El juego real de Ur
El juego real de Ur
Un entretenimiento en la antigua Mesopotamia
El arqueólogo británico sir Leonard Wolley descubrió algunos tableros de un juego de mesa, al que bautizó como "juego real de Ur", mientras excavaba en el cementerio real de esta antigua y poderosa ciudad sumeria. Practicado habitualmente por las élites, según los investigadores este popular juego tiene mucho en común con otro juego parecido de origen egipcio llamado senet.
Ur fue una importante ciudad-estado sumeria situada al sur de la antigua Mesopotamia, una zona conocida históricamente como creciente fértil que se extendía entre los ríos Éufrates y Tigris. Las ruinas de Ur, en las que hoy destaca su restaurado zigurat, se encuentran a 24 kilómetros al suroeste de la ciudad iraquí de Nasiriya y son conocidas por sus habitantes como Tell al-Muqayar. El término árabe tell significa montículo, y son muchos los que se extienden por toda la región. En casi todos los casos, estos montículos ocultan en su interior ciudades antiguas o asentamientos prehistóricos.
Los primeros vestigios de la antigua Ur datan de finales del Neolitico del Próximo Oriente, conocido como período El Obeid. Fue entonces cuando se crearon los primeros asentamientos urbanos en la zona, entre ellos Ur, una de las ciudades más antiguas de Sumeria. Cuando los arqueólogos iniciaron sus excavaciones en Ur, los primeros hallazgos les permitieron atisbar cómo fue la vida de las sofisticadas élites que gobernaron la ciudad. Ejemplo de ello es el cementerio real, uno de los hallazgos más relevantes. Su descubridor fue el arqueólogo británico sir Leonard Wolley, que excavó en la necrópolis entre 1922 y 1934.
La antigüedad del juego real de Ur
Entre las hermosas piezas que componían los lujosos ajuares funerarios que Wolley fue sacando a la luz en Ur, tal vez una de las más destacadas sea un tablero de juego completo, conocido como "el juego real de Ur". Al parecer, este tipo de juego fue muy popular en todo el Próximo Oriente, puesto que se han encontrado tableros similares al descubierto por Wolley en lugares como Irak, Irán o Siria. Incluso en la tumba del faraón Tutankamón se encontraron cuatro tableros muy parecidos a los del juego real de Ur, el llamado senet. En el caso egipcio, estos tableros contenían unas pequeñas cajas que servían para guardar los dados y las piezas del juego.
El juego real de Ur fue descubierto por el arqueólogo británico sir Leonard Wolley mientras excavaba en el cementerio real de Ur.
Pese a la antigüedad del juego de Ur, unos 4.500 años, se cree que el senet egipcio fue inventado unos mil años antes, así como el oware, un tipo juego de tablero con fichas originario del África occidental, que también parece ser anterior al juego sumerio. Con todo, los tres presentan similitudes entre sí y guardan, asimismo, un gran parecido con el parchís. Se cree que el objetivo del juego era sacar las fichas del tablero antes que el rival, por lo que también guardaría ciertas similitudes con el actual backgammon.
¿Similar al senet?
A pesar de que el senet es más antiguo que el asseb (como los egipcios se referían al juego de Ur), algunos investigadores creen que este podría ser una versión del juego sumerio, aunque, a falta de pruebas que lo corroboren es muy difícil afirmarlo con rotundidad. Lo que sí resulta evidente es el parecido que guardan ambos juegos a pesar de que no se conservan las normas de ninguno de los dos.
Algunos investigadores creen que el senet podría ser una versión del juego sumerio
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Un oware procedente de Costa de Marfil |
Algo que resulta evidente es que el senet era un juego tan popular en el antiguo Egipto que nadie se molestó en dejar por escrito sus reglas, ya que todo el mundo las conocía. Lo que sí se sabe, por algunos tableros que se han conservado, por ejemplo en las tumbas del arquitecto Kha en Deir el-Medina y del faraón Tutankamón en el Valle de los Reyes, es que el juego se dividía en tres filas paralelas de diez casillas que debían recorrerse con un número de fichas, probablemente entre diez y veinte, y, al igual que en el parchís, se podían formar barreras y "comer" las fichas del adversario.
¿parecido al parchís?
Por otra parte, aunque del juego de Ur no ha sobrevivido un reglamento que permita entender completamente sus normas, sí se ha conservado lo que parece una descripción básica del mismo en una tablilla cuneiforme de origen babilonio escrita entre los años 177 y 176 a.C. por un escriba llamado Itti-Marduk-Balāṭu. Así, según todos los indicios, el juego de Ur era un tipo de entretenimiento en el que dos adversarios competían en una especie de carrera por el tablero similar a lo que ocurre en los actuales parchís o backgammon.
