El Código de Hammurabi

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El Código de Hammurabi

 La ley de la antigua Babilonia


Contexto histórico mesopotámico. En el segundo milenio a.C. la región de Mesopotamia estaba dividida en ciudades-estado con dinastías rivales. Tras el colapso del imperio de Ur (c. 2000 a.C.) llegaron a la zona los amorreos, un pueblo semita. En torno al año 1792 a.C. el rey Hammurabi (que gobernó hasta 1750 a.C.) heredó el trono de Babilonia y fue consolidando un vasto imperio en el sur mesopotámico. Para unificar su reino, en 1758 a.C. Hammurabi ordenó grabar un conjunto de leyes en una estela de basalto negro, de unos 2,4 metros de altura. Este documento, escrito en acadio cuneiforme, contiene 282 artículos que regulaban la vida diaria y los conflictos entre sus súbditos. En las inscripciones proclama que las leyes proceden del dios Sol (Shamash o Marduk), legitima así su autoridad religiosa y política.

Estela del Código de Hammurabi:
muestra la estela original de basalto donde aparece Hammurabi ante el dios Shamash.

Estela del Código de Hammurabi (Museo del Louvre, París), coronada por un relieve en el que Hammurabi aparece de pie ante el dios del Sol, Shamash. Todas las leyes siguen un patrón condicional del tipo “si… entonces…”. Primero se expone la acción (“si alguien comete tal delito”) y luego se anuncia el castigo correspondiente. Por ejemplo, la ley del talión aparece textualmente: “ojo por ojo, diente por diente”. En la práctica las penas eran muy severas: la muerte y las mutilaciones eran frecuentes, así como los juicios por ordalía (por ejemplo arrojar al acusado al río y juzgarlo según si sobrevive). Además, el código era clasista: el mismo delito recibía castigos diferentes según la posición social del culpable (hombre libre, mujer de determinada clase, esclavo, etc.). Por otro lado, destaca que el acusado tenía derecho a presentar pruebas, lo que algunos estudiosos consideran un primitivo indicio de presunción de inocencia.

El hallazgo de la estela

Tras la muerte de Hammurabi el imperio babilónico entró en decadencia. En el siglo XII a.C. el rey elamita Shutruk-Nahunte saqueó Babilonia y llevó varios monumentos como botín de guerra: entre ellos la famosa estela con el código. La pieza quedó enterrada en la ciudad elamita de Susa (actual Irán) hasta que, en diciembre de 1901, fue redescubierta por una expedición arqueológica francesa dirigida por Jacques de Morgan. La estela, reconstruida a partir de fragmentos, fue enviada al Museo del Louvre en París, donde permanece hoy. Poco después su contenido fue traducido al francés por el asiriólogo Jean-Vincent Scheil. El hallazgo fue un hito arqueológico: proporcionó una visión detallada de cómo se administraba la justicia en una de las primeras civilizaciones, y destacó el alcance de la ambición política de Hammurabi al estandarizar las leyes para todo su imperio.

Comparación con otros códigos antiguos

Hammurabi no fue el primer legislador de Oriente Medio, pero sí el más célebre. Siglos antes ya existían textos legales escritos. Por ejemplo, el Código de Ur-Nammu (Ur, c. 2100 a.C.) regulaba homicidios, robos y daños a la propiedad; a diferencia de Hammurabi, a menudo imponía compensaciones económicas en vez de castigos físicos. En Sumeria también hubo precedentes como las reformas de Entemena y Urukagina (c. 2400 a.C.), así como el Código de Lipit-Ishtar de Isin (c. 1870 a.C.) y las Leyes de Eshnunna (c. 1930 a.C.), que reflejaban una tradición legal creciente en la región.

Frontispicio del código (detalle superior): grabado antiguo de 1903 publicado en dominio público en EE. UU., refleja la escena de Hammurabi recibiendo las leyes en bajorrelieve.

En Anatolia (la actual Turquía) los hititas reunieron sus propias leyes en dos series publicadas en Hattusa hacia el siglo XVII a.C. Estas “leyes hititas” también incorporaban la ley del talión, pero con una característica distintiva: no aplicaban el talión en los casos más graves. Por ejemplo, en homicidios preferían imponer compensaciones (o esclavos a modo de indemnización) en lugar de infligir mutilaciones o la muerte al culpablearchivodeinalbis.blogspot.com. En general, los códigos hititas iban evolucionando hacia penas más leves y orientadas a reparar el daño al ofendido, lo que contrasta con la mayor rigidez del estilo babilónico. Estas similitudes y diferencias muestran que el código de Hammurabi forma parte de un largo desarrollo jurídico en el Próximo Oriente antiguo.

