata de Praga, un pacto entre husitas moderados y representantes del Concilio por el que se permitía a los primeros la comunión bajo las dos especies. Los taboritas lo rechazaron, pero la nobleza checa los aniquiló al año siguiente, en la batalla de Lipany. La revolución quedó así aplastada, pero la reforma de Juan Hus sobrevivió. En las décadas siguientes los utraquistas pugnarían hasta lograr su pleno reconocimiento; muchos de ellos no dudarían en unirse a la reforma de Martín Lutero, de la que habían uno de los principales precursores.
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