Edad Antigua

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Historia de España Edad Antigua

Pueblos indígenas y colonizaciones históricas

La Edad del Hierro se inicia en la península ibérica con la penetración de población e influencia cultural indoeuropea desde el comienzo del I milenio a. C.; determinando la identidad étnica y lingüística celta de la mayor parte de los pueblos indígenas de las zonas norte, oeste y centro, con alguna excepción: lusitanos y vetones, también indoeuropeos, se califican de «precélticos», mientras que los vascones se califican de «preindoeuropeos». A pesar de la similitud de su forma de vida a la de otros pueblos de la zona norte (galaicos, astures y cántabros), su lengua (el «protoeuskera») se supone similar a las habladas en la zona oriental peninsular; las del grupo de pueblos denominados iberos, de mayor desarrollo económico. Las fuentes clásicas denominaron celtíberos al grupo de pueblos situados en una posición intermedia (geográficamente).

La costa peninsular meridional y el área tartésica (con centro en el valle del Guadalquivir -la Turdetania- y con proyección hasta zonas muy lejanas, de la desembocadura del Tajo a la del Segura), la más rica en metales y de mayor desarrollo económico y social (una verdadera civilización), fue profundamente influenciada por la colonización fenicia. La fundación mítica de Gadir (Cádiz) se data en el 1104 a. C.,​ aunque no hay base arqueológica para sustentar semejante cronología hasta varios siglos más tarde. En el siglo viii a. C. ya hay pruebas de la presencia de un abundante grupo de factorías y colonias fenicias, como Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra).

Las colonias griegas se instalaron más al norte, en Akra Leuké (Alicante), Hemeroskopion (Denia), Emporion (Ampurias) y Rhodes (Rosas). Su contacto con los iberos les hizo dar las primeras referencias escritas de estos pueblos. Las mismas fuentes griegas señalan que los navegantes griegos habían establecido contactos con el «reino» de Tartessos y con su «rey» Argantonio, que les habría dado suficiente plata como para construir murallas contra los ataques persas. Tales contactos no fructificaron, precisamente por el dominio fenicio de esta ruta, y no ha podido constatarse arqueológicamente la presencia griega en la costa mediterránea malacitana, en una colonia que habría llevado el nombre de Mainake.

Hispania cartaginesa

Dama de Elche, escultura ibera.
Museo Arqueológico Nacional de España
(Madrid).
Cartago y Roma entrarán finalmente en una serie de guerras (guerras púnicas) por la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Tras la derrota en la primera guerra púnica, Cartago intenta resarcirse de sus pérdidas de Sicilia, Cerdeña y Córcega, incrementando su dominio en Iberia.

Amílcar Barca, Aníbal y otros generales cartagineses sitúan las antiguas colonias fenicias de Andalucía y el Levante bajo su control y proceden después a la conquista o extensión de su área de influencia sobre los pueblos indígenas. A finales del siglo iii a. C., la mayor parte de las ciudades y pueblos al sur de los ríos Duero y Ebro, así como las islas Baleares, reconocen el dominio cartaginés. Fundan Qart Hadasht (Cartagena), que se convierte rápidamente en una importante base naval, debido al interés por controlar la riqueza generada por las minas de plata de Cartagena.​ Esto último se desprende de las palabras del arqueólogo Adolf Schulten.

Con la plata de las minas de Cartagena pagaron ellos sus mercenarios, y, cuando por la toma de esta en 209 a. C. Carthago perdió estos tesoros, Aníbal ya no fue capaz de resistir a los romanos, de manera que la toma de Cartagena decidió también la guerra de Aníbal.
Schulten A. Fontes Hispaniae Antiquae

En el año 219 a. C. se produce la ofensiva de Aníbal contra Roma, tomando la península ibérica como base de operaciones e incluyendo un gran porcentaje de hispanos en su ejército.

Es en este proceso cuando intentarán someter a la colonia griega de Sagunto, situada al sur de la frontera pactada del Ebro pero aliada de Roma, dando lugar a la segunda guerra púnica, que culminará con la incorporación de la parte civilizada (íbera) de la península a la República Romana.

Hispania romana (206 a. C. – siglo v)

Tras la segunda guerra púnica entre el 218 a. C. y el 201 a. C., se puede considerar la península ibérica sometida al poder de Roma. La campaña de ocupación, tras la expulsión cartaginesa, fue rápida, excepto en el interior (Numancia) y el pueblo cántabro que resistió hasta la llegada de Augusto en los inicios del Imperio romano.

Acueducto de Segovia.
En el 197 a. C., los romanos dividen el territorio ibérico en dos zonas: la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior.

El sometimiento total de la península tiene lugar en el año 19 a. C. (tras finalizar las guerras cántabras), tras lo cual se divide en tres provincias: Bética, Tarraconense y Lusitania, organización que perduró hasta el Bajo Imperio, cuando el territorio se divide en Bética, Carthaginense, Gallaecia, Lusitania y Tarraconensis.

El proceso de romanización entendido como la incorporación de la lengua, las costumbres y la economía romana se inició aproximadamente hacia el 110 a. C. y duraría con toda su fuerza hasta mediados del siglo iii a. C.

En esta época, los hispanos se configuraron como parte muy destacada del Imperio romano, aportando notables figuras durante el periodo histórico como los emperadores Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio, el filósofo Séneca, los teólogos Paulo Orosio o Prisciliano, el retórico Quintiliano, los poetas Marcial, Lucano o Prudencio, el agrónomo Columela, el geógrafo Pomponio Mela o políticos como Marco Annio Vero o Lucio Cornelio Balbo, entre otros.


J. M. S.

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