Influencia en sistemas posteriores y el derecho moderno

El Código de Hammurabi dejó una huella duradera. Su método de codificar leyes sirvió de modelo para culturas posteriores. Por ejemplo, en la antigua Israel hay paralelismos claros en la Ley de Moisés (Biblia), donde también aparecen el talión (“ojo por ojo”) y muchas regulaciones sociales similares. En la antigua Roma, la idea de un cuerpo de leyes escritas como las Doce Tablas (450 a.C.) tiene antecedentes en la tradición mesopotámica. En sentido amplio, la noción de que la justicia debe estar escrita y accesible a todos tal como hizo Hammurabi inspiró los códigos legales posteriores. Incluso se señala que algunos principios modernos tuvieron ecos lejanos en estas leyes: por ejemplo, el uso de reglas claras y la idea de que el acusado puede defenderse (una forma primitiva de presunción de inocencia) aparecen ya en este código.

Réplicas o detalles museísticos
imagen de una réplica de la estela o detalle del relieve aclara el texto cuneiforme
Licencia Creative Commons CC BY‑SA.

Aunque en la práctica muchas de las penas de Hammurabi eran brutales para nuestros estándares, el planteamiento de un sistema legal público y uniforme representó un gran avance histórico. La impronta del código se percibe hoy en día en el concepto moderno de estado de derecho: la idea de que las normas deben ser aplicadas de manera coherente a todos los ciudadanos bajo un poder central. En resumen, este venerable conjunto de leyes no sólo nos habla de la sociedad babilónica, sino que fue el prólogo de la codificación legal en la civilización occidental y de otros sistemas jurídicos. Gracias a él conocemos los orígenes de prácticas como el juicio formal, la diferenciación de clases en la ley, y la búsqueda de equivalencias en los castigos –todos elementos que, transformados, subsisten en diversos grados en el derecho contemporáneo.


Fuentes: Este artículo se ha basado en estudios históricos y traducciones académicas, incluyendo las inscripciones originales del Código de Hammurabi y análisis de expertos archivodeinalbis.blogspot.com

Cada afirmación clave se sustenta en textos divulgativos y académicos especializados. Por ejemplo, sabemos su contenido y contexto gracias a fuentes como Muy Interesante, la Enciclopedia de Historia Mundial, y estudios lingüísticos de los cuneiformes babilónicos. 

Estos trabajos resaltan la relevancia del código en la historia del derecho antiguo y su influencia en generaciones posteriores.

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El juego real de Ur

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El juego real de Ur 

Un entretenimiento en la antigua Mesopotamia

El arqueólogo británico sir Leonard Wolley descubrió algunos tableros de un juego de mesa, al que bautizó como "juego real de Ur", mientras excavaba en el cementerio real de esta antigua y poderosa ciudad sumeria. Practicado habitualmente por las élites, según los investigadores este popular juego tiene mucho en común con otro juego parecido de origen egipcio llamado senet.

Uno de los cinco tableros de juego jeal de Ur por sir Leonard Wolley. Museo Británico, Londres

Ur fue una importante ciudad-estado sumeria situada al sur de la antigua Mesopotamia, una zona conocida históricamente como creciente fértil que se extendía entre los ríos Éufrates y Tigris. Las ruinas de Ur, en las que hoy destaca su restaurado zigurat, se encuentran a 24 kilómetros al suroeste de la ciudad iraquí de Nasiriya y son conocidas por sus habitantes como Tell al-Muqayar. El término árabe tell significa montículo, y son muchos los que se extienden por toda la región. En casi todos los casos, estos montículos ocultan en su interior ciudades antiguas o asentamientos prehistóricos.

Los primeros vestigios de la antigua Ur datan de finales del Neolitico del Próximo Oriente, conocido como período El Obeid. Fue entonces cuando se crearon los primeros asentamientos urbanos en la zona, entre ellos Ur, una de las ciudades más antiguas de Sumeria. Cuando los arqueólogos iniciaron sus excavaciones en Ur, los primeros hallazgos les permitieron atisbar cómo fue la vida de las sofisticadas élites que gobernaron la ciudad. Ejemplo de ello es el cementerio real, uno de los hallazgos más relevantes. Su descubridor fue el arqueólogo británico sir Leonard Wolley, que excavó en la necrópolis entre 1922 y 1934.

La antigüedad del juego real de Ur

Entre las hermosas piezas que componían los lujosos ajuares funerarios que Wolley fue sacando a la luz en Ur, tal vez una de las más destacadas sea un tablero de juego completo, conocido como "el juego real de Ur". Al parecer, este tipo de juego fue muy popular en todo el Próximo Oriente, puesto que se han encontrado tableros similares al descubierto por Wolley en lugares como Irak, Irán o Siria. Incluso en la tumba del faraón Tutankamón se encontraron cuatro tableros muy parecidos a los del juego real de Ur, el llamado senet. En el caso egipcio, estos tableros contenían unas pequeñas cajas que servían para guardar los dados y las piezas del juego.