Del juego de Ur no ha sobrevivido un reglamento que permita entender completamente sus normas
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Senet de fayenza con piezas inscritas con el nombre del faraón Amenhotep III. Museo de Brooklyn |
En cuanto a su forma, el juego de Ur se componía de un tablero de madera de veinte casillas dividido en dos piezas de doce y seis casillas respectivamente unidas por un puente de dos casillas. Todas las casillas estaban decoradas con grupos con imágenes, entre las que destacaban cinco decoradas con rosetas. Estas casillas estaban situadas en zonas simétricas del tablero y eran fácilmente visibles. Si uno de los dos contendientes caía en ellas, disponía de una tirada extra.
Significado místico
En el juego de Ur, cada jugador contaba con siete fichas, unas de color blanco y otras de color negro. Estas solían ser pequeños discos de concha y lapislázuli que se movían usando tres dados de forma piramidal, aunque en algunas ocasiones se utilizaban dados en forma de tetraedro. El azar y la estrategia hacían el resto y, como hemos visto, cada jugador movía sus siete piezas a lo largo del tablero hasta sacarlas fuera del mismo antes que su oponente.
Cada jugador disponía de siete fichas, unas de color blanco y otras de color negro
Con el paso del tiempo, el juego de Ur fue adquiriendo algún tipo de significado mágico o místico, como demuestran algunas de las predicciones que Itti-Marduk-Balāṭu escribió en su tablilla si se caía en ciertas casillas. Frases como "encontrarás un amigo", "te volverás poderoso como un león" o "sacarás buena cerveza". Finalmente, los participantes del juego empezaron a ver una relación entre el juego y la suerte. Así, lo que les acontecía en una partida podía ser interpretado como algún tipo de mensaje enviado por los dioses, por sus antepasados o por algún familiar difunto.
un juego milenario
Un estudio realizado en 2013 en casi cien juegos procedentes de todo el Próximo Oriente reveló cambios significativos en el diseño de los cuadrados del tablero durante 1.200 años. Esto podría indicar que las reglas del juego y el juego mismo fueron evolucionando con el tiempo. El estudio también postula que el juego se transmitió desde Mesopotamia al Levante alrededor de 1800 a.C. y desde allí llegó a Egipto hacia el año 1600 a.C. Finalmente, durante la Antigüedad Tardía el juego desapareció, aunque no está claro el motivo. Una teoría afirma que pudo acabar convirtiéndose en el actual backgammon, mientras que otra sostiene que fue en realidad la invención del backgammon la que pudo eclipsar su popularidad.
No está claro el motivo de la desaparición del juego durante la Antigüedad Tardía
Este tipo de juego tuvo una gran expansión. En algún momento, antes de que perdiera su enorme popularidad en el Próximo Oriente, este milenario juego siguió siendo practicado en la ciudad india de Kochi por un grupo de comerciantes judíos que jugaban a un juego llamado Aasha, el cual tenía veinte cuadrados, igual que la versión mesopotámica original, pero con la diferencia de que cada jugador disponía de doce fichas en lugar de siete y la ubicación de los veinte cuadrados era ligeramente diferente. Los judíos de Kochi lo continuaron jugando hasta la década de 1950, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzaron a emigrar a Israel.
Hoy en día cualquier entusiasta de los juegos de mesa, incluso de los más antiguos, puede encontrar reproducciones fidedignas de estos juegos milenarios para poder practicar. De hecho, se han creado versiones para jugar una partida online o incluso se puede descargar una app para jugar cómodamente desde nuestro teléfono móvil.
Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos
Los pueblos autóctonos de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos
Antes de su conquista por parte de Roma, en la península Ibérica existían diversas culturas autóctonas que florecieron y entraron en contacto con otros pueblos mediterráneos
Mucho antes de que el primer soldado romano pusiera un pie en la tierra que llamarían Hispania, y antes de que la primera nave griega arribara a las costas del lugar que conocían como Hesperia o Iberia, en la península más occidental del continente europeo existía una desarrollada red de culturas autóctonas.
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Ciudad de Numancia (Soria) |
Su origen y evolución antes del primer milenio a.C. es compleja de estudiar ya que fueron pueblos extranjeros, como los fenicios y los griegos, quienes dejaron constancia escrita de ellos por primera vez; por aquel entonces, ya habían recibido influencia de otras culturas, como la celta, haciendo difícil marcar la línea entre lo que era propiamente autóctono y lo que no.
