Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos
Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos
Antes de su conquista por parte de Roma, en la península Ibérica existían diversas culturas autóctonas que florecieron y entraron en contacto con otros pueblos mediterráneos
Mucho antes de que el primer soldado romano pusiera un pie en la tierra que llamarían Hispania, y antes de que la primera nave griega arribara a las costas del lugar que conocían como Hesperia o Iberia, en la península más occidental del continente europeo existía una desarrollada red de culturas autóctonas.
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Ciudad de Numancia (Soria) |
Su origen y evolución antes del primer milenio a.C. es compleja de estudiar ya que fueron pueblos extranjeros, como los fenicios y los griegos, quienes dejaron constancia escrita de ellos por primera vez; por aquel entonces, ya habían recibido influencia de otras culturas, como la celta, haciendo difícil marcar la línea entre lo que era propiamente autóctono y lo que no.
Un crisol de culturas
El criterio tradicional para clasificar las culturas ibéricas es el lingüístico, en base al cual se han diferenciado cinco grandes grupos: los íberos, que ocupaban el levante de la península; los turdetanos y tartésicos, en el suroeste; los pueblos de influencia celta, que ocupaban la mayoría de la zona interior de la península, así como áreas del norte y del oeste; los protoceltas, al oeste y noroeste; y los aquitanos o protovascos, en la zona oeste de los Pirineos y el este de la cordillera Cantábrica. Estos a su vez se dividen en dos macrogrupos: los indoeuropeos (de influencia celta) y los que no lo son.
Esta clasificación genérica no refleja toda la complejidad que se daba en la realidad, ya que cada grupo constaba de diversas tribus, algunas de las cuales presentan influencias de varios grupos, especialmente las que se encontraban en tierras de frontera entre una cultura y otra, que podían tener más en común entre ellas que con sus tribus “hermanas” pero más lejanas. La única fuente disponible para el estudio de estos pueblos antes del primer milenio a.C. es la arqueología, por lo que también es difícil establecer si existía un corpus común de tradiciones o fue el contacto entre las diversas culturas lo que creó estas zonas de encuentro.
Los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea
En general, se acepta que se produjo al menos una migración importante de origen indoeuropeo previa al contacto con pueblos del Mediterráneo oriental. Prueba de ello es que estos pueblos dejan constancia escrita de que los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea, como la obligación moral de dar hospitalidad a los visitantes, los regalos diplomáticos y la acumulación por parte de la élite de bienes de prestigio sin utilidad práctica, como armas de lujo y enseres ceremoniales.
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Este mapa muestra los principales pueblos prerromanos de la península Ibérica, clasificados a su vez en grupos lingüísticos |
Esta migración probablemente se produjo a través de los Pirineos y se asentó en las tierras de la Meseta Central, que son las que presentan una mayor influencia celta; al contrario que el litoral mediterráneo, de influencia no indoeuropea.
Nuevos llegados
A partir del primer milenio a.C., un factor clave en la evolución de estas tribus fue el grado de contacto que tenían con otros pueblos de la cuenca mediterránea, en especial griegos y fenicios. Los pueblos ibéricos comerciaban con ellos y, además de importar productos -mayoritariamente objetos de prestigio para las élites-, absorbían influencias culturales como el alfabeto y los dioses orientales. A la vez, los productos que estos demandaban influían en el desarrollo de la economía de los pueblos autóctonos: algunos proporcionaban grano y otros alimentos, mientras que otros comerciaban con los recursos naturales que poseían, en particular metales como el oro, la plata y el cobre.
Los primeros en establecer contacto fueron los fenicios, que se dirigieron al sur de la península en busca de recursos naturales y entraron en contacto con la cultura tartésica. Esta floreció en el tramo final del Guadalquivir, que entonces era una ensenada y proporcionaba un magnífico puerto natural. La riqueza metalúrgica de la región propició un comercio basado en las materias primeras a cambio de bienes de lujo y una fuerte influencia de la cultura fenicia en el pueblo tartessos. Con la caída de las grandes ciudades fenicias a manos de los babilonios en el siglo VI a.C., los fenicios se retiraron y su puesto fue ocupado por los cartagineses, originalmente una colonia de Tiro, que gradualmente pasaron de ser socios comerciales a amos.
Por su parte, los griegos entablaron contacto principalmente con las tribus íberas del levante peninsular. Su motivación era distinta a la de fenicios y cartagineses: los helenos buscaban principalmente una fuente de abastecimiento de alimentos, ya que su patria no era tan productiva para la agricultura y la ganadería. No obstante, aquella nueva tierra les permitió solucionar uno de sus problemas más graves, la sobrepoblación, fundando colonias permanentes dedicadas al comercio. A medida que estas se iban emancipando de sus metrópolis, la sociedad íbera y la griega tendían a fundirse en una sola, como relata el geógrafo Estrabón.
El contacto con los romanos fue muy posterior (finales del siglo III a.C.) y, en buena medida, fruto del conflicto militar con los cartagineses. La conquista romana de Hispania duró hasta la época imperial y supuso el contacto con los pueblos del interior y el noroeste, que hasta entonces habían permanecido bastante al margen de los nuevos llegados. Hispania, como así llamaron a la península, fue una de las conquistas más importantes para el imperio puesto que proporcionaba productos muy demandados en Roma como el vino y el aceite, además de cereales. Muchas familias nobles se trasladaron a las provincias hispanas para prosperar y dieron a Roma algunos de sus emperadores más célebres, como Trajano y Adriano.
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