El juego real de Ur fue descubierto por el arqueólogo británico sir Leonard Wolley mientras excavaba en el cementerio real de Ur.

Imagen del arqueólogo Leonard Wolley

Pese a la antigüedad del juego de Ur, unos 4.500 años, se cree que el senet egipcio fue inventado unos mil años antes, así como el oware, un tipo juego de tablero con fichas originario del África occidental, que también parece ser anterior al juego sumerio. Con todo, los tres presentan similitudes entre sí y guardan, asimismo, un gran parecido con el parchís. Se cree que el objetivo del juego era sacar las fichas del tablero antes que el rival, por lo que también guardaría ciertas similitudes con el actual backgammon.

¿Similar al senet?

A pesar de que el senet es más antiguo que el asseb (como los egipcios se referían al juego de Ur), algunos investigadores creen que este podría ser una versión del juego sumerio, aunque, a falta de pruebas que lo corroboren es muy difícil afirmarlo con rotundidad. Lo que sí resulta evidente es el parecido que guardan ambos juegos a pesar de que no se conservan las normas de ninguno de los dos.

Algunos investigadores creen que el senet podría ser una versión del juego sumerio

Un oware procedente de Costa de Marfil

Algo que resulta evidente es que el senet era un juego tan popular en el antiguo Egipto que nadie se molestó en dejar por escrito sus reglas, ya que todo el mundo las conocía. Lo que sí se sabe, por algunos tableros que se han conservado, por ejemplo en las tumbas del arquitecto Kha en Deir el-Medina y del faraón Tutankamón en el Valle de los Reyes, es que el juego se dividía en tres filas paralelas de diez casillas que debían recorrerse con un número de fichas, probablemente entre diez y veinte, y, al igual que en el parchís, se podían formar barreras y "comer" las fichas del adversario.

¿parecido al parchís?

Por otra parte, aunque del juego de Ur no ha sobrevivido un reglamento que permita entender completamente sus normas, sí se ha conservado lo que parece una descripción básica del mismo en una tablilla cuneiforme de origen babilonio escrita entre los años 177 y 176 a.C. por un escriba llamado Itti-Marduk-Balāṭu. Así, según todos los indicios, el juego de Ur era un tipo de entretenimiento en el que dos adversarios competían en una especie de carrera por el tablero similar a lo que ocurre en los actuales parchís o backgammon.

Del juego de Ur no ha sobrevivido un reglamento que permita entender completamente sus normas

Senet de fayenza con piezas inscritas con el nombre del faraón Amenhotep III.
Museo de Brooklyn

En cuanto a su forma, el juego de Ur se componía de un tablero de madera de veinte casillas dividido en dos piezas de doce y seis casillas respectivamente unidas por un puente de dos casillas. Todas las casillas estaban decoradas con grupos con imágenes, entre las que destacaban cinco decoradas con rosetas. Estas casillas estaban situadas en zonas simétricas del tablero y eran fácilmente visibles. Si uno de los dos contendientes caía en ellas, disponía de una tirada extra.

Significado místico

En el juego de Ur, cada jugador contaba con siete fichas, unas de color blanco y otras de color negro. Estas solían ser pequeños discos de concha y lapislázuli que se movían usando tres dados de forma piramidal, aunque en algunas ocasiones se utilizaban dados en forma de tetraedro. El azar y la estrategia hacían el resto y, como hemos visto, cada jugador movía sus siete piezas a lo largo del tablero hasta sacarlas fuera del mismo antes que su oponente.

Cada jugador disponía de siete fichas, unas de color blanco y otras de color negro

Con el paso del tiempo, el juego de Ur fue adquiriendo algún tipo de significado mágico o místico, como demuestran algunas de las predicciones que Itti-Marduk-Balāṭu escribió en su tablilla si se caía en ciertas casillas. Frases como "encontrarás un amigo", "te volverás poderoso como un león" o "sacarás buena cerveza". Finalmente, los participantes del juego empezaron a ver una relación entre el juego y la suerte. Así, lo que les acontecía en una partida podía ser interpretado como algún tipo de mensaje enviado por los dioses, por sus antepasados o por algún familiar difunto.  

un juego milenario

Un estudio realizado en 2013 en casi cien juegos procedentes de todo el Próximo Oriente reveló cambios significativos en el diseño de los cuadrados del tablero durante 1.200 años. Esto podría indicar que las reglas del juego y el juego mismo fueron evolucionando con el tiempo. El estudio también postula que el juego se transmitió desde Mesopotamia al Levante alrededor de 1800 a.C. y desde allí llegó a Egipto hacia el año 1600 a.C. Finalmente, durante la Antigüedad Tardía el juego desapareció, aunque no está claro el motivo. Una teoría afirma que pudo acabar convirtiéndose en el actual backgammon, mientras que otra sostiene que fue en realidad la invención del backgammon la que pudo eclipsar su popularidad.