Un crisol de culturas
El criterio tradicional para clasificar las culturas ibéricas es el lingüístico, en base al cual se han diferenciado cinco grandes grupos: los íberos, que ocupaban el levante de la península; los turdetanos y tartésicos, en el suroeste; los pueblos de influencia celta, que ocupaban la mayoría de la zona interior de la península, así como áreas del norte y del oeste; los protoceltas, al oeste y noroeste; y los aquitanos o protovascos, en la zona oeste de los Pirineos y el este de la cordillera Cantábrica. Estos a su vez se dividen en dos macrogrupos: los indoeuropeos (de influencia celta) y los que no lo son.
Esta clasificación genérica no refleja toda la complejidad que se daba en la realidad, ya que cada grupo constaba de diversas tribus, algunas de las cuales presentan influencias de varios grupos, especialmente las que se encontraban en tierras de frontera entre una cultura y otra, que podían tener más en común entre ellas que con sus tribus “hermanas” pero más lejanas. La única fuente disponible para el estudio de estos pueblos antes del primer milenio a.C. es la arqueología, por lo que también es difícil establecer si existía un corpus común de tradiciones o fue el contacto entre las diversas culturas lo que creó estas zonas de encuentro.
Los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea
En general, se acepta que se produjo al menos una migración importante de origen indoeuropeo previa al contacto con pueblos del Mediterráneo oriental. Prueba de ello es que estos pueblos dejan constancia escrita de que los habitantes de la península Ibérica compartían ciertas costumbres que se pueden identificar en la misma época en otras partes de la Europa mediterránea, como la obligación moral de dar hospitalidad a los visitantes, los regalos diplomáticos y la acumulación por parte de la élite de bienes de prestigio sin utilidad práctica, como armas de lujo y enseres ceremoniales.
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Este mapa muestra los principales pueblos prerromanos de la península Ibérica, clasificados a su vez en grupos lingüísticos |
Esta migración probablemente se produjo a través de los Pirineos y se asentó en las tierras de la Meseta Central, que son las que presentan una mayor influencia celta; al contrario que el litoral mediterráneo, de influencia no indoeuropea.
Nuevos llegados
A partir del primer milenio a.C., un factor clave en la evolución de estas tribus fue el grado de contacto que tenían con otros pueblos de la cuenca mediterránea, en especial griegos y fenicios. Los pueblos ibéricos comerciaban con ellos y, además de importar productos -mayoritariamente objetos de prestigio para las élites-, absorbían influencias culturales como el alfabeto y los dioses orientales. A la vez, los productos que estos demandaban influían en el desarrollo de la economía de los pueblos autóctonos: algunos proporcionaban grano y otros alimentos, mientras que otros comerciaban con los recursos naturales que poseían, en particular metales como el oro, la plata y el cobre.
Los primeros en establecer contacto fueron los fenicios, que se dirigieron al sur de la península en busca de recursos naturales y entraron en contacto con la cultura tartésica. Esta floreció en el tramo final del Guadalquivir, que entonces era una ensenada y proporcionaba un magnífico puerto natural. La riqueza metalúrgica de la región propició un comercio basado en las materias primeras a cambio de bienes de lujo y una fuerte influencia de la cultura fenicia en el pueblo tartessos. Con la caída de las grandes ciudades fenicias a manos de los babilonios en el siglo VI a.C., los fenicios se retiraron y su puesto fue ocupado por los cartagineses, originalmente una colonia de Tiro, que gradualmente pasaron de ser socios comerciales a amos.
Por su parte, los griegos entablaron contacto principalmente con las tribus íberas del levante peninsular. Su motivación era distinta a la de fenicios y cartagineses: los helenos buscaban principalmente una fuente de abastecimiento de alimentos, ya que su patria no era tan productiva para la agricultura y la ganadería. No obstante, aquella nueva tierra les permitió solucionar uno de sus problemas más graves, la sobrepoblación, fundando colonias permanentes dedicadas al comercio. A medida que estas se iban emancipando de sus metrópolis, la sociedad íbera y la griega tendían a fundirse en una sola, como relata el geógrafo Estrabón.
El contacto con los romanos fue muy posterior (finales del siglo III a.C.) y, en buena medida, fruto del conflicto militar con los cartagineses. La conquista romana de Hispania duró hasta la época imperial y supuso el contacto con los pueblos del interior y el noroeste, que hasta entonces habían permanecido bastante al margen de los nuevos llegados. Hispania, como así llamaron a la península, fue una de las conquistas más importantes para el imperio puesto que proporcionaba productos muy demandados en Roma como el vino y el aceite, además de cereales. Muchas familias nobles se trasladaron a las provincias hispanas para prosperar y dieron a Roma algunos de sus emperadores más célebres, como Trajano y Adriano.
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