No está claro el motivo de la desaparición del juego durante la Antigüedad Tardía
 
Tabilla de arcilla babilonia con algunas de las normas del juego de Ur.
Museo Británico, Londres.

Este tipo de juego tuvo una gran expansión. En algún momento, antes de que perdiera su enorme popularidad en el Próximo Oriente, este milenario juego siguió siendo practicado en la ciudad india de Kochi por un grupo de comerciantes judíos que jugaban a un juego llamado Aasha, el cual tenía veinte cuadrados, igual que la versión mesopotámica original, pero con la diferencia de que cada jugador disponía de doce fichas en lugar de siete y la ubicación de los veinte cuadrados era ligeramente diferente. Los judíos de Kochi lo continuaron jugando hasta la década de 1950, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzaron a emigrar a Israel.

Hoy en día cualquier entusiasta de los juegos de mesa, incluso de los más antiguos, puede encontrar reproducciones fidedignas de estos juegos milenarios para poder practicar. De hecho, se han creado versiones para jugar una partida online o incluso se puede descargar una app para jugar cómodamente desde nuestro teléfono móvil.

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Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos

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Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos


Antes de su conquista por parte de Roma, en la península Ibérica existían diversas culturas autóctonas que florecieron y entraron en contacto con otros pueblos mediterráneos


Mucho antes de que el primer soldado romano pusiera un pie en la tierra que llamarían Hispania, y antes de que la primera nave griega arribara a las costas del lugar que conocían como Hesperia o Iberia, en la península más occidental del continente europeo existía una desarrollada red de culturas autóctonas.

Ciudad de Numancia (Soria)

Su origen y evolución antes del primer milenio a.C. es compleja de estudiar ya que fueron pueblos extranjeros, como los fenicios y los griegos, quienes dejaron constancia escrita de ellos por primera vez; por aquel entonces, ya habían recibido influencia de otras culturas, como la celta, haciendo difícil marcar la línea entre lo que era propiamente autóctono y lo que no.

Un crisol de culturas

El criterio tradicional para clasificar las culturas ibéricas es el lingüístico, en base al cual se han diferenciado cinco grandes grupos: los íberos, que ocupaban el levante de la península; los turdetanos y tartésicos, en el suroeste; los pueblos de influencia celta, que ocupaban la mayoría de la zona interior de la península, así como áreas del norte y del oeste; los protoceltas, al oeste y noroeste; y los aquitanos o protovascos, en la zona oeste de los Pirineos y el este de la cordillera Cantábrica. Estos a su vez se dividen en dos macrogrupos: los indoeuropeos (de influencia celta) y los que no lo son.

Esta clasificación genérica no refleja toda la complejidad que se daba en la realidad, ya que cada grupo constaba de diversas tribus, algunas de las cuales presentan influencias de varios grupos, especialmente las que se encontraban en tierras de frontera entre una cultura y otra, que podían tener más en común entre ellas que con sus tribus “hermanas” pero más lejanas. La única fuente disponible para el estudio de estos pueblos antes del primer milenio a.C. es la arqueología, por lo que también es difícil establecer si existía un corpus común de tradiciones o fue el contacto entre las diversas culturas lo que creó estas zonas de encuentro.

Los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea
En general, se acepta que se produjo al menos una migración importante de origen indoeuropeo previa al contacto con pueblos del Mediterráneo oriental. Prueba de ello es que estos pueblos dejan constancia escrita de que los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea, como la obligación moral de dar hospitalidad a los visitantes, los regalos diplomáticos y la acumulación por parte de la élite de bienes de prestigio sin utilidad práctica, como armas de lujo y enseres ceremoniales. 

Este mapa muestra los principales pueblos prerromanos de la península Ibérica,
clasificados a su vez en grupos lingüísticos

Esta migración probablemente se produjo a través de los Pirineos y se asentó en las tierras de la Meseta Central, que son las que presentan una mayor influencia celta; al contrario que el litoral mediterráneo, de influencia no indoeuropea.

Nuevos llegados

A partir del primer milenio a.C., un factor clave en la evolución de estas tribus fue el grado de contacto que tenían con otros pueblos de la cuenca mediterránea, en especial griegos y fenicios. Los pueblos ibéricos comerciaban con ellos y, además de importar productos -mayoritariamente objetos de prestigio para las élites-, absorbían influencias culturales como el alfabeto y los dioses orientales. A la vez, los productos que estos demandaban influían en el desarrollo de la economía de los pueblos autóctonos: algunos proporcionaban grano y otros alimentos, mientras que otros comerciaban con los recursos naturales que poseían, en particular metales como el oro, la plata y el cobre.

Los primeros en establecer contacto fueron los fenicios, que se dirigieron al sur de la península en busca de recursos naturales y entraron en contacto con la cultura tartésica. Esta floreció en el tramo final del Guadalquivir, que entonces era una ensenada y proporcionaba un magnífico puerto natural. La riqueza metalúrgica de la región propició un comercio basado en las materias primeras a cambio de bienes de lujo y una fuerte influencia de la cultura fenicia en el pueblo tartessos. Con la caída de las grandes ciudades fenicias a manos de los babilonios en el siglo VI a.C., los fenicios se retiraron y su puesto fue ocupado por los cartagineses, originalmente una colonia de Tiro, que gradualmente pasaron de ser socios comerciales a amos.

Por su parte, los griegos entablaron contacto principalmente con las tribus íberas del levante peninsular. Su motivación era distinta a la de fenicios y cartagineses: los helenos buscaban principalmente una fuente de abastecimiento de alimentos, ya que su patria no era tan productiva para la agricultura y la ganadería. No obstante, aquella nueva tierra les permitió solucionar uno de sus problemas más graves, la sobrepoblación, fundando colonias permanentes dedicadas al comercio. A medida que estas se iban emancipando de sus metrópolis, la sociedad íbera y la griega tendían a fundirse en una sola, como relata el geógrafo Estrabón.

El nombre de la colonia griega de Emporion (Empúries o Ampurias), en la Costa Brava, significa mercado: un nombre muy significativo que indica la naturaleza principalmente comercial de la presencia griega en la península Ibérica

El contacto con los romanos fue muy posterior (finales del siglo III a.C.) y, en buena medida, fruto del conflicto militar con los cartagineses. La conquista romana de Hispania duró hasta la época imperial y supuso el contacto con los pueblos del interior y el noroeste, que hasta entonces habían permanecido bastante al margen de los nuevos llegados. Hispania, como así llamaron a la península, fue una de las conquistas más importantes para el imperio puesto que proporcionaba productos muy demandados en Roma como el vino y el aceite, además de cereales. Muchas familias nobles se trasladaron a las provincias hispanas para prosperar y dieron a Roma algunos de sus emperadores más célebres, como Trajano y Adriano.

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Historia de los hititas

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Los hititas


La historia de los hititas es la de este pueblo de la Antigüedad asentado en la península de Anatolia. Alrededor del siglo XVIII a. C. fundaron un reino con capital en Hattusa, que, con el tiempo, llegó a convertirse en una de las grandes potencias de Oriente Próximo, junto a Babilonia, Mitani, Egipto y Asiria. En el siglo XIII a. C., el momento de su máxima expansión, ocupó prácticamente toda Anatolia y partes importantes de Chipre, Siria y Mesopotamia. Los hititas desaparecieron bruscamente de la historia durante la embestida de los pueblos del mar, aproximadamente en 1200 a. C.

Ruinas de la Puerta del León en Hattusa, la capital hitita en el actual Boğazköy, Turquía

Tradicionalmente, la historia hitita se ha dividido en tres partes: el Reino Antiguo, donde edificaron un poderoso reino, el Reino Medio, una etapa bastante oscura y con cierta decadencia, y el Reino Nuevo, donde alcanzan la categoría de imperio y su máxima expansión. En la actualidad se dispone de suficiente información para desechar la existencia del Reino Medio, prefiriéndose hablar de una etapa oscura o de decadencia, anterior al Reino Nuevo.

Anatolia central al comienzo del II milenio a. C.

La situación en Anatolia para la época de la que disponemos documentación, gracias a los restos arqueológicos de comerciantes asirios, es bastante complicada. Por un lado, parece existir una cultura nativa, de lengua no indoeuropea, representada por los hatianos. Esta se caracteriza por una civilización urbana refinada, de la que se conservan numerosos vestigios en Hacilar, Çatal Hüyük y Alisar.

Sin embargo, junto a esta cultura aparece otra, que sí usa lenguas indoeuropeas, particularmente en la ciudad de Nesa. No se sabe si estos elementos indoeuropeos se corresponden con la migración de algún pueblo distinto al hattiano. Se ha especulado que puede ser el hitita. La teoría más común sobre su origen es tribus de habla indoeuropea emigraron de Europa a Anatolia. Su llegada en la prehistoria fue la de una cultura más poderosa que se impuso sobre la nativa, o bien mediante conquistas o bien mediante una asimilación paulatina.​

Es posible que los elementos indoeuropeos estén relacionados con la cultura de los kurganes (del ruso kourga, que describe las tumbas de la élite de esta cultura), del V milenio a. C., que con toda probabilidad hablaba una lengua próxima al indoeuropeo original, y se extendía por las llanuras entre el Dnieper y el Volga.

Algunos historiadores, como Collin Renfrew, creen sin embargo que los indoeuropeos llegaron a Anatolia por el este. Otros especialistas sostienen incluso que no hubo una influencia cultural indoeuropea más allá del idioma nesita, y que existe una evidente continuidad entre los primitivos asentamientos de Çatal Hüyük y la civilización posterior.

Independientemente del origen de este complejo escenario, parece claro que a partir del II milenio a. C., el nesita se convierte en la lengua de las cortes de Anatolia central. Las diversas culturas, indoeuropeas o no, se acaban fusionando en una serie de principados políticos.

Influencia asiria y formación del reino hitita

Durante los primeros siglos del II milenio a. C., los asirios, destacados comerciantes, inundaron Anatolia de pequeñas colonias mercantiles, centralizadas en la ciudad de Nesa, que ellos llamaban Kanesh.Importaron materiales como el bronce, escasos en Asia Menor. La situación política era fragmentada, con numerosos principados, pero suficientemente estable como para asegurar un marco legal útil para los asirios.

Poco se sabe sobre estos reinos. Parece ser que Nesa perdió la preeminencia momentáneamente a manos de otra ciudad, Mama, e incluso fue destruida, pero, recolonizada, tardó poco en recuperar la hegemonía, solo para perderla de nuevo a manos de Pithana de Kussara y su hijo Anitta.

Anitta edificó un pequeño imperio, conquistando numerosos reinos (entre ellos, la ciudad de Hattusa que destruyó totalmente y sobre la que lanzó un anatema). Su imperio fue el precursor de los hititas, ya que aún después de su muerte, cuando la ciudad de Hattusa fue reconstruida (bajo Hattusili I), los monarcas hititas afirman descender de la casa de Kussara.

Aparte de Anitta, existen referencias a dos posibles antecesores de los hititas, Tudhaliya y Pu-Sarruma, pero nada se sabe sobre ellos.

El Reino Antiguo

El Reino Antiguo duró del 1680 al 1430 a. C. Se corresponde con las fases iniciales del reino de Hattusa, que pasó de ser un pequeño principado a potencia con intereses en Asia Menor y Siria. En el último siglo de este periodo cedió sin embargo poder y protagonismo a Mitani.

Los inicios del reino de Hattusa

La mayor parte de lo que se sabe de los reyes de los hititas se debe a uno de ellos, Telepinu, que escribió 150 años después del inicio de este periodo un edicto encaminado a justificar la necesidad de sus reformas. Este constaba de una introducción histórica al origen del poder hitita, en la que se menciona a tres monarcas: Labarna, Hattusili I y Mursili I.

Se desprende de este documento que el verdadero fundador del imperio hitita fue Labarna. agrupó a las diferentes ciudades-estado y los pequeños reinos bajo una autoridad central y ensanchó las fronteras del recién creado reino hacia el oeste y hacia los mares Negro y Mediterráneo. También es posible que consolidara la institución de la monarquía al dictar disposiciones que garantizaran la sucesión. El nombre de Labarna se usó con posterioridad como sinónimo de "rey", lo que ha llevado a algunos historiadores a dudar de su existencia.

Localización de los principales sitios de la Anatolia hitita

Su hijo Hattusili I pudo apoyarse en la base política que Labarna le legó, para lanzar numerosas campañas militares, principalmente contra el reino de Alepo y contra los hurritas. Por otra parte, estableció en Hattusa la capital de los hititas, que se iba a mantener en esa ciudad hasta el final del imperio (excepto durante un breve periodo del Reino Nuevo). Hattusili, en un testamento que se ha conservado, repudió a su hijo, y nombra sucesor a Mursili I, su nieto, a quien también nombra hijo adoptivo.

Mursili I estrechó los lazos que unían a las ciudades-estado e incorporó estos al reino hitita, de tal modo que puede ser considerado como el principal artífice de lo que sería el imperio arcaico o reino antiguo. Expandió aún más las fronteras. A modo de venganza, conquistó Alepo (en cuya empresa había fracasado Hattusili), y derrotó a los hurritas.

Estas victorias convirtieron al reino hitita en una de las potencias de Oriente Próximo, hasta el punto de que, una vez conquistada Alepo (1595 a. C.), Mursili encabezó una expedición contra la ciudad de Babilonia, que tomó y saqueó. Esa empresa fue más sorprendente que efectiva, pues la distancia impedía cualquier intento de control efectivo. Tras su marcha, el control de Babilonia pasó a manos de los casitas, posibles aliados de los hititas, lo que provocó la caída de los amorreos.

En 1590 a. C., poco después de su regreso, muere asesinado a manos de su cuñado, Hantili I, primero de una serie de reyes de los que poco se sabe: Hantili I, Zidanta I, Ammuna y Huzziya I. Durante esta época el país de Hatti, debido al poder y prestigio consolidados por Mursili, se mantuvo sin grandes modificaciones ni peligros, excepto en Siria, donde el creciente poderío de Mitani amenazaba las posiciones hititas. Además, durante esta época hacen su primera aparición documentada los kaskas, un conjunto de tribus bárbaras situadas al norte de Hattusa que se convirtieron durante toda la historia hitita en una permanente amenaza para la capital, que los hititas nunca fueron capaces de destruir totalmente.

Telepinu

Estos contratiempos obtuvieron respuesta con la llegada al poder de Telepinu (1525-1500 a. C.), que destaca, entre otras cosas, por la documentación del sistema hereditario, con el que se proponía acabar con la anarquía de sus inmediatos antecesores. Según el Edicto de Telepinu, la sucesión quedaba asegurada por el ascenso automático al trono del heredero varón escogido por el rey; la garantía del cumplimiento la tenía el panku, o Consejo de Nobles. Junto a este edicto, Telepinu hizo la primera gran codificación de las leyes hititas, que destacaban por la benignidad de los castigos y las numerosas innovaciones jurídicas.

La sociedad hitita del Reino Antiguo

Uno de los elementos más importantes de la monarquía hitita era el ya mencionado pankus, al cual Telepinu aseguró el derecho a la jurisdicción incluso ante el propio rey, ya que podía condenar a muerte a cualquier rey si se demostraba que este planeaba el asesinato de algún familiar. A diferencia del resto de dinastías de la zona, los reyes hititas no se atribuían una estirpe divina, de modo que el pankus también tenía una función legitimadora de la monarquía.

Gran parte de la población hitita de la época estaba compuesta por personas libres que trabajaban alrededor de aldeas administradas por un consejo de ancianos que tenía fundamentalmente una función de carácter jurídico. Estas instituciones, a cambio de gozar de cierta autonomía, estaban obligadas a contribuir con mano de obra al rey.

La estructura económica giraba en torno a los templos y palacios, que actuaban como centros coordinadores de la actividad comercial y artesanal. Los artesanos trabajaban a cambio de ser alimentados, motivo por el cual el palacio debía disponer de excedente agrícola, necesario para el funcionamiento de la economía hitita, hasta el punto de que a veces se recurría a colonos militares para garantizarlo.

El periodo medio

Durante los años que siguen al reinado de Telepinu, se produce una disminución del poderío hitita. El gobierno estuvo en manos de reyes que no pudieron evitar el ascenso y consolidación del poder de Mitanni, que llegó a constituir una seria amenaza para el imperio hitita, arrebatándole diversos territorios en Siria.

Junto a esta relativa decadencia, se constata una escasez de documentación que impide conocer casi nada acerca de los reyes de la época (Alluwamna, Tahurwaili, Hantili II, Zidanta II, Huzziya II y Muwatalli I), aunque parece posible constatar que hubo una continua lucha por el trono y numerosos desórdenes dinásticos.

El Reino Nuevo

El Reino Nuevo es el periodo que va de 1430 a 1200 a. C., en el cual el imperio hitita alcanzó su máxima extensión y poderío, que mantuvo hasta la irrupción de los pueblos del mar, momento en el cual desapareció de la historia.

Nuevas armas: la equitación y el carro de combate

Durante esta época, empezó a desarrollarse en Irán y Asia Central la equitación. Unida al carro ligero de combate (o carro de guerra), esta revolucionó el campo de batalla al proporcionar una nueva movilidad a todos los ejércitos. El carro de combate se convirtió en el arma principal de los hititas durante el Imperio nuevo, como ocurrió en el resto de reinos de Oriente Próximo.

Carro hitita, según un relieve egipcio de la época de la XIX dinastía

Los carros hititas, de dos ruedas de seis radios, estaban tirados por dos caballos, y eran manejados por lo que hoy conocemos como auriga. Sus ocupantes disparaban flechas antes de la carga, durante la cual usaban lanzas. En las ruinas de Hattusa se han encontrado unas tablillas que contienen el manual de hipología más antiguo de entre todos los conservados. El texto está firmado por "kikkuli", del país de Mitani, por lo que se considera que algún rey hitita habría tomado el servicio de un hurrita para que le enseñara la técnica de la equitación.

Las conquistas de Suppiluliuma I

Tras el asesinato de Muwatalli I, su sucesor Tudhaliya I/II asienta las bases del nuevo imperio. Tras sofocar una serie de rebeliones y frenar la amenaza kaska, comenzó a recuperar terreno frente a Mitani, alcanzando Alepo. Arnuwanda I intentó proseguir la guerra con Mitani, pero tuvo que enfrentarse a una invasión kaska que sólo pudo ser derrotada en tiempos de Tudhaliya III, quien, a su vez, logró someter gran parte de Anatolia Occidental (a veces llamada Arzawa) al dominio hitita.

Esta expansión permitió, durante el reinado Suppiluliuma I, una campaña militar decisiva contra Mitani, en la que se saqueó su capital. Después de algunos años de guerra, los hititas fueron capaces de apoderarse de gran parte de Mitani y convertir el resto en un estado vasallo. La debilidad de Egipto, Babilonia y una Asiria que comenzaba su renacimiento facilitó a Suppiluliuma convertirse en la mayor potencia de la época, llegando a intentar una alianza matrimonial con Egipto, que fracasó al ser asesinado su hijo.

La rivalidad con Egipto: la batalla de Qadesh

A la muerte de Suppiluliuma en el 1322 a. C. le sucedió Arnuwanda II, pero este murió a causa de una epidemia un año más tarde, ocupando el trono su hermano mayor, Mursili II. Tan pronto como accedió al trono, se vio obligado a mantener por las armas el legado de su padre. En una campaña de dos años destruyó el poderío de los estados de Arzawa, entre ellos Ahhiyawa, que algunos historiadores identifican con los Aqueos y Micenas, y luego se volvió contra los kaskas, a los que causó daños importantes, alejándolos de Hattusa por un tiempo.

Esferas de influencia de hititas (rojo) y egipcios (verde)poco antes de la batalla de Qadesh 
(1274 a. C.)

Tras la muerte de Mursili heredó el trono su hijo Muwatalli II, que vio cómo las tensiones acumuladas con Egipto por sus antecesores implicarían con casi toda seguridad una guerra. Como preparación ante las hostilidades, Muwatalli II trasladó la capital a Tarhuntassa y dejó a su hermano Hattusili III a cargo del norte del reino. Con la subida al trono egipcio del ambicioso faraón Ramsés II, la guerra se hizo inevitable y se produjo la batalla de Qadesh, de resultado incierto pero que frenó los intentos de expansión egipcia.

El resurgir de Asiria

Urhi-Tesub, hijo y sucesor de Muwatalli II, que llevó la capital de nuevo a Hattusa se encontró con que Asiria había aprovechado la lucha entre Egipto y el imperio hitita para ocupar lo que quedaba de Mitani. Para frenar esa amenaza, los hititas intentaron reinstaurar a su vasallo en el trono de Mitani, pero fracasaron. A partir de este momento, Asiria se convertiría en una amenaza constante para el reino hitita.

Hattusili III, hábil militar que destacó por sus grandes éxitos contra los kaskas, logró el trono de su sobrino Urhi-Tesub, probablemente debido al desprestigio de este, pero su usurpación creó una serie de problemas dinásticos que debilitaron todavía más al reino hitita, especialmente cuando Urhi-Tesub buscó refugio en la corte de Ramsés II, faraón con el que posteriormente Hattusili firmaría un tratado de paz. Estas debilidades, junto a la fortaleza de Asiria, dieron lugar a una expansión de esta última, que culminó, en tiempos de Tudhaliya IV, hijo de Hattusili, en la derrota de Nihriya. Los asirios se apoderaron de ricas regiones mineras cerca del imperio hitita, y de Babilonia.

Desaparición del imperio hitita

Tudhaliya IV fue capaz de recuperarse de la derrota frente a los asirios al reforzar el reino en Asia Menor y en Chipre, alcanzando probablemente la máxima expansión hitita. El trono pasó a sus hijos, primero Arnuwanda III y luego Suppiluliuma II, que tuvieron un comienzo de reinado no muy distinto al resto de los reyes hititas, con revueltas en Arzawa, Siria, Chipre, etc.

Relieve del último rey hitita, Suppiluliuma II, en Hattusa

Estas revueltas fueron sofocadas, y nada hacía presagiar un reinado muy distinto a Suppiluliuma II. Sin embargo, la aparición por sorpresa de los pueblos del mar (aproximadamente en 1200 a. C.) causó grandes desórdenes en todo el mar Mediterráneo oriental. Estos desórdenes, a los que se unieron las tradicionales invasiones kaskas, no pudieron ser combatidos eficazmente. Finalmente, sufriendo de una pequeña Edad del Hielo, que causó sequías y consecuentes hambrunas, el reino hitita desapareció de la historia.

Algunas ramas colaterales de la familia real siguieron conservando reinos de cultura hitita, destacando el de Karkemish en Siria, que no fue conquistado por los asirios hasta el siglo VIII a. C